La edición 27° del Festival de Cine Latinoamericano Rosario, que organiza el Centro Audiovisual Rosario, concluyó ayer entre galardones y proyecciones. Entre todo lo bueno que sucedió, destaca de manera invariable el regreso a las salas, con la posibilidad intrínseca de compartir las películas con el público pero también con sus artífices, rasgos constituyentes de la experiencia cinematográfica verdadera, imposibles de ser reemplazados por el mejor streaming.
Repartido en dos sedes –Cines del Centro y Nuevo Monumental–, hubo también lugar para las charlas, emitidas en este caso por el Canal de YouTube del CAR y alojadas allí para quien desee consultarlas. Su temática es obligada (“¿Cómo se construye un archivo audiovisual?” / “Preservación y acceso de archivos audiovisuales en Argentina”) y de carácter urgente respecto de la falta de cuidado y de políticas destinadas a la preservación del material audiovisual; vale decir, Argentina continúa sin cinemateca.
Este año, la novedad de peso la supuso la inclusión de la categoría Mejor Largometraje. El jurado compuesto por Demian Rugna y Victoria Solanas otorgó el premio a Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera. En esta ocasión, el director de M y Tierra de los padres ensaya una aproximación a su padre, a su pérdida de memoria, a la historia argentina más reciente –de saldo deudor entre el terror de Estado de la última dictadura (la madre de Prividera, Marta Sierra, fue secuestrada en 1976) y el macrismo–, a la complicidad del “qualunquismo” que distingue a gran parte de la sociedad argentina, y al propio cine: Adiós a la memoria rescata el material fílmico realizado por el propio padre, lo indaga y le pregunta. Construye un recorrido de vida en donde el fuera de cuadro oficia latente, como contrapunto a las sonrisas a veces fraguadas, propias del registro familiar. En este repaso y reconstrucción, asoman también las primeras imágenes ya propias del director. Es decir, el legado está y Prividera lo reconoce en ese padre que tomó antes que él la cámara. El cine se enseña y se aprende. Pero hay una molestia que no se esconde y se señala temprano en Adiós a la memoria. Sea con el padre, pero también a través suyo con una sociedad en donde la palabra “memoria” surge molesta. Entre lo mucho que sorprende en la película de Prividera destaca su consistencia formal, si bien ya presente en sus films anteriores –seguramente más contenida y precisa en Tierra de los padres; mientras M quiere decirlo todo y tiene motivos suficientes para intentarlo–, aquí meditada en profundidad, con división entre segmentos/capítulos que enhebran distintas caras que se desprenden y tocan, en función de una comprensión de la historia (la de la película y la que ofrece el paso del tiempo, a su vez materia del cine) que pendula entre el círculo cíclico y su progresión; junto a un relato en tercera persona que encuentra su justificación en cómo, según Freud, se recuerda la infancia. Adiós a la memoria es la película sobre el padre, sobre el hijo, y sobre el conde de Montecristo, figura que espeja tanto en el padre como en el hijo, a partir de los recuerdos y del temor a olvidar. También y sobre todo, Adiós a la memoria es la película sobre el reflejo de muerte viva que ofrece el cine. La confianza está puesta allí, en el cine, en la cámara que mira al otro, en tiempos cuando ya nadie lo hace, ensimismados como están en el narcisismo de los teléfonos. Casi como si se afirmara que sin cine no habría memoria. Es cierto, el digital se borra fácil.
La categoría Mejor Documental –a partir de la tarea del jurado integrado por Nicolás Suárez, Natalia Bruschtein y María Alejandra Frechero– fue para La fuga, de Kani Lapuerta (México), un ejercicio de liberación artística, con el escenario teatral como lugar donde escapar de la cárcel cotidiana de los protagonistas, hombres de rostros adustos y palabras recias, que descubren horizontes personales diferentes entre el maquillaje y las miradas. En la misma categoría hubo Mención Especial para Las picapedreras, de Azul Aizemberg (Argentina). El Mejor Experimental fue para Carta 1, Buenos Aires, dirigida por Vera Czemerinski (Argentina), que encuentra un nexo bienvenido con el film de Prividera, en su rescate del cine familiar como manera de redescubrir la mirada propia. Aquí en virtud de una tía, Elena, quien trae imágenes de un mundo casi lejano, Europa, cuyas imágenes conviven con la prosa en off que la recuerda. Quien narra es Isabella, protagonista de anteriores películas de la misma directora. Czemerinski es hija de Bebe Kamimn –un histórico del cine argentino–, y es la cámara del padre la que aquí dialoga desde la mirada de la hija. La Mejor Animación fue para Cucaracha, de Agustín Touriño (Argentina), cuyo stop-motion de cuño cordobés es tan ejemplar como irreverente respecto de un argumento de declarada raigambre kafkiana. La Mejor Ficción fue para Fabián canta, dirigida por Diego Crespo (Argentina), comedia centrada en los intentos de un dueño de salón (Germán Bermúdez) por imponer su propio show, un tributo a Joan Manuel Serrat, a su clienta (Ana Katz). Hubo menciones especiales para No es nada, de Victoria Mammoliti; y Mundo malo, de Andrés Acevedo Zuleta (Colombia).
El jurado compuesto por María Julia Tadeo, Carlos Tamayo Garcés y Claudia Ruiz, eligió como Mejor Cortometraje de Escuelas a Distancias, de Pablo Alejandro Aramayo (Jujuy, Argentina); y Mejor Cortometraje Rosarino (Premio Económico en carácter de estímulo a la realización, a través de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad) a Epirenov, de Alejandro Ariel Martin, cuyo stop-motion asombra por su meticulosidad y propuesta, de corte existencial, varada en la pregunta solitaria que sobre la vida se hace un ser apocalíptico, construido a partir de desechos. El premio RAFMA (Red Argentina de Festivales y Muestras Audiovisuales. Jurado: Adrián Culasso, María Constanza Curatitoli, Matías Ballistreri) fue para 40 Tableros, del rosarino Alfonso Gastiaburo, que recrea la Argentina de 1939, entre mesas de ajedrez y un maestro polaco que podría ser Miguel Najdorf (Juan Nemirovsky). El premio Cine.ar fue para Saturno, de Gaspar Aguirre, una preciosa animación que indaga en los sueños de su protagonista con un gato tal vez alienígena.
Finalmente, el elegido Mejor Cortometraje del Festival (también Premio Económico en carácter de estímulo a la realización) fue Libertad 121, dirigido por los rosarinos David Pire y Javier Rossanigo. Se trata de un trabajo admirable, en donde la información está cifrada, explicada en los detalles y el fuera del cuadro. Todo gira en torno a una madre/maestra de vida pueblerina (Claudia Cantero), separada, que vive con sus hijos en casa de su padre, pero debe volver a su anterior hogar, recibir a la asistente social y enfrentar la posibilidad de una hipoteca. Una película que es como un paréntesis de nervios. Que hay que enfrentar para sobrellevar lo decidido y tener, tal vez, la perspectiva de un mañana distinto.