En el escenario latinoamericano, la irrupción de la pandemia ha impactado en las características del mercado de trabajo, acentuando o acelerando tendencias previas, como el aumento del desempleo, la intensificación de la explotación laboral o la creciente articulación entre las expansiones de la tecnología digital y el mundo del trabajo. También afectó la dinámica del movimiento obrero, al ponerse de manifiesto el valor esencial que tienen ciertos sectores de la clase trabajadora y también ha dado lugar a una nueva ola de protesta social.
En este contexto siguen proliferando los estudios que se enfocan en pronosticar cuál será el “futuro del trabajo” en función del impacto que tendría el “acelerado” y “revolucionario” cambio tecnológico en curso. Desde la publicación del trabajo original de Frey y Osborne en el año 2013 “The Future of Employment: How Susceptible are Jobs to Computerization?”, se suelen brindar cifras sobre el porcentaje de trabajos “susceptibles de automatización”, disparando así las alarmas sobre los riesgos del desempleo tecnológico.
La persistencia de este tipo de discursos resulta particularmente llamativa por varios motivos. Por un lado, es evidente que estos estudios presentan serias deficiencias desde el punto de vista metodológico, más allá de ciertos “ajustes” y “correcciones” realizadas al modelo original.
En general no se ha problematizado el desplazamiento temporal del ya difuso plazo en el que este proceso de desempleo tecnológico tendría lugar. En el artículo original, Frey y Osborne sostenían que los trabajos serían “potencialmente automatizables en un número indeterminado de años, quizás una década o dos”. Esta referencia se ha convertido en "una década o dos" en la mayoría de los estudios que citan o replican este método, incluso cuando ya llevamos 8 años de esta predicción original del año 2013 sin que el fenómeno del desempleo tecnológico masivo sea una tendencia evidente.
En verdad, el propio ejercicio es cuestionable, lo cual puede ilustrarse con la siguiente comparación: ¿qué tan precisa hubiese sido una predicción del futuro del trabajo realizada en 1970? Es decir, antes de la crisis del keynesianismo, del ascenso del neoliberalismo y de la expansión de la internacionalización de la producción. Seguramente dicho ejercicio no hubiese podido captar las transformaciones en la actualidad en el mundo del trabajo.
Ante estas debilidades y reparos evidentes, el interrogante es el siguiente: ¿por qué, entonces, persisten y tienen tanta acogida este tipo de discursos? Es necesario tener presentes dos cuestiones.
Avance sobre derechos
En primer lugar, hay una clara dimensión ideológica y disciplinadora en la recepción y publicidad de este tipo de análisis. Este aspecto que se hace evidente, por ejemplo, en una de las primeras notas periodísticas que en Argentina difundía el estudio de Frey y Osborne, titulada “Los robots no piden paritarias: así será el futuro laboral”.
“No se enferman, no se estresan, no piden bonus a fin de año, no reclaman paritarias plurianuales, no se quejan ni tienen sesgos cognitivos a la hora de tomar decisiones”, decía La Nación en 2014. Respaldando la afirmación ampliamente difundida de que los robots pueden reemplazar a los humanos subyace una comprensión del futuro del trabajo que muestra nos cuáles son las fuerzas impulsoras de esta última ola de cambio tecnológico.
El pronóstico respecto al desempleo tecnológico suele ir acompañado de propuestas de “reformas” en dos planos: por una parte, del sistema educativo, aunque el sentido concreto de dicha reforma nunca se especifica demasiado, más allá de ciertas exhortaciones a enfocarse en desarrollar las denominadas “habilidades blandas”, como empatía, proactividad, trabajo en equipo, autocrítica y flexibilidad frente a situaciones cambiantes, para lograr una mayor “adaptabilidad” a los cambios en curso, en línea con la generalización del coaching ontológico tan en boga dentro del discurso de la derecha liberal.
También se propone una reforma laboral que tienda a generar lo que suele denominarse como una “modernización” de las relaciones labores, aunque para ser menos eufemísticos podríamos conceptualizar como “flexibilización laboral”. En el caso argentino se pasa por alto no sólo que en los actuales convenios colectivos de trabajo persisten los procesos de flexibilización heredados de la década de los ’90, sino también que en varios sectores, cuyo ejemplo paradigmático es la industria automotriz, la prerrogativa de las empresas de introducir nuevas tecnologías y reestructurar la organización del trabajo ya se encuentra institucionalizada.
Tensiones
En "Automation and the Future of Work", de 2020, Aaron Benanav sugiere otra explicación posible a la importancia en la recepción y generalización del discurso que vincula de manera lineal la difusión de la nuevas tecnologías digitales y de la automatización con el desplazamiento y sustitución generalizada de trabajo. Para Benanav, este discurso da cuenta de una tendencia real a nivel global y acentuada en el caso de América Latina: la debilidad crónica de la demanda de mano de obra.
La tasa de desocupación para el promedio de América Latina en los últimos diez años acusa una tendencia creciente, al pasar de representar el 6,4 por ciento en 2008 al 8,1 por ciento en 2019. Como se desprende de los informes de la CEPAL, lo más relevante quizás sean las altas y sostenidas tasas de subocupación. Para el 2018, la tasa de subocupación era del 12,3 por ciento en Argentina; 7,2 por ciento en Brasil; 9,8 por ciento en Chile; 8,9 por ciento en Colombia y 6,9 por ciento en México. Por añadidura, la generación de puestos de trabajo en los últimos años se centra en la categoría de empleos por cuenta propia, los cuales en general tienen menor calidad que los asalariados registrados.
Sin embargo, estas tendencias en el mercado laboral parecen responder más a la debilidad de la acumulación de capital de la región que al cambio tecnológico en sí mismo. Desde la década del '80, el crecimiento económico de la región ha sido tenue. El avance promedio del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de América Latina para el periodo 1990–2008 ha sido solo del 1,8 por ciento anual, mientras que fue del 2,7 por ciento anual en 1950–1980. Más aún, el crecimiento de la productividad del trabajo cayó a partir de la década de 1980.
Renta básica universal
Tanto quienes imaginan un futuro de desempleo tecnológico masivo, como aquellos que reparan en la debilidad crónica de la demanda de mano de obra en las economías capitalistas centrales y periféricas, suelen coincidir en señalar que una de las formas de abordar esta problemática es estableciendo una renta básica universal, aunque no se profundice demasiado respecto a cuál debería ser el monto o como se financiaría.
De todos modos, el hecho de que la derecha también se sienta atraída por este tipo de solución como un instrumento políticamente neutro debería encender alertas sobre la posibilidad de que la misma se pueda convertir en un arma de doble filo y contribuya a acentuar las desigualdades existentes. En verdad, más allá del diseño de ciertos instrumentos o políticas en concreto, la clave para cambiar el rumbo hacia un futuro más humano, como sostiene Benanav, "dependerá de que las masas trabajadoras se nieguen a aceptar el persistente declive de la demanda de su trabajo y las crecientes desigualdades económicas que ello supone”.
* Doctor en Ciencias Sociales (FaHCE - UNLP), becario posdoctoral del CONICET-UNQui. [email protected]. Algunas secciones de esta nota forman parte de un artículo publicado junto Juan Grigera en la revista El Trimestre Económico bajo el título “El futuro del trabajo en América Latina: crisis, cambio tecnológico y control”.