En comparación con los equipos que llegaron a las finales de la Copa Libertadores de 2018 y 2019, River tiene menos, bastante menos. Para matizar los rojos profundos de su economía ha debido vender bastante. Ya no están en el plantel, puntales de aquellas exitosas campañas. Exequiel Palacios, Juan Fernando Quintero, Ignacio Scocco, Lucas Pratto, Lucas Martínez Quarta, Ignacio Fernández, Rafael Santos Borré y Gonzalo Montiel se han marchado. Y han quedado veteranos de antiguas batallas como Enzo Pérez a los que se sumaron algunas incorporaciones de bajo costo como Ezequiel Palavecino, Braian Romero y José Paradela y apuestas juveniles entre las que se resalta Julián Alvarez, acaso el mejor jugador del actual campeonato de la Liga Profesional.
Sin embargo, y al menos en el plano interno (Atlético Mineiro lo barrió en los octavos de final de la Libertadores de este año), el poderío riverplatense se mantiene intacto. Tanto que todo parece encaminado hacia la conquista del título local, el único que le falta al histórico ciclo de Marcelo Gallardo como director técnico. A partir de lo cual, las preguntas caen su propio peso: en el saldo de las imprescindibles altas y bajas, ¿Gallardo ha logrado formar otro equipazo que está muy por encima de los 25 clubes restantes? ¿O por el contrario, River es un equipo de capacidad normal que galopa rumbo al campeonato sólo por la apabullante mediocridad de sus rivales?
La idea de Gallardo de presionar alto, mover la pelota por todo lo ancho de la cancha con pases fuertes y rápidos y poner cinco o más jugadores atacando en el área rival le ha permitido a River jugar mejor que ninguno y sacar diferencias impensadas hace sólo un mes. De hecho, tomó la punta en la 14º fecha al vencer 2 a 1 a Boca en el superclásico y desde allí se cortó sólo. Por entonces, le llevaba un punto a Talleres (30 a 29). Ahora le lleva siete. En el mismo lapso en el que logró 16 de los 18 puntos que disputó, Talleres cosechó apenas 7 (dos triunfos, un empate y tres derrotas).
Esa regularidad avasallante que le permite ganar casi siempre en contraposición con la irregularidad manifiesta de la gran mayoría de los equipos que ganan y pierden con cualquiera parece ser una de las claves. Pero River no encuentra sus victorias en el camino. Las construye con todo el fútbol del que es capaz en este tiempo. En este embalaje, fue mucho más que Boca, San Lorenzo, Talleres y Argentinos. A Arsenal, Central Córdoba y Banfield los superó sin brillar pero merecidamente y anoche contra Estudiantes empató con Franco Armani como máxima figura.
Gallardo no se quedó lamentándose la ida de sus mejores jugadores. Se puso a trabajar y en el trabajo y la observación, encontró las soluciones: convirtió al paraguayo Robert Rojas en un lateral derecho con llegada al gol, afirmó como titulares a dos juveniles como Santiago Simón y Benjamín Rollheiser a quienes venía llevado con paciencia y completó la media cancha con el fútbol de Palavecino, por encima de las irregularidades del colombiano Jorge Carrascal. La diferencia terminó de hacerla Julián Alvarez y su estado de gracia futbolística.
Las ideas claras y bien transmitidas de Gallardo, la convicción de los jugadores para interpretarlas sobre la cancha, la solidez colectiva y una regularidad imbatible han puesto a River en la antesala de un título local que hace siete años que viene esperando. Pero por ahora no alcanza para afirmar que estamos delante de un cuadro de época. Los rivales también juegan y el nivel mediocre de la mayoría tal vez haga creer a muchos que River es más de lo que verdaderamente es: un buen equipo mucho mejor que los demás, ni más ni menos que eso.