Una de las solicitudes innegociables de Palo Pandolfo para su disco fue que empezara con “Doble corazón”. La primera frase que se escucha en ese tema -lacerante y reiterativo a la manera del “God” de Lennon- es: “No tengo casa”. Esa intemperie atraviesa las once canciones de Siervo. Todo es extraordinario y desolador: la sensación de tristeza que todavía produce la muerte de Palo, y el disco postmorten que acaba de salir. Siervo es un sustantivo proveniente del verbo “servir”, y fue el último acto de entrega de un artista total. Un testamento surcado por el dolor, el sacrificio, la culpa, el amor y el desamor, la soledad, la búsqueda.
Las canciones son redondas, no solo en el sentido de la inspiración, sino en cuanto a la estructura: la mayoría tienen una circularidad, digamos, oriental, mántrica, penetrante. El trabajo que realizó Juan Belvis es excepcional: dio un nuevo sonido, limó algunas de las aristas siempre puntiagudas de Palo, y allanó el camino para que destacara una larga serie de reflexiones, algunas en forma de lamento. Las canciones de Palo –en banda o solo- siempre lucieron mejor cuando se dejaban tratar por un productor. Pero el oficio de Belvis fue más allá. En Siervo se observa ese trabajo de pulido; aún más, de escultor: sacar para revelar. “Me mandaba una canción tras otra, una mejor que otra”, dice Belvis. Y hoy -con la muerte de Palo todavía cercana y la sensibilidad a flor de piel-, esas canciones son como estrellas que, aún sin vida, brillan en la nada, definen itinerarios celestes, guían.
Palo fue un artista complejo, volcánico. Su derroche cancionístico era, muchas veces, catarsis, ritual, exorcismo. En Siervo se lo escucha susurrante, sereno. La concentración tímbrica basada en guitarras, percusiones, sintetizadores, algún chelo, una armónica, acota el rock que transpira la música de Palo y tiende hacia una concepción afro, sobre todo en el bajo y las percusiones. Los ritmos, escuchados bien, son ampliamente folklóricos, con un toque flamenco. Escuchar una y otra vez Siervo produce efectos paradójicos: es una herida abierta en términos líricos y, asimismo, exhibe un manojo de canciones exquisitas.
Después del corrosivo inicio con “Doble corazón” –que contempla más frases angustiosas, como “No tengo ganas de andar por el suelo / Siento la nieve del desamor / Buscaré en el cielo la luna nueva /El frío cielo esperando el ¡gong!”-, otras canciones profundizan la desesperanza. “El alma partida” es tristísima. Ríos y ríos de lágrimas: “Estoy llorando el alma partida / estoy llorando sin esperanza / Llorando con fiebre y con dolor / con los ojos rojos puestos en vos / Y lloré a la mañana/ Y lloré al anochecer/ Y lloré a la tarde / Y lloré al amanecer (…) ¿Lloro por culpa? No tengo miedo”. “La idea” impacta desde un sesgo religioso, entre la sanación y el infierno, culpa y autoflagelación: “El tiempo que pasó no pudo curarme / La Biblia se cerró / la abrí por quemarme / Si te vuelvo a ver será por la idea /de que el amor aquel funciona en mi sangre / y el diablo de papel / no pudo quemarme / Sé que fui infiel /funciona en mi sangre / Me arrancaré la piel y la carne…”
Se puede pensar Siervo como un mojón dentro de la tradición de los discos de rupturas amorosas. Pero, como ocurría con Spinetta, en Palo Pandolfo cualquier situación de apariencia cotidiana tiene pliegues que lo acercan a lo trascendente, a lo sagrado. Tal vez esa sea una condición de la poesía, y Palo fue un poeta. En el adhesivo y extraño “Párpados” –un shake liviano con una letra que recuerda a visiones de Castaneda y un sintetizador pelado que Palo definía como “un abejorro”- canta con Fito Páez: “Voy al polvo /Sueño con los párpados abiertos/ Manos dolidas, almas sin consuelo / Vengo de andar caminos polvorientos (…) Salen a reptar por la tierra y sal / Lo que tocan sus manos, lo prueban sus labios / Salen a reptar por América / Lo que tocan sus manos, lo prueban sus labios”. En “Endemoniado” refiere a “rosas sin perfume; el lado oscuro de la vida” y juega con un neologismo que evoca –otra vez, Spinetta- a términos como “desatormentándonos”: “Ando siniestrándome / Cosas que no quiero hacer / Aguas que no quiero beber / Formas diluídas / Frío en el atardecer / Cierro la ventanas / Cosas que no dejo entrar / Miedo que no dejo salir”.
“El viento” es una canción gigante que no abandona el tono de desgarro que respira todo el disco. Zarpa de un aire de chacarera, aterriza en el cante jondo de Sofía Viola, no pierde la circularidad y con la palabra “viento” como idea fuerza expresa la enumeración de los destrozos de un tifón alegórico. Todo fue arrasado, queda el vacío: “El despertar junto a su piel / se lo llevó / Tu cumpleaños bajo el sol / se lo llevó / Vivir bajo sospecha / el viento se lo llevó /Las aventuras del jardín / se lo llevó / La voz del miedo y del amor / La pelota de tenis / el viento se la llevó / Y a vos también y a mí tambien”.
El estado de perplejidad reaparece en temas que son indagaciones metafísicas. En “Fe” pregunta, con desesperación, por una voz interior a la cual no sabe si acercarse o alejarse. Por momentos deja de cantar, recita. Es un hombre hablando frente al espejo. “Pasa el tren sombrío / pesado metal desliza su ruido / La máquina viaja, movimientos quedan / La voz que habla adentro / del hueso se queda / ¡Chau! ¡Hola! / Llámenlo gen, super yo, espíritu / ¡Chau! ¡Hola!/ Hablando adentro / Sí, escucho, escucho…”
“Madrigal” es la zamba que en sus acordes iniciales y en el sonido de grillos cita a “Barro tal vez”. Leo Vaca, el fotógrafo que tomó las imagenes del arte de tapa, mete un rasguido sutil de cuatro y Lito Vitale interviene con un órgano fantasmal. El tema, dijo Belvis, es un réquiem para un chico muerto en un barrio de Moreno.
“Tu amor”, el tema de corte junto a Santiago Motorizado (y coros agregados de Hilda Lizarazu), es el respiro pop, esa hilacha radiable que Palo solía incluir en cada disco como para que quede claro que conoce perfectamente los rudimentos del hit.
Siervo cierra con “Humo al aire”, un tema que parece, al fin, una despedida. Imposible no escuchar Siervo con la carga de su todavía inconcebible muerte. Mete un fraseo breve de armónica y se va despacio en fade out, sereno y triste, bello y visceral como el disco: “Como pavo real /floto en cadencia atmosféricas / que me llevan al final / En el viento vivo bien / Te buscaré”.
En el viento, en la cadencia de la atmósfera, en un llanto, en un párpado abierto, siniestrado, en la luz de una fogata, en dónde quiera que esté, Palo Pandolfo logró con Siervo un ilusorio bonus track vital. Ahora se erige como legado. Está hecho, como no podía ser de otra manera en él, de la más pura, violenta y densa verdad artística.