Tom Hanks conoce de soledades. En realidad, los que intimaron con el aislamiento y la incomunicación fueron algunos de los personajes que el actor ha interpretado en su extensa carrera, sufriéndolas en cantidades y calidades insospechadas para la mayoría de los espectadores. La soledad del astronauta en Apolo 13 o la del piloto de avión de Sully, criaturas que, más allá de estar rodeadas de otros seres humanos, deben tomar decisiones personales en un entorno pequeño y asfixiante, en soledad. Y, desde luego y en particular, la soledad del cartero de Náufrago, único sobreviviente de un accidente aéreo que termina estableciendo un vínculo cercano, de amistad profunda y sincera, con una pelota de vóley llamada Wilson, en una isla de otro modo completamente desierta. Finch viene a sumar ahora a esa galería de hombres comunes, pero no necesariamente corrientes, a quien posiblemente sea el último ser humano sobre la Tierra, un ingeniero en robótica que pasa sus días en compañía de un perro llamado Goodyear, atareado en la construcción de un robot inteligente de tamaño natural.
Algo terrible ocurrió en nuestro planeta y la capa de ozono que solía protegerlo de los rayos solares ha desaparecido por completo, acabando con la vida tal y como se la conocía. Finch logró sobrevivir pero sabe muy bien que está enfermo, que sus días están contados, que las probabilidades de sobrevivir a su amigo canino son escasas. Entonces, ¿quién podrá cuidarlo luego de la extinción? De allí la idea de “darle vida” a Jeff, cuya misión –más allá de cumplir y hacer cumplir las tres reglas de la robótica creadas por Isaac Asimov– será la de defender, alimentar y proteger a Goodyear cuando su amo ya no esté. Entonces, la historia de la película, dirigida por el británico de ascendencia argentina Miguel Sapochnik, que llegará a la plataforma Apple TV+ el próximo viernes 5, podría resumirse en la siguiente ecuación: Hanks más un perro más un robot en un mundo desolado. El motor de la narración: dejar atrás la seguridad del bunker tecnológico en St. Louis que los cobija e iniciar un viaje a través de aquello que solía llamarse Estados Unidos, hasta el destino final en San Francisco.
El “tanque” más imponente de la plataforma de la manzanita en la temporada 2021 es una road movie a la vieja usanza pero con nuevos ropajes, una buddy movie ciborg –mitad humana, mitad androide– y un drama de supervivencia en el cual el mayor peligro, al menos durante una parte del metraje, no tiene aspecto amenazante pero quema y atraviesa los tejidos. Los humanos y los caninos.
Sapochnik con Hanks, mano a mano
“Mi dieta literaria cuando era joven estuvo muy ligada a la ciencia ficción, todas esas novelas y cuentos que mi padre solía darme para que leyera. Pero más allá del trasfondo futurista, Finch no es en el fondo una película de ciencia ficción; es más bien un drama familiar, y eso es algo que me atraía. Lo sci-fi era casi una excusa para observar a un personaje que está aislado y que busca compañía”. Miguel Sapochnik responde a las preguntas de un pequeño grupo de periodistas de todo el mundo en una conferencia de prensa virtual, formato que la pandemia colocó en un lugar antes insospechado y que parece haber llegado para quedarse.
La charla será extensa y generosa (una excepción a las reglas de los junkets de prensa, usualmente veloces y superficiales) y luego le llegará al turno al protagonista del fim, Tom Hanks. Sapochnik, que previamente dirigió un único largometraje, Repo Men: Los recolectores (2010), pero que se ha fogueado en la realización de decenas de capítulos de series como Game of Thrones, Dr. House, True Detective y Masters of Sex, entre muchas otras, cree que la clave para este proyecto fueron sus aristas colaborativas. “Algo que agradezco mucho es que trabajamos mano a mano con Hanks desde el mismo momento en que nos conocimos, una charla llena de intercambios de ideas. De hecho, durante todo el proceso solíamos hablar de ‘nuestra’ película, y eso fue realmente especial porque nos hizo sentir como si fuéramos una familia”.
Una mirada al equipo creativo del film permite apreciar la participación en la banda sonora de Gustavo Santaolalla y la presencia como principal productor de Robert Zemeckis, viejo conocido de Hanks desde los tiempos de Forrest Gump y, más tarde, de la mencionada Náufrago (el año próximo volverá a verse la colaboración del dúo en Pinocho, una de las varias adaptaciones recientes basadas en el inmortal personaje creado por Carlo Collodi). ¿Y acaso el niño de madera con vida propia no era, a su manera, un proto-robot con alma humana?
“Creo que la tecnología influye mucho en las historias que creamos y contamos”, reflexiona Sapochnik, que nació en Londres en 1974, pero es hijo de madre y padre argentinos (y primo del escritor Martín Caparrós). “La manera en la cual pensamos la inteligencia artificial también moldea ese imaginario. Es notable como en años recientes la I.A. es vista como una amenaza existencial para la humanidad. En el caso de Finch optamos por obviar completamente ese aspecto; nuestro interés estaba en imaginar la inteligencia artificial de una manera más lírica: ante la posibilidad de la muerte, un hombre construye un robot para que cuide a su perro. El robot Jeff nunca va a matar a su amo y a dominar el mundo, simplemente necesita aprender qué es necesario para cuidar a un perro”.
