Por sus realizaciones, su obra y su capacidad científico-intelectual, Samuel Alejandro Lafone Quevedo fue, quizás, el sabio más importante que residió en Catamarca durante la segunda mitad del siglo XIX y que, por distintas razones, debió abandonarla para morir en La Plata en 1920.
Había nacido en la ciudad de Montevideo el 28 de febrero de 1835. Era el hijo mayor del empresario inglés Samuel Fisher Lafone, casado en Buenos Aires en 1833 con María Prieto de Quevedo y Alsina. Estudió en la Universidad de Cambridge donde obtuvo el grado de Magister Artium (Maestro en Artes). Cuando se radicó nuevamente en Argentina, se incorporó a la empresa de su padre, que tenía intereses comerciales en Inglaterra, Montevideo, Punta del Este, Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Catamarca y hasta en las Islas Malvinas.
Samuel Alejandro inició, entre 1858 y 1859, su actividad como administrador de las explotaciones mineras en el Departamento Santa María, en Catamarca, trasladándolas más tarde, en 1870, a Pilciao, en el Departamento Andalgalá. Colaboraron con él, en Pilciao, hombres de ciencia y de trabajo como Federico Schickendantz, Hans Heller y Diego Terril. Aquí inició Lafone su admirable labor en el estudio de la arqueología, filología e historia del Noroeste Argentino.
Sin duda, Pilciao constituye uno de los capítulos más apasionantes en su vida. Estableció allí una planta industrial para el procesamiento de los minerales y también desarrolló una intensa actividad cultural, enseñando primeras letras y música. Formó una orquesta de cámara y un coro bajo su dirección. Figuras de la talla del Perito Moreno, Adán Quiroga, Antonio Larrouy, Adolfo Carranza o Juan B. Ambrosetti visitaron a Samuel Lafone Quevedo en su residencia andalgalense de Pilciao. En 1880 publicó conjuntamente con Schickendantz el libro Las Industrias de Catamarca, estudiando Lafone lo vinculado con la viticultura y la enología.
Entre 1883 y 1885 escribió en el diario La Nación una serie de colaboraciones sobre diversos temas relacionados con la arqueología, la etnografía, la geografía, la lingüística, el folklore y la historia de Catamarca. Años después, con algunas correcciones, reunió aquellas cartas y las editó en forma de libro con el nombre de Londres y Catamarca, una de sus obras más importantes. En 1898 publicó Tesoro de Catamarqueñismos, diccionario fundamental para el conocimiento de la lingüística indígena, donde analiza centenares de voces del quechua y del kakán. Con justa razón fue llamado “el ínclito iniciador de los estudios históricos catamarqueños”.
A fines del siglo XIX, luego de la quiebra de su empresa catamarqueña, se inició el establecimiento casi definitivo de Lafone en Buenos Aires. Fue miembro de número de la Junta de Historia y Numismática (antecedente de la Academia Nacional de la Historia). Tomó a su cargo, por gestiones de su amigo, el Perito Francisco Pascasio Moreno, la dirección del Departamento de Lingüística del, por ese entonces famoso en el mundo entero, Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Será el sucesor del Perito Moreno en la dirección de ese Museo y su gestión se extenderá entre 1906 hasta 1920, año de su muerte.
Por su parte, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires le otorgó el Doctorado Honoris Causa. En esa Casa de Altos Estudios dictó la cátedra de Arqueología Americana, la primera de su tipo en el país. En ese periodo promovió importantes misiones arqueológicas sobre las culturas prehispánicas del Noroeste. Como acertadamente lo señala su biógrafo Guillermo Furlong, “a los 63 años tuvo que iniciar una nueva etapa de su vida, trocando su república de Pilciao por la docencia universitaria en los más importantes centros del país”. Nuestro protagonista murió en la ciudad de La Plata el 18 de junio de 1920, a los 85 años de edad.
Días antes de morir, el 13 de junio, había dictado testamento en su domicilio particular de la ciudad de La Plata, ante el escribano de esa ciudad, quien lo encontró “enfermo en cama, pero en pleno uso de sus facultades intelectuales, según su cabal juicio y modo de razonar”. Hemos rescatado del olvido las mandas testamentarias en las cuales Samuel Lafone Quevedo se refiere, por última vez en su vida, a esa Catamarca en la que todavía pensaba a escasos días de su muerte. Legó quinientos pesos moneda nacional para el templo parroquial de Andalgalá, en Catamarca, doscientos pesos para el cura párroco y mil doscientos pesos a la Catedral de Catamarca. Donó a las escuelas de Andalgalá una propiedad existente en la esquina de las calles Núñez de Prado y Belgrano, para que allí pueda instalarse una escuela, “rogando a las autoridades escolares quieran ponerle mi nombre como recuerdo a los muchos años que serví al Departamento en calidad de Presidente de su Consejo Escolar”.
De la lectura del testamento se desprende que la familia de su hermana Julia Grace Lafone Quevedo de Blamey es la que hereda gran parte de los bienes de su hermano Samuel en Catamarca, Tucumán y Punta del Este. Su sobrina Ana Evelina Blamey Lafone, hija de Julia Grace y esposa de su primo hermano Tomás Tomkinson Lafone, también sobrino de nuestro Samuel, recibe los bienes existentes en los distritos de Malli primero y Malli segundo (Andalgalá) y también otras propiedades en Catamarca y Tucumán. En Andalgalá, Samuel Lafone contaba entre los bienes más importantes la finca, bodega y estancia de Santa Rita de Huasán, bajo la firma Lafone y Blamey. Agrega que aquello no enumerado en este testamento, “todo lo mío sito en Huasán”, pertenecerá a su hermana Julia, excepción hecha de libros, manuscritos y “cosas así”, que pasarán a pertenecer a colecciones y bibliotecas. Todos los libros que constituyen su biblioteca, manuscritos y otras cosas que puedan considerarse como pertenecientes a las colecciones existentes en el Museo de La Plata y en Huasán “corresponden al monto de mis bienes y de ellos dispondrán de común acuerdo” su hermana Julia Lafone de Blamey y su sobrina Anita Blamey de Tomkinson.
Es sabido que buena parte de sus colecciones arqueológicas procedían del oeste de la provincia de Catamarca. Al respecto, dejó asentado en su testamento que en el Museo de la Plata se hallan depositadas todas sus colecciones arqueológicas, y agrega que “mi deseo es que no salgan de la Argentina, porque en suelo argentino se hallaron”. A renglón seguido agrega que en el Museo Británico de Londres tiene depositados algunos objetos arqueológicos “diaguito-calchaquíes”, los cuales fueron legados a ese Instituto sin otra obligación que la de facilitar moldes o fotografías de ellos al Museo de La Plata, o al de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, si alguna vez lo solicitaren.
Nuestro protagonista fue primo hermano de Argentino Rodolfo Quevedo, que había sido vicegobernador de Catamarca entre 1912 y 1915 y al que dejó en herencia cinco mil pesos moneda nacional para ayuda en la educación de sus hijos, y de Manuela Quevedo, tatarabuela del actual presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou.
Samuel Alejandro Lafone Quevedo fue sepultado en el cementerio de La Plata el 20 de junio de 1920, en el mausoleo familiar de Luis María Torres, su amigo y sucesor en la Dirección del Museo de la Plata. Más de un siglo después, allí descansan sus restos hoy.
*Historiador