“Los rostros privados / en lugares públicos / son más bellos y sabios / que los rostros públicos / en lugares privados”. Hannah Arendt suele citar este poema de W. H. Auden cuando define el espacio público como constitutivo de nuestras subjetividades. Su concepción de la política emerge desde la acción comunitaria coherente con las necesidades. Libertad con equidad.
Toda interacción entre seres humanos es del orden de lo político, pero no toda interacción humana es del orden de la política. Poder, antagonismos y resistencias configuran un juego de fuerzas en diferentes niveles: relaciones amistosas o laborales o amorosas o sexuales o familiares, pugnas entre poderes y contrapoderes. Cuando los juegos de fuerzas se vinculan con el aparato de Estado se hace política. Todo ejercicio de poder es político, pero no todo ejercicio de poder es política.
Es tal la torsión que ha sufrido la política desde el ideal ético antiguo hasta su puesta en práctica actual que lo ético devino pragmático. Aunque persiste la idea de política como estrategia y palabra; lo contrario de la guerra, que es estrategia y violencia. Foucault -invirtiendo la frase de Clausewitz- manifiesta que la política es la continuación de la guerra por otros medios. El diálogo para la política, la violencia para la guerra. Ambas requieren pensar las acciones más adecuadas para alcanzar un fin, requieren estrategias.
Las relaciones políticas siguen el modelo de la batalla perpetua más que del contrato (que opera como cesión de poder). Pero, ¿qué ocurre cuando la palabra y las manipulaciones se tornan violentas?, y si el opositor se convierte en adversario, ¿es política o guerra? La filosofía nació (y persiste) preguntándose por la política.
El primer teórico del poder fue Protágoras, precursor de los cuidadores de imagen: asesoró a Pericles, el más destacados de los políticos griegos, e inauguró el conflictivo maridaje entre filosofía y política. También Pitágoras y su comunidad científico-filosófica pensaron y debatieron acerca de lo público, de la interacción social.
Por su parte Heráclito consideraba que la guerra (el fuego) es el origen de todas las cosas: enfrentamiento verbal o enfrentamiento físico. El pueblo -en la paz y en la guerra- debe defender sus derechos igual que sus murallas: ecuanimidad y soberanía. Esos fuegos “se encienden según medida y se apagan según medida”. La medida la establece la razón, rectora de la política. Pero también en la época de Heráclito había políticas irracionales. Alejándose de ellas se convirtió en ermitaño. Ciertos atardeceres solía sentarse en la playa a jugar a las canicas con los niños. Los encontraba más criteriosos que los gobernantes de Atenas.
La tradición política occidental continúa con Sócrates que no solo militó las calles, rechazó salvar su vida para no desobedecer la ley (un ordenamiento político). Recordemos que política no solo está relacionada con polis sino también con policía, cuya función cumplieron quienes lo juzgaron y condenaron por razones de poder: pervertía a la juventud instándola a pensar la ley, la justicia, la política. La función policíaca sobre la población la cumplen hoy las posturas (neo y anarco) liberales reducidoras del Estado. Reclaman la destrucción de comunidades originarias, anteponen los intereses privados a la soberanía nacional o niegan la indemnización por despido, mientras acumulan privilegios para sus intereses privados y su entorno elitista.
Platón estableció que la política exige tener en claro el concepto de justicia. En La República, determina que la ciudad debe ser administradas por personas justas y sabias, e incluía a las mujeres en el gobierno, la guerra y la gimnasia. Aristóteles, en su Política, releva la noción de justicia y ahonda sobre el uso de la palabra para el ejercicio de la politicidad.
La vida de los otros es una película sobre totalitarismo, política y apoliticidad. Berlín Este, un escritor de la resistencia es acechado por la policía secreta (Stasi). Cablean su vivienda. Buscan pruebas de su militancia para matarlo. Quien lo espía es un ser gris, sin vínculos personales, rutinario. Todo lo contrario de la productividad, la pasión, el sexo, el arte y la amistad que llenan la vida del poeta. Pero el insignificante soplón se va identificando con su vigilado (una inversión del síndrome de Estocolmo) y arriesga su propia seguridad para salvarlo. En cambio, los vecinos persistieron en lo apolítico. Habían detectado la trampa que le tendían al escritor y miraron para otro lado; colaboraron con el totalitarismo porque sí, por idiotas.
Idion o idiotés, en griego, significa no ocuparse de los asuntos públicos, carecer de politicidad. Actualmente significa poco entendimiento, pero subyace en el término el sentido originario. Marguerite Duras, en El dolor, se refiere a colaboracionistas que entregaron gente al suplicio y no lo hicieron por motivos políticos, sino por interés económico o por buchones. Indiferentes a los problemas comunitarios el bien común no les importaba, no lo tenían en cuenta, ni siquiera lo pensaban, he aquí por qué la apoliticidad es idiota.
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Volvamos a Hannah Arendt, para quien la palabra y la acción comunitaria definen la política, esto es, el espacio público. Considera que suprimir la pluralidad es violencia, pues la diversidad ideológica es ley en una cultura politizada, es decir, no totalitaria. La tarea es recuperar la condición política, que se produce en democracia debatiendo, no rehusando el diálogo o discriminando las diferencias. Arendt no llegó a conocer el afán descarnadamente financiero del liberalismo tardío, que actualmente ya no se sitúan ni siquiera bajo el signo del laissez-faire sino de la intervención estatal permanente en beneficio del capital y el individualismo, pero veía cómo en nombre de una supuesta libertad las personas eran reducidas a la figura de homo economicus. Es por ello que advierte: “el desarrollo económico bajo ninguna condición puede conducir a la libertad o constituir prueba de su existencia”. Hannah defendía el pluralismo de ideas y la igualdad de derechos. Sufrió privaciones y persecuciones provenientes de propios y ajenos, pero siguió teorizando sobre el peligro de la política cuando incuba serpientes, cuando niega la inclusión, divide al pueblo y fomenta el odio.