De Praga a Hollywood, el camino del robot
“Robot”, del idioma antiguo eslavo eclesiástico robota, “trabajo forzado”. Hasta que el escritor checo Karel Capek le dio un nuevo y definitivo significado, hace aproximadamente un siglo. El trabajo forzado de Jeff, cuya voz le pertenece al actor Caleb Landry Jones (Tres anuncios por un crimen), será cuidar de Goodyear hasta el fin de sus días caninos. Antes, deberá aprender a caminar, a tomar y apoyar las cosas suavemente, a comprender que los rayos solares afectan a los seres de carne y hueso de manera mortífera. Jeff nace físicamente torpe y, durante una buena porción de Finch, hace las veces de alivio cómico en situaciones dramáticas. En ese sentido, la película de Sapochnik se apoya en un mecanismo clásico del cine de Hollywood, haciendo del recorrido de los personajes –los humanos y los creados a su imagen y semejanza– una parte sustancial del aprendizaje.
El presupuesto holgado permite escapes, peligros, carreras y situaciones de suspenso, pero también el drama personal de aquel que sabe que se enfrenta a su fin y desea dejar las cosas de la manera más ordenada posible. El Finch de Hanks es arquetípico. Más allá de su compleja profesión, se trata de una nueva encarnación de la persona cinematográfica que el actor viene desarrollando desde hace al menos cuatro décadas: confiable, resiliente, capaz de torcer su propio destino a fuerza de voluntad. Tal vez un poco más que humano.
Tom Hanks y la soledad del set
Cómodamente sentado frente a la cámara, relajado y afable, el protagonista de Rescatando al soldado Ryan (y la inconfundible voz del juguete Woody en Toy Story) describe al protagonista de la película como “un tipo que todos los días camina entre la vida y la muerte, entre la supervivencia y la pérdida. Cuando leí el guion por primera vez pensé que era una nueva variación de un clásico de la ciencia ficción, la historia del último hombre en la Tierra, pero en cuanto aparece el perro se transforma en otra clase de película. Lo interesante es que, a diferencia de la mayoría de los guiones, que dependen del intercambio de diálogos entre personajes, aquí no había demasiadas razones para que el protagonista hablara consigo mismo. Construir las escenas que pueden verse durante los primeros treinta minutos fueron como construir una película muda. Hay cosas que se fueron agregando en el rodaje e incluso en la posproducción: las canciones que canta Finch, la música que escucha. Pero en cada momento antes de la creación de Jeff, el robot, la pregunta que nos hacíamos con Miguel era siempre ‘¿para qué mostrar esto o aquello?’ La idea era lograr que las cosas que hace el protagonista, ya sea mirar viejas fotografías o investigar los mapas, se sientan sinceras, como algo que un ser humano real haría en esas mismas circunstancias”.
Jeff no corre ni limpia ni barre, pero es el único que puede prescindir de la protección de la camioneta/fortín y salir a la intemperie, bajo los mortíferos rayos del sol, o afirmarse ante una de las peligrosas tormentas que asolan al planeta desde que todo cambió. Finch tose, cada vez más fuerte y sin posibilidad de pisar el freno, ante la extrañada mirada de Goodyear, que podrá entender poco pero algo intuye. Y así, como el náufrago Chuck Noland aprendía a convivir y compartir experiencias con una esfera de cuero, Finch descubre que el “esclavo” que acaba de crear ha comenzado a transformarse en una suerte de amigo, tercera pata de una peculiar familia. Una familia despareja, pero funcional.
Actuar solo. O casi: junto a un perro y a un robot que es mitad cables y metal y otro poco animación digital. Y, en el pasado, junto a una pelota de vóley. “Me encantaría que en el próximo proyecto mi personaje forme parte de un grupo de dieciocho actores, todos juntos actuando al mismo tiempo en un mismo set. Que podamos interactuar y mirarnos a los ojos”. A pesar del chiste, el actor cree que proyectos como Finch o Náufrago son, de alguna manera, “gloriosos, porque estás realmente solo, y tu compromiso durante el rodaje es extremo, todos los días, todo el tiempo. Y casi no hay reglas más allá de la relación con el director y el guion. Se extraña la disciplina, la alegría y el placer de interactuar con otra gente, pero a cambio aparecen otras cosas”.
Ante la última pregunta, Tom Hanks se pone un poco más serio y recuerda los momentos más duros de la pandemia el año pasado, más allá del hecho de que él mismo sufrió una infección de covid-19 durante el rodaje en Australia de un film biográfico sobre Elvis Presley, todavía sin título definitivo, dirigido por Baz Luhrmann. “Lo interesante es que Finch adquirió otras resonancias a partir de las circunstancias extraordinarias que atravesamos. El film fue filmado antes de que comenzara la pandemia y, si bien ahora sabemos que no sufrimos el peor escenario posible, durante muchos meses imaginamos que el virus podía ser mucho más poderoso y mortal. Hay una escena en la película en la cual Finch le explica a Jeff lo que ocurrió, como comenzó todo con una erupción solar. Por supuesto, eso no es idéntico a una enfermedad contagiosa que lentamente va diezmando a la población. Pero, al mismo tiempo, el concepto de una sociedad completamente destruida es muy fuerte de ver en pantalla, porque eso está más ligado a las ciencias del comportamiento que a la ciencia ficción: las opiniones demasiado apasionadas, la irracionalidad, la ignorancia, el comportamiento de masas, el individualismo. En la película, a través de los flashbacks, vemos los extremos del asesinato, y no resulta difícil imaginar qué hubiera pasado en el mundo si las cosas no se hubiesen desarrollado de la manera en que lo hicieron. Y eso fue antes de que la idea de un lockdown mundial estuviera presente en nuestra imaginación, todo el mundo con máscaras y sin poder viajar. Me alegra mucho que no hayamos hecho esa película y que, en cambio, hayamos hecho Finch”.