Las noticias llegan de escuelas de todo el mundo: en Nueva York, establecimientos educativos prohibieron disfraces inspirados en la serie “El juego del calamar” para la fiesta de Halloween por temor a que se dispararan actos violentos. En Bélgica, directivos de un colegio descubrieron a chicos recreando desafíos que, en la película, tienen como consecuencia la muerte de participantes y, en la versión adaptada por los niños y niñas, una golpiza a quien pierde. Argentina no es la excepción. Las escenas se recrean en los patios escolares causando preocupación entre docentes, autoridades y equipos de orientación escolar.
En los últimos días, incluso, fueron removidas de distintos shoppings muñecas gigantes que invitaban a los pequeños a jugar a “luz verde, luz roja”, uno de los desafíos que aparece en la serie. Según información periodística, las acciones promocionales fueron llevadas adelante por Netflix, incluso cuando la misma empresa califica el contenido para mayores de 16 años.
En medio del desconcierto, la serie “El juego del calamar” se posiciona como la más vista en la historia de esta plataforma de streaming que, como un juglar transnacional, compra, produce y distribuye entretenimiento a lo largo y ancho de todo el mundo. A través de su servicio de suscripción pago, Netflix vende contenidos audiovisuales, cuenta historias.
Pero ¿qué historia cuenta “El juego del calamar?”. Como una alegoría de la caverna platónica, la serie surcoreana lleva a la pesadilