La imagen de Brasil en el mundo había sido algo folclórica a lo largo del tiempo. Pais del carnaval y del fútbol pero, al mismo tiempo, de la violencia, la miseria, de la política de subordinación a Estados Unidos. La dictadura militar proyectaba una imagen sumamente negativa desde el punto de vista político, con el modelo mismo de un régimen de terror que luego se extendería por todo el cono sur. La política exterior del país apenas pudo responder a las acusaciones de violaciones a los derechos humanos, los derechos de expresión, el libre funcionamiento de las universidades. El país fue el modelo de dictadura militar en el continente.
En la transición a la democracia y en los gobiernos posteriores, la política exterior siguió estando absolutamente subordinada a la de Estados Unidos bajo la administración de José Sarney, como en las de Sergio Collor de Mello y Henrique Cardoso.
Fue solo cuando Lula finalmente ganó, que Brasil comenzó a tener una política exterior soberana e independiente. Cuando el país comenzó a proyectarse como sujeto activo en el escenario internacional, tanto en los procesos de integración regional, como en los intercambios Sur-Sur y en diversos conflictos internacionales, como mediador para buscar soluciones pacíficas.
Al mismo tiempo que Brasil se convirtió en un referente en la lucha contra el hambre y las desigualdades en el mundo, la política exterior se convirtió en un referente para el continente y especialmente para el Sur del mundo. El reconocimiento de Lula como estadista con dimensión internacional fue un hito en la historia de la diplomacia y las relaciones internacionales en Brasil.
La ruptura de la democracia y el fin de los gobiernos del PT fue un desastre no solo para la sociedad brasileña, sino también para la imagen de Brasil en el mundo. Desde el golpe de 2016, cuando parecía que el país había entrado en un ciclo democrático, de sucesión de gobiernos elegidos por el voto democrático del pueblo -desde Cardoso, pasando por Lula, hasta Dilma Roussef- pero de repente el mundo tuvo que enfrentarse nuevamente con una ruptura de la democracia y un gobierno sin legitimidad, que revirtió las políticas que habían hecho que Brasil redujera las desigualdades que lo habían caracterizado a lo largo del tiempo. Pero la imagen del país en el mundo se deterioraría aún más bajo el gobierno actual. Si Lula se había convertido en un referente mundial positivo de estadista, Jair Bolsonaro llevó la imagen del país a su nivel más bajo y lo proyectó como el referente de presidente más negativo del mundo.
Lula y su ex-ministro de relaciones exteriores, Celso Amorim, viajan a Europa en noviembre, yendo a Alemania, Belgica, Francia y Espana. El viaje de Lula y Celso le recordará al mundo cuánto mejor solía ser Brasil y que una vez tuvo una imagen muy diferente en el mundo. Lula, considerado “the guy” por Obama, Celso considerado el mejor canciller del mundo por los médios europeos. Si nadie quiere recibir a Bolsonaro, nadie más que parias como los presidentes de Ghana y Colombia acceden a visitarlo. Lula es invitado por los líderes de algunos de los países más importantes del mundo, entre ellos Alemania, España, así como con las fuerzas políticas más importantes en estos países y en Bélgica y Francia, incluyendo el Parlamento Europeo.
Lula y Amorim recomienzan la construcción de las alianzas internacionais que fueron parte integrante de los gobiernos del PT y que abrieron para Brasil las mejores y más amplias relaciones con los países de America Latina, de Europa, de Asia y de Africa, así como con los própios Estados Unidos. Si el gobierno actual se enorgullece de ser un paria en el mundo, los gobiernos del PT se enorgullecen de ser respetados en todo el mundo. Lula ahora tiene invitaciones para viajar a países de todos los continentes, donde será recibido como un verdadero jefe de Estado.
Después de Europa, Lula hará todavia este año un viaje a Estados Undos y retomará enseguida sus viajes por Latinoamérica, comenzando por Argentina, con la que mantiene estrechos vínculos desde Néstor Kichner, pasando por Cristina, hasta llegar a Alberto Fernández. A Europa, América Latina y al mundo entero, Lula y Celso Amorim muestran al mundo que el Brasil democrático, popular, soberano, que el mundo había conocido con ellos, está vivo y listo para volver a dirigir el país a partir de 2022.