Un cuerpo estalló en mil pedazos                8 puntos

Argentina, 2020.

Dirección y guion: Martín Sappia.

Duración: 91 minutos.

Fotografía: Ezequiel Salinas, Carlos Vázquez Méndez, María Aparicio.

Estreno en el cine Gaumont.

A fines de los 60 los responsables de la Beca Guggenheim se agarrarían la cabeza cada vez que les llegaba una postulación proveniente de Argentina. Federico Manuel Peralta Ramos pidió una, la obtuvo, se la patinó entera en fiestas y trajes y cuando se la reclamaron argumentó que su obra había sido justamente ese acto. Más o menos para la misma época, Jorge Bonino también se postuló. En el apartado correspondiente a “ocupación actual” escribió a mano: “Actor de mi obra”. No se la dieron.

Quien haya tenido la incomparable fortuna de haber visto en vivo a ambos personajes típicamente argentinos --salidos de un repollo, geniales por donde se los mirara, infantiles, inconstantes, indisciplinados, “locos lindos”, a la larga locos a secas-- no los olvidará jamás. A ambos los acogió, por supuesto, el Instituto Di Tella, usina de la vanguardia creativa (y snob, a veces) de la época. Ex empleados dicen que jamás vieron, en un Instituto que todo el tiempo burbujeaba, nada más genial que Bonino. Subía al escenario vestido con un enterito blanco y zapatillas, llevando como atrezzo un mapa del mundo, una valijita y un señalador. Se paraba, pegaba un chillido terrible, como de un bebé naciendo, y luego, armado del señalador empezaba a contar, señalando en el mapa, la Historia del Mundo. Lo hacía en un lenguaje inventado, imposible de entender, en el cual intercalaba, acá y allá, palabras del idioma español. Se le entendía todo. El efecto que producía era el de haber sido teletransportado a un planeta en el que cundían la extrañeza, la inocencia de un niño (de un niño inocente, claro) y las carcajadas histéricas de quien necesita revolucionarse orgánicamente para ponerse en órbita. Al cabo de la primera función el público lo levantó en andas y lo llevó por la calle como un héroe griego. Sabían lo que hacían.

Dueña de un título bueno, bello y justo, Un cuerpo estalló en mil pedazos está bien ya antes de empezar, porque cualquier cosa que recuerde a Bonino, a quien casi nadie pudo ver, es buena, bella y justa. Pero la película del cordobés Martín Sappia es buena, bella y justa de por sí. Desde el mismo comienzo, cuando sobre unos árboles levemente sacudidos por la brisa se sobreimprime un texto de Henri Michaux que habla de la regeneración y de la desmesura, en medio de un sonido como de ramas quebrándose. Es como si Michaux hubiera conocido a Bonino y le rindiera homenaje. Michaux no lo conoció pero sí Georges Perec, el pope experimental-ludista de París, quien anotó el acontecimiento en su diario. Como buen argentino, Bonino anduvo de aquí para allá. Empezó haciendo lo que todavía no existía: intervenciones artísticas callejeras. Como Tato Bores, Bonino hablaba por teléfono. Pero por teléfono público. Lo hacía en la puerta de los tribunales cordobeses (allí nació en 1935 y murió en 1990, en un hospital psiquiátrico). Ante esos aparatos de Entel ya hablaba en su idioma inventado, lo suficientemente comprensible como para que fiscales y gente de paso se pararan a mirar, sin saber qué hacer, porque ese nativo de Freedonia sostenía una discusión aparentemente gravísima. Luego agarraba su valijita y se marchaba.

El problema de todo documental sobre alguien que ya no está, y que no dejó más que media docena de fotos y segundos de un corto que Marta Minujín filmó con él en Plaza San Martín, es cómo ponerlo en imágenes. Queda una única opción: filmar a quienes lo conocieron, sufrieron y/o admiraron, testimoniando a cámara. Sappia toma el camino del costado: convierte esas voces en off sonoro y filma, en un bellísimo blanco y negro (responsabilidad de Ezequiel Salinas, Carlos Vázquez Méndez y María Aparicio), imágenes de aquí y ahora. Entre las voces impera la de una mujer (Eugenia Almeida) que pasa a limpio, en forma más o menos cronológica, todo lo que se sabe de Bonino. O se cree que se sabe: cada fragmento empieza aclarando: “Dicen que…” Ese relato se jaspea con unas “notas”, que dan voz al propio Bonino, en la voz de otro. Las imágenes muestran lugares por los que Bonino pasó y ahora están vacíos. Vacíos de Bonino.