La cara visible de la historia suele ser engañosa: la irrupción del acontecimiento y su inscripción fechada para la futura efeméride tienden a solapar la circulación de discursos, los procesos de acumulación y los debates que –en ebullición– terminan por estallar y dejar su cráter en la memoria de los pueblos. Apoyada en esa perspectiva, la investigadora Natalia Bustelo rastrea las raíces de una Reforma Universitaria que, florecida en 1918, se abonaba desde comienzos del siglo XX e identifica las condiciones específicas de la atmósfera que permitieron su erupción.

Su último libro, Inventar a la juventud universitaria (Eudeba), inquiere a través de un exhaustivo estudio de archivos y de revistas estudiantiles de la época los postulados políticos y filosóficos que terminan por delinear la orientación de la Reforma y avanza sobre las múltiples discusiones sobre las que se constituyó.

En diálogo con el Suplemento Universidad, Bustelo detalla de qué forma el programa de reclamos ya estaba presente desde años antes al estallido estudiantil y se interroga por las novedades que la Reforma impone a la manera de pensar a la figura del estudiante universitario.

Bustelo es doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), magister en Sociología de la Cultura por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y profesora de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). En la actualidad, es docente en la cátedra “Pensamiento Argentino y Latinoamericano” de la UBA y en la Licenciatura de Historia de la UNSAM.

–¿Cómo se gesta la idea de investigar la Reforma Universitaria?

–En 2010 obtuve una beca de doctorado para hacer una investigación en Historia. Al principio pensaba en la recepción de filosofías antipositivistas en Argentina, porque venía de estudiar Filosofía. La investigación se fue transformando. Empecé a leer y a ponerme al día en el estado de las cuestiones y descubrí que había revistas en las que los estudiantes se habían expresado. En un comienzo iba a trabajar con una única revista, pero empecé a notar cómo esta dialogaba con un montón más que no habían sido trabajadas. En ellas encontré todo un proceso ideológico que me permitía precisar no sólo cómo había sido el antipositivismo en Argentina, sino también qué autores les interesaba leer a los estudiantes y bajo qué ideas se convocaban. No sólo me concentré en aquellos proyectos que los estudiantes lograron o no lograron. Puse atención en las pequeñas cosas. Las revistas te permiten recuperar las pequeñas voces que intentaron instalar una lectura y que quedaron olvidadas. Me permitieron llegar a un coro de la pluralidad de proyectos que hubo.

–¿Qué importancia tuvieron las revistas para que se produzca la Reforma?

–Se ha dicho mucho sobre la Reforma Universitaria y se sigue diciendo mucho. La posibilidad de recuperar estas revistas y las producciones materiales de ese momento, permiten descubrir cómo fue todo eso. Efectivamente las revistas parecen haber funcionado como una instancia de reunión. Implicaron también la posibilidad de trazar solidaridades con otros grupos, como los sindicatos y sectores del movimiento obrero. Y también instaron a los estudiantes a definir una posición política. Recuperar eso como historiadora significa descubrir que un grupo no es todo lo que dijo y afirmó, sino también sus intentos; las cosas que quiso decir, las invitaciones que trazó, por ejemplo. Es central volver a esos papeles y materiales porque permiten acceder a la dinámica que tuvieron esos movimientos y no pensar a la historia desde las grandes figuras. A través de ellos podemos rescatar a quiénes las distribuyeron, a quiénes se les pedía que escribieran un poema para publicarse o qué lugar ocuparon las mujeres. Nos permite ver mucho más el movimiento y la dinámica de los grupos estudiantiles que el discurso sistemático que pronunciaron los líderes de la Reforma.

–¿Se perdió esa instancia de debate en la actualidad?

–Creo que sigue teniendo un lugar importante la posibilidad de sistematizar un discurso, sea en papel, en una intervención en las redes o en una revista digital. Está instalada la opinión de que en la virtualidad “se publica mucho y se lee poco”, pero con las revistas de aquel momento seguramente también pasaba eso. No es que un estudiante recibía la revista y la leía de punta a punta o la estudiaba. Llevaba una revista, un volante, un folleto…Todo eso hacía al mundo de palabras, de discursos, de iniciativas y creo que hoy se exagera esto de que se publica mucho y no se lee. Es un funcionamiento que se puede advertir no sólo en lo digital, sino también en lo analógico.

"Las revistas universitarias parecen haber funcionado como una instancia de reunión. Implicaron también la posibilidad de trazar solidaridades con otros grupos, como los sindicatos y sectores del movimiento obrero. Y también instaron a los estudiantes a definir una posición política."

–¿Qué condiciones específicas se dieron en ese momento para que estallase la Reforma?

–Esa es la gran pregunta de los historiadores e historiadoras. Cuando hablamos de una revolución, de una revuelta, ¿tenemos que marcar un salto abrupto en la historia o hay cosas que vienen de antes? Si vamos a buscar grupos estudiantiles que reclamaran por una reforma universitaria, que quisieran democratizar las universidades o que pidieran asistencia no obligatoria y cátedras paralelas, no lo encontramos sólo en junio de 1918 en Argentina. Si hay novedad en ese momento, tiene que ser otra cosa; esa agenda gremial de los estudiantes ya era vieja. No hay que creer en el mito de la historia que dice “acá empezó todo, 15 de junio de 1918, estalla la Reforma Universitaria, todo novedad”. La novedad de ese momento histórico está en la decepción ante la civilización europea como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y en el entusiasmo de las izquierdas –anarquistas y socialistas– frente a la Revolución Rusa. En el plano local, el yrigoyenismo abre toda una etapa de desplazamiento de la oligarquía del centro del poder estatal. Todo eso los está interpelando a los estudiantes de una forma masiva.

–¿Qué cambia en la figura del estudiante luego de 1918?

–La performatividad de la Reforma construye un nuevo actor social que antes no estaba. Previo a 1918, había una continuidad que presionaba a los estudiantes a cursar cuatro años y después inscribirse como parte de una elite cultural o política. Eran los futuros gobernantes de la nación. Entonces la carga ética de la universidad tenía que estar en función de formar al estudiante para los puestos del futuro político. La novedad que trae la Reforma es que los estudiantes tienen que pensarse como actores sociales. Deben definirse en una sociedad, ya no como futuros gobernantes, sino en el presente. Tienen que intervenir. Van a decir “estoy a favor de la oligarquía” o “la huelga es justa”. Ese es el nuevo desafío: porque son actores políticos tienen que decir algo en el presente. Yo creo que el estudiante como actor social es algo que persiste.