Algún iluminado se tomó el trabajo de hacer un cuadro sinóptico que se volvió viral. El esquema asignaba corazones bien constituidos a las parejas que siguen en pie. Y un corazón roto a las parejas que ya no lo son. El dibujo deja ver que a estas celebrities las une una fuerza endogámica: ¿será que lo que lxs impulsa a seguir pescando dentro de una misma bañadera es sentirse más cerca de la Realeza?
El "genograma" anónimo muestra cómo en esta madeja de linajes y amoríos de famosos del showbiz local se trazan conexiones que van de Maradona al tío del marido de Pampita, pasando por el gato embalsamado de Daniela Cardone. Y aunque a simple vista cueste verlo, son los corazones que se rompen el verdadero motor que va generando nuevos eslabones de la red. Uniones que además son casi todas fértiles: se deja descendencia como quien deja su marca de orín en un cuadrado de tierra.
Cómo analiza con todos los detalles Mariana Moyano en un episodio de su podcast Anaconda dedicado al tema, la TV que no le pudo seguir el ritmo del Wandagate terminó mostrando un único minuto a minuto, el de su propia debacle. El estallido del affaire, justo el día de la lealtad, le bajó el volumen a todos los otros temas de interés nacional. Como reacción a esa manía de montar un ring de barro donde poner a las chicas, se delinearon campos de batalla: conservadurismo versus una actitud prosexo. Se armaron equipos en apoyo de uno u otro vértice del triángulo, incluso en el debate entre candidatxs a diputadxs por la provincia de Buenos Aires. Myriam Bregman se declaró team China, “porque el amor es libre”, y Cynthia Hotton, team Wanda porque con la familia no se jode. La sed por el Wandagate y todas sus precuelas, que figuran en el cuadro sinóptico, seguramente se deba a las ganas de alivianar la existencia después de tantos partes diarios con muertos, pero también expresa ansiedades, preguntas, aspiraciones de ese manojo de enredos sin salida y dramones que llamamos pareja monogámica y heterosexual…
En celo
Icardi, según Yanina Latorre, “es el ser más celoso que existe sobre la tierra”. “Tiene celos de Maxi López, de Eros Ramazzotti, de todos los que le escriben a Wanda. Le revisa el teléfono, tiene la clave, si ve que se hace la viva en Instagram, que se saca el anillo, él borra posteos”. Pero unos seis días después del estallido supimos por las stories de nuestro Otelo en París de una posible reconquista: subió una selfie sin cabezas en la que Wanda se agarra, dormida, del elástico de su calzoncillo. Escribió: “Cuando están en Mood soltera en instagram pero a la noche venís a pedir perdón! ¿En qué quedamos Wanda Icardi? No me queda claro”. Enseguida lo borró. Según cómo se la mire, la dupla Icardi-Nara podría ser el colmo de la toxicidad, de la cursilería o de una inocencia que enamora.
Este par de pájaros lo hace a todo trapo: se reconcilia en París, con el anillo que ha vuelto al dedo del que nunca debería haberse zafado, con los tattoos mellizos, con el mate del desayuno entre filtros de burbujas. ¡Se volvieron a elegir! Y la reconciliación fue tan rimbombante como el quiebre: Monogamia ATR. No olvidemos que la heterosexualidad entendida como modo de vida, cuando rompe, rompe con todo, y cuando vuelve a juntar, va preparando una tumba de dos plazas.
Team Hillary vs Team Lewinsky
Fue el primer gran escándalo sexual y político que antes de ser televisado estalló en lo que en ese momento se llamaba World Wide Web. Con la revolución digital naciente, el escándalo por el romance de Bill Clinton con Mónica Lewinsky, explotó no con el diario y el café de la mañana sino en la Internet en pañales. Los detalles pasaron a ser códigos culturales pop de esos años: el vestido azul de GAP, el uso que le daban al cigarro, las grabaciones que filtró la amiga de Mónica. Pero ¿qué tendrá que ver Mónica Lewinsky con nuestra China recién separada? En su libro Pensamiento monógamo y terror poliamoroso, la escritora catalana Brigitte Vasallo recuerda esta historia como uno de los casos más pomposos a nivel planetario a la hora de poner en discusión la exclusividad sexual.
En 1999, cuando el affaire salió a la luz, dice Vasallo, se pusieron en marcha varias maquinarias simultáneas. La primera fue la de criminalizar hasta la locura el hecho de haber tenido relaciones sexuales. Hasta se supo cuántas veces: exactamente nueve. Por otro, la de dejar una marca a fuego en la vida de la joven pasante de la Casa Blanca. Si bien a Clinton la aventura le valió un impeachment, en su caso la vergüenza y humillación nunca alcanzaron los niveles que soportó Lewinsky. Y, por último, la victimización extrema de Hillary. Porque, como marca Vasallo, entre todas las conversaciones públicas y análisis que suscitó este incidente a casi nadie se le ocurrió que tal vez el acuerdo de este matrimonio podría haber sido distinto a los pactos más clásicos. Podrían haber tenido un arreglo de no exclusividad, por ejemplo. De ser así, se hubiera derrumbado la imagen de la pareja presidencial porque para que el amor sea verdadero debe ser exclusivo. Y siempre es más sencillo hablar de traición que de matices.
Si estas historias son siempre leídas en los términos del guión del triángulo que sufre, es decir, el macho, la zorra y la engañada –una figura que no encaja del todo en Wanda, que jamás se ha puesto en lugar de víctima- es porque ése es el elenco estable de la monogamia, entendida como la entiende Vasallo, o sea, como una pareja con pretensiones de eterna, de exclusiva y que jerarquiza ese lazo por sobre todos los otros vínculos y formas de afecto, incluida la amistad. Si el amor exclusivo es el paraíso, su enemigo más temido es el engaño. Y si hay engaño, hay culpables.
De acuerdo a ese libreto se comportó Icardi: pidiendo disculpas públicas por su icardiada y argumentando a su favor ser un gran padre, un padrastro que le pone onda y darle todo a Wanda, al punto de que a él sólo le quedan los vueltos con los que se compra ropa en H&M. Si sumamos a la tercera que mete sistemáticamente el hocico en el nido ajeno, hay equipo.
La rueda mágica
Es que para que la monogamia funcione en su sentido más monopólico -como sistema de pensamiento y organización de la vida, que da forma desde nuestras leyes hasta la arquitectura-, necesita de un reverso. Y esa monogamia en su forma más expandida, en su versión más conservadora -llamémosla Team Hotton-, es a todo o nada, y viene de la mano de un romanticismo que promete que el amor es una línea que no puede parar de crecer.
A sus seguidorxs nos encanta Wanda porque vivimos con ella la ilusión de su subidón sin fin. Sí, incluso ella, mujer casada con cinco cesáreas, no se permite parar de subir. Lo hace con sus viajes, con cada nuevo contrato millonario, con sus embarazos sin náuseas, con las aventuras de sus hijos en Disney.
Así, el Wandagate cumple con la partitura del amor exclusivo y sus venenos: el flechazo en plena trampa, la conquista y la huida, la descendencia que se multiplica al ritmo de la fortuna, el engaño... y la reconversión. Crisis y tregua se necesitan.
El pacto de exclusividad solo puede funcionar siempre y cuando sobrevuele el fantasma de la traición. Después de un desmadre espectacular -generado por un intercambio de cuatro mensajes cachondos- la reconciliación de esta pareja que juega a buscar una y otra vez su happy end definitivo fue todavía más espectacular. Renovaron sus votos: con la Torre Eiffel, una cartera Hermes y cinco millones de seguidores como testigos, se juraron adoración y muerte. La rueda del romance restaurado vuelve a rodar. Un nuevo comienzo. Que el amor abra paso a sus sobrevivientes: esta vez, es en serio…