Cuando tenía nueve años, allá por los albores de los dos mil, la fantasía neoliberal se estaba cayendo a pedazos y yo me evadía de la realidad mirando comedias románticas de forma obsesiva. Una de mis favoritas era “Amor Ciego”, con Jack Black y Gwyneth Paltrow: un filme que fue un éxito entre adolescentes. Acá, Jack actúa de un boludón superficial que, básicamente, la única forma que tiene de salir con una chica gorda es bajo estado de hipnosis. A través de una suerte de hechizo que ejecutan sobre él, se enamora de Rosemary, a quien ve como la más Barbie de las Barbies: ella es perfecta, salvo porque en realidad es gorda, pero Jack Black no sabe esto.
La película es una seguidilla de chistes estereotipados sobre la gordura de Rosemary: van a un restaurante y ella pide todo lo que está en la carta, se baja tres litros de chocolatada en cinco segundos, rompe una silla cuando está sentada, etc. Al final, él conoce cómo es su verdadero cuerpo, pero la ama a pesar de, porque lo importante “ES LO DE ADENTRO”. El filme, que se presenta como “body positive”, solo subraya que los cuerpos gordos son indeseables y que la gordura es algo gracioso.
Para hacer esta película, Gwyneth literalmente se disfrazó de gorda. Ella misma admitió, en una entrevista con Netflix, que hacer esto fue “un desastre”, porque sintió en carne propia cómo la humillaban “por ser obesa”. Me imagino su alivio cuando se apagaban las luces del rodaje y podía colgar su disfraz de gorda y terminar esa pesadilla, para volver a su realidad como abanderada de la perfección.
El mundo del espectáculo, pero sobre todo de Hollywood, moldeó a su gusto y preferencia cómo la audiencia tenía que ver e interpretar a las personas negras, marrones, de pueblos originarios, discas, gays, a las personas gordas, a las mujeres, a la gente vieja, judixs, musulmanxs, bisexuales, queer, intersex y a las tortas; es decir, todo lo otro para la industria. Por eso, en muchos casos, fueron varones quienes se “disfrazaron” de aquellos otros que querían representar, reduciendo a la noción de disfraz a esas identidades, y reforzando a partir de imágenes grotescas estereotipos y prejuicios socialmente enquistados. Desde Johnny Depp actuando de nativo americano, hasta Peter Sellers haciendo de indio en “La fiesta inolvidable”, pasando por años de black face, donde actores blancos se pintaban la cara de negro para hacer como si lo fueran y, de esa forma, reírse de quienes representaban. La industria del cine está plagada de estos ejemplos.
Hoy en día, los movimientos feministas, LGBTIQ+ y les activistas por la diversidad corporal y los derechos de las personas racializadas denuncian lo problemático de esta práctica. Recuerdo cuando, por ejemplo, se cuestionó fuertemente por qué Eddie Redmayne fue seleccionado para interpretar “La chica danesa”, y no le dieron ese papel a una actriz trans; o, por ejemplo, cuando Scarlett Johansson se bajó en el 2018 de un rol donde iba a encarnar a un varón trans, debido a la crítica que recibió por quienes acusaban a los estudios de solamente contratar gente cis para esos papeles.
Volvamos a “Amor ciego”. A principios de los 2000, las películas de actores flacos “disfrazados de gordos” eran furor. En un escenario donde la cultura pop estaba dominada por cuerpos atléticos, poner a un actor de estas características dentro un cuerpo gordo daba lugar a una imagen grotesca que habilitaba burlas humillantes y crueles sin matices. Sin embargo, veinte años después, el tren de los “trajes de gordos” sigue andando.
Hace poco, Sarah Paulson tuvo que admitir públicamente que se arrepiente de haber usado este tipo disfraz en la serie “Impeachment: American Crime Story”, y que es consciente de que pudo haberle sacado una valiosa oportunidad a una actriz con cuerpo gordo.
El último caso de estas características es el de Renee Zellweger, que impactó luciendo irreconocible con este disfraz para interpretar a la convicta Pam Hubb. Reneé, que en los comienzos de su carrera tuvo que aumentar de peso para su rol en “El Diario de Britget Jones”, dijo que no quería modificar más su cuerpo para seguir actuando. Y eso es válido, sin embargo, ¿por qué poner a una actriz flaca en un papel que debería ir para alguien con un cuerpo gordo? ¿Cuál es la diferencia entre eso y hacer black face? ¿Faltan actrices gordas o no tienen oportunidades frente a una flaca consagrada? ¿O será que las actrices con cuerpos gordos no pueden consagrarse porque siempre hay una flaca que acapara los papeles donde podrían brillar?
Consciente de las críticas que recibió por haber premiado sistemáticamente solo a varones blancos, la entidad que entrega los Premios Oscar está haciendo un giro con respecto a esto. En las últimas ediciones de este galardón, se privilegiaron las narrativas donde las mujeres son protagonistas y distinguieron particularmente a actores y directores que no son blancos, como ocurrió con les realizadores de “Nomadland” o “Parasites”. Sin embargo, este movimiento no está teniendo en cuenta a les activistas por la diversidad corporal, que denuncian cómo las personas gordas continúan siendo representadas en la pantalla: casi siempre a través de historias donde son mostrados como sujetos decadentes, incompletos, tristes, incapaces de ser deseados, vagos, o donde la gordura es un elemento de la comedia. O con guiones que pasan por la idea de la superación, por ejemplo, donde “una gorda se esfuerza mucho y cumple sus sueños”, (casi siempre, el sueño de ser flaca). No es así en todos los casos, pero sí en una gran mayoría. Tal vez, porque es muy difícil para el discurso mainstream desandar la idea de que los cuerpos gordos no son cuerpos enfermos que necesitan ser justificados.
Pasaron casi veinte años desde que era una niña obsesionada con las comedias románticas. Ahora las historias de amor me aburren o me dan ansiedad. Sin embargo, aún tengo una fantasía: una comedia romántica -que no sea heterosexual, por favor- donde una de las protagonistas -o dos, o más- es gorda, y su gordura es una característica más del personaje. Que tenga una historia compleja que contar y que el final no sea que la belleza está en el interior. Por eso me gustó tanto “las hijas del fuego”: una amalgama de chicas gordas y eróticas que se celebran sin la exigencia de dar explicaciones sobre el tamaño de sus cuerpos.