Los que tuvimos la maravillosa oportunidad de conocer a Néstor Kirchner y de recorrer parte del proceso de reconstrucción del país que llevó adelante, sabemos la persona y el líder que fue para toda una generación.
Quienes aprendimos de su ejemplo, de su combate, de su amor por Cristina, de su amor por su pueblo y por su país, sabemos que la política sin corazón no sirve.
Que donde no nos duele la injusticia, no florece la igualdad.
Que donde no nos llena de felicidad ver a un niño contento, no germina lo nuevo.
Que cuando no ponemos las manos ni los hombros frente al desastre, jamás vamos a poder sentir el dolor de la pérdida.
Con Néstor aprendimos que la política no era un juego de tecnócratas, que la política era la vida y que había que hacer política en todos lados: en las escuelas, en la universidad, en el barrio, en el club, en las peñas, en las fábricas, en todos lados.
Porque la política estaba en el plato de comida de nuestros pibes, en los medicamentos que nuestros abuelos tenían que elegir si tomaban o no, en lo que nuestros chicos aprendían en las escuelas, en la leche que las madres podían comprar o no en el almacén, en esos 40 minutos de espera de un laburante para llegar a la fábrica, en el silencio de una mujer que era abusada y tenía que callar, en el miedo que sentía una joven de caminar por la noche en su barrio.
Ahí estaba la política.
Por eso, la política tiene mucho para decir, mucho para escuchar y mucho para debatir. La política está en la gente, así que ahí era donde teníamos que ir a construir poder. Porque solo ahí estaba la capacidad y la fuerza para transformar la realidad.
Porque cuando no construimos política, vienen los tecnócratas y nos colonizan. Primero el estómago, después la mente y por último el corazón de nuestra gente. Y cuando al pueblo se le enfría el corazón, es cuando ellos finalmente ganan y nos derrotan.
Cuando al pueblo se le enfría el corazón, no hay posibilidad de cambiar, ni de transformar nada. Porque solo desde el corazón es desde donde se puede construir algo mejor para nuestro pueblo.
Por supuesto que después hay que ponerle reflexión, trabajo, militancia, pasión, resiliencia, y mucha fuerza para soportar las amarguras y las derrotas. Pero nada de eso sirve, si esa acción primera no sale desde el corazón.
Y eso es lo que nos enseñó ese flaco de saco cruzado, de mocasines pasados de moda y que miraba medio raro.
Nos enseñó lo más importante, lo que no se aprende en ninguna universidad, ni te lo pueden couchear: que la política sin amor, que la política sin corazón, no sirve de nada. No le sirve al dirigente, no le sirve a la política y no le sirve, sobre todo, a nuestra gente.
Su presidencia transformó la historia para siempre, porque sobre la destrucción del 2001, le vino a poner amor a esa Argentina en la que nos dolía todo.
Cuando Nestor asumió en el 2003, dijo algo que es fundamental recordarlo: “los argentinos queremos lo mismo, aunque pensemos distinto”.
Hace pocos días atrás, Máximo nos repetía estas ideas a los y las militantes. Porque cuando la memoria falla, no queda más que repetir.
La reconstrucción de la Argentina tiene que ser con todos y con todas. O va a ser imposible lograrlo. Por eso, tenemos la enorme misión pedagógica de explicar, de ayudar a reflexionar, de convocar, de militar, de provocar, y de generar los consensos que necesita nuestro país para volver a tener futuro.
Hoy necesitamos que la política que se construye desde el amor nos vuelva a sacudir, a despertar, a despabilar, a sacar de la comodidad de la queja.
Que hoy el pueblo argentino esté ante esta disyuntiva histórica tan compleja, tan difícil y a su vez tan necesaria para construir un nuevo futuro, debe ser un desafío enorme y una tarea indelegable para cada uno de nosotros.
Que hoy el pueblo argentino esté ante este dilema después de haber elegido en 2019 retomar ese rumbo que nos marcó Néstor junto a Cristina y a Alberto Fernández nos exige como militantes peronistas y kirchneristas sacudirnos, volver a pensarlo todo y ponernos a militar con más fuerza y con más pasión que nunca.
Porque nunca la historia nos va a perdonar que hayamos tirado la toalla, ni que hayamos perdido la oportunidad de lograr aquello que quedó inconcluso, ni que la dificultad de la tarea que el pueblo nos encomendó sea más fuerte que nuestra responsabilidad.
Tenemos ahora el desafío de lograr la reconstrucción de la Argentina y de hacer realidad ese país con el que soñó el Flaco.
No tenemos excusas. Hagámoslo. Ese es el mejor homenaje que le podemos hacer. Ese es el legado y la tarea que él nos encomendó.
No miremos al costado, nadie más que nosotros lo va a hacer. Hagámoslo.
* Walter Vuoto es intendente de Ushuaia.