En los mentideros se notan ya los hervores, de cara a octubre. Ofertas y descartes de nombres son típicos de estas temporadas. En este caso, con buenas dosis de paciencia, realismo y fríos análisis, aunque también con zarpados y disolutos operando, como siempre, entre luces y sombras.
Como sea, se notan algunas saludables coincidencias, como la de ser conscientes de que en octubre se juegan cosas demasiado importantes. “El macrismo va a intentar trampas y fraudes, póngale la firma –afirmaba antenoche un kirchnerista top con llegada directa y habitual a CFK–, pero el mayor problema de estas elecciones somos nosotros mismos.” El acuerdo, en mesa discreta, era que de bandidos y estafadores no puede esperarse otra cosa, y menos con las ansias de eternizarse que tienen estos tipos. “Magnetto es quien preside este país y sigue acumulando un poder absoluto –rezongaba en la cabecera un notable diputado nacional–, mientras nosotros todavía no sabemos con quiénes ni cómo vamos a integrar las listas.”
Las coincidencias –también en otras mesas, otros ámbitos– son varias: a) todo el kirchnerismo mira hacia Cristina con ansia y apuestas parejas entre quienes afirman que será candidata y los que ídem que no; b) todo el kirchnerismo parece resignado a obtener dos diputados (tres en el mejor de los casos) en la CABA, y malician que Carrió y el macrismo podrían superar el 60 por ciento de los votos; c) y todos miran a la Provincia de Buenos Aires con más deseos y esperanzas que certezas matemáticas.
Tales especulaciones y conductas no dejan de ser lógicas, particularmente desde que la marcha de 25 mil personas de los barrios ricos de la Capital hizo pensar al macrismo que su gobierno y sus negocios son para siempre. De ilusiones vive cualquiera, está claro, y ningún sector se priva de tenerlas. Sobre todo cuando es evidente –al menos lo dicen todas las encuestas– que en la Provincia, donde para muchos se librará “la madre de todas las batallas”, el Gobierno contaría con el apoyo macizo de una cuarta parte de las voluntades, o sea ese país que siempre fue sólo folklóricamente argentino porque le hubiese encantado ser inglés, tiene vocación de colonia y encima le han lavado la cabeza y lo han llenado de rencores a fuerza de clarines, naciones y te-enes. “Pueden llegar a superar el 30 por ciento y rozar el 40 como en Francia, España, casi toda Europa y los Estados Unidos –desliza en otro mentidero un reconocido analista de “la City”–. Hay que convivir con ese monstruo, al que no será fácil doblegar.”
Lo notable, al menos para quienes recorremos el país y estamos atentos a lo que sucede extramuros porteños, es que las dirigencias capitalinas parecen ignorar, y hasta desdeñar, los aconteceres provincianos, que aunque no tienen el caudal de votos bonaerense, en todas las elecciones cuentan y demuestran que la Argentina verdadera es mucho menos tilinga y cambiante.
Y sobre todo es curioso, y notable, que cuando a algunos dirigentes abroquelados en el microcentro y otros micromundos de la CABA se les advierte lo anterior, lo aceptan como algo cierto y necesario de considerar. Cinco minutos después de lo cual vuelven a las típicas consideraciones y análisis que reducen la República Argentina al puerto, como en el Siglo 19.
Parafraseando a Arturo Jauretche, deberían “al menos vistear” lo que pasa más allá del conurbano y la megaprovincia. Porque las elecciones –las de octubre y las de siempre– suelen definirse bastante o muy lejos del Obelisco. El 22 de noviembre de 2015, o sea en las últimas elecciones, el macrismo-radicalismo que hoy destruye a esta nación fue consagrado en las urnas de Córdoba, donde obtuvieron más del 70 por ciento de los votos. Y en Santa Fe y en Mendoza, que con la anterior son las otras tres provincias más pobladas y ricas de la Argentina.
Pues en esas provincias –hay que decirlo, por si los porteños y los muchos provincianos aporteñados de la política nacional no lo ven– mirado desde el campo nacional y popular que es el que se supone nos importa, hoy impera una fea mezcla de decepción, resentimiento y total ausencia de liderazgos locales. Por eso en Córdoba muchos chicos universitarios y no pocos intendentes del ahora –allí y de hecho– desaparecido FpV se pasan al delasotismo o sucumben ante los espejitos de colores que ofrece el incalificable gobernador Sr. Schiaretti.
En Mendoza el gobernador radical-pro, que supo ser chupamedias de Néstor Kirchner, se maneja con total impunidad, ha destrozado al movimiento docente y disfruta de la casi inexistencia de oposición. Y en Santa Fe el espectáculo electoral es otra vez paradoja pura: en el frente socialista hay radicales y peronistas; en el frente radical hay socialistas y peronistas; y en el frente peronista hay socialistas y radicales. “Chúpense ésa los porteños”, dice un operador que trajina para vencer las resistencias a retornar a la política de María Eugenia Bielsa, la siempre bien posicionada ex candidata que se plantó dignamente cuando desde el FpV en Buenos Aires le quisieron imponer laderos impresentables.
Si la sociedad bonaerense donde se espera definir la gran batalla está dividida en tres tercios (suponiendo uno peronista, kirchnerista o como quieran designarlo; otro macrista, radical, gorila o como se llame; y el tercero, claramente definitorio, disperso entre izquierdas, massismo, sociedad rural, confusos y votoblanquistas), por eso mismo no parece aconsejable desatender lo que sucede en casi 20 provincias. Entre ellas Tucumán, San Luis, Corrientes, Chaco y las patagónicas, cada cual de complejidad propia y no imitativa de lo porteño.
Bueno sería que las dirigencias peronistas adviertan esas realidades y no impongan más candidatos horribles a las jurisdicciones provinciales. Porque para las elecciones del 22 de octubre la unidad bonaerense es importantísima, pero solita puede no alcanzar. Sobre todo cuando, además de ademases, parece que no se dan cuenta de que medio país radical está furioso con la claudicante dirigencia que copó su Comité Nacional y hoy come migajas del macrismo. Y mitad ésa del radicalismo –antioligárquica y de prosapia patriótica– que debería ser convocada por su esencia nacional y popular, yrigoyenista y alfonsinista.
Cuánta falta hace, en esta patria que amamos, que las dirigencias políticas (y ahora, en particular, las kirchneristas) entiendan, acepten y hagan docencia cívica del nuevo y verdadero dilema de la política y del campo nacional y popular: ya no es más peronismo-antiperonismo. Ahora, es pueblo-oligarquía.