Ni dos clásicos del fútbol argentino ni un clima que invitaba a quedarse en casa impidieron que Fito Paez se anotara otro llenazo. Aunque esta vez el escenario no fue el Luna Park u otra sala de la calle Corrientes, sino la Feria del Libro. A manera de corolario de la edición 43 del evento, que culmina hoy, el músico rosarino presentó Diario de viaje, que dio pie para el relanzamiento de su primer libro, La puta diabla (ambos publicados por Editorial Planeta). “Domingo de gol. De alegría para algunos y de tristeza para otros”, saludó el artista al salir ayer al escenario de la sala Jorge Luis Borges de La Rural, cerca de las 17 hs, junto al periodista Martín Rodríguez, quien se encargó de conducir una entrevista pública condimentada por anécdotas, alusiones y reflexiones. “Las cosas las hice porque tuve ganas. A veces con prepotencia y a veces con más deseo. Pero siempre intentando sacarme algo de encima para estar pleno y liberado”, justificó Paez su aproximación a otras expresiones del arte, más allá de la música. “Quizá por eso existe este movimiento de género a género, y con esa impunidad. No hay que pedirle permiso a nada”.
Ante la pregunta de en qué se diferencia el cine, género en el que incursionó anteriormente (dirigió dos films y un mediometraje) de la literatura y la música, el rockero afirmó que a las dos últimas las aúna la libertad. “Sólo necesitás unos papeles y una birome”, señaló. Si La puta diabla se centra en la novela como género, Diario de viaje es un libro que, en primera persona, recopila sus andanzas de 2015. Sin embargo, Paez desde el vamos se corrió del imaginario del escritor. “No formo parte de la literatura. Es una entelequia para mí. Yo soy un flaco a quien en su Rosario natal le enseñaron a leer y a escribir, y que consumió Julio Verne, El Exorcista, Onetti y Borges. Así empezaron a llegar las cosas. Supongo que comencé a escribir porque no tenía más ganas de leer. Sucede lo mismo con la música”. Aunque al momento de reconocer sus principales referencias literarias, citó a Manuel J. Castilla y a Fogwill. Pasando por Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla, Clarice Lispector o más recientemente a María Moreno. Incluso a los griegos. “Todo vale, hasta Manuel Puig”.
Durante la disección de Diario de viaje, saltaron varios tópicos, entre ellos la opinión de Paez acerca del disco Clics modernos, de Charly García. “Considero que es un álbum que cambia el mapa de la música popular del mundo. Hasta ese momento, no se había escuchado nada parecido a eso. Y quedó como una rara avis en el océano musical americano”. Esta reflexión sirvió de preámbulo para que el cantautor se sentara en el piano dispuesto sobre el escenario para hacer un par de temas de uno de sus mentores. Pero ninguno de ellos se referían a ese trabajo: “Mi amor no se va a llamar” y “Confesiones de invierno”. En esas idas y vueltas que alberga su segundo libro, Fito también teoriza sobre la música en esta época. “La música popular, en el Siglo XX, acompañó procesos políticos. Spinetta, García y Nebbia no le tuvieron miedo a la Academia. Cuando desaparece todo aquello, la voz al oído de lo que se podía decir o no en dictadura, desaparece. Y la libertad la trajo la red. Y la libertad terminó siendo una red. Qué paradoja. Hoy no precisamos que nadie nos diga nada. Me parece que éste es un gran momento porque es de una confusión hermosa”.
Luego de recordar sus inicios en la música en Rosario, y su incursión en la Trova Rosarina, Paez, quien adelantó que su nuevo disco será “salvaje”, volvió al piano para tocar “La vida es una moneda”. Al retomar la charla, y reconocerse en su juventud como un “peronista refinado al que le gustaban los Stones y Charly”, el músico repasó lo que fue la aparición de su álbum Del 63, el “negocio de los militares en Malvinas, al legalizar el rock mientras muchos chicos iban a la guerra”, y las diferencias de su relación con Spinetta y García: “con el primero pasé más horas frente a los parlantes y con el otro estuve más tiempo sentado en el piano”. También describió el clima político y festivo de la llegada de la democracia. “Estábamos a punto de explotar. Había una sensación de que íbamos a tomar la ciudad. Y eso fue hermoso. Es algo extraño de comunicar. Estoy feliz de haber vivido algo así”. Cuando la charla ya había tomado su ritmo, las luces en la sala comenzaron a advertir que había que finalizar. Por lo que el músico volvió al piano para despedirse con “Mariposas tecknicolor”, ante la advertencia de “Todo lo que dice el libro sobre ese tema fue real”.