El Crespín, Tapera Naevia, pertenece a la familia de los cucúlidos y es el único miembro del género tapera. Su canto, como quejido o llanto, es común escucharlo en las siestas de las provincias del norte, pero también habita en la zona centro del país hasta la provincia de La Pampa.
“Es una de las pocas especies parásitas - que no hacen nido-, sino que aprovechan los nidos de otras aves colocando allí sus huevos. En Catamarca suelen ocupar los nidos de las “Rúas” (Cacholotes castaños), que suele ser muy voluminoso y de forma alargada, hecho con palitos espinosos ”, cuenta a Catamarca/12 el biólogo Roberto Salinas.
Se trata de un ave que no supera los 28 centímetros y los 40 gramos de peso. Su plumaje es marrón claro y posee una cola larga. Tiene una ceja clara muy notable en la cara y una cresta oscura con manchas pálidas en la punta de cada pluma, que suele levantar repetidas veces mientras canta.
“La dieta del Crespín es variada, se alimenta de insectos grandes, como langostas y gusanos. Es un ave muy fuerte que puede dar picotazos y lastimarte”, cuenta Salinas.
En Catamarca, se lo encuentra en las localidades de Bañado de Ovanta y Alijilán, pero también en el Valle Central. Su vuelo es lento y suele andar en los límites entre los pastizales y las zonas de árboles, que luego utiliza para protegerse en caso de divisar una amenaza. Es un ave desconfiada, inquieta y errante.
Es muy difícil de ver, pero fácil de detectarla por su canto, que es la onomatopeya de su nombre vulgar: cres-pín, cres-pín, repite como un lamento tanto de noche como de día. Se los empieza a escuchar a principios de noviembre hasta finales de febrero. “Se trata de un ave migratoria, que busca el verano para poder tener alimento más abundante. Luego de que sus crías nacen, se van”, dice el biólogo.
Afortunadamente, el Crespín es una especie de ave que no se encuentra amenazada. “Lo que puede suceder, por su tipo de alimento, es que coma algún insecto que se haya vuelto resistente a los agrotóxicos y esto envenene a su vez al ave”, dice Salinas.
La leyenda
La leyenda del Crespín es una de las más conocidas. Además, y en su honor, esta ave tiene escritas letras del folclore para chacareras, valses y chamamés.
La historia de su origen y de su triste su canto, la cuentan en Chaco, Santa Fe y Santiago del Estero, pero también en Catamarca.
Había una vez un matrimonio. Él se llamaba Crespín y era un hombre muy responsable que se dedicaba a la siembra, probablemente al cultivo del maíz. A su esposa, que también era trabajadora, le costaba la responsabilidad y tenía cierto gusto por las fiestas y el baile.
Un día, el hombre tuvo fiebre, pero de igual manera trabajó porque estaba en temporada de siega. Así pasaron los días y su salud iba desmejorando. Una tarde, cuando llegó a su casa, le pidió a su esposa que fuera al pueblo a comprarle medicamentos.
La mujer fue inmediatamente, caminó varias horas hasta llegar al lugar,y compró el remedio. Pero, cuando iniciaba el regreso, se encontró con que estaban preparando una fiesta para todos en el pueblo. Se quedó, ayudó con los preparativos y comenzó a bailar olvidándose de todo.
Así, pasaron tres días. Un vecino fue a buscarla y le dijo que su marido estaba agonizando. Ella no lo escuchó y le dijo que ya habría tiempo para las tristezas. Cuando el festejo concluyó, tomó los medicamentos y regresó a su casa.
Su esposo había muerto dos días antes y los vecinos lo habían enterrado. Ella no supo y comenzó a llamarlo -“Crespín, Crespín”, gritaba adentro de la casa. Al no tener respuesta salió al campo y siguió llamándolo mientras caminaba por el maizal -“Crespín, Crespín”.
Agotada y sin saber dónde podía estar su marido, le pidió a Dios que le de alas para poder elevarse y tener un mejor panorama para buscarlo.
Fue convertida en ave y desde entonces llama a su esposo de día y de noche, con una voz triste, casi un lamento, esperando encontrarlo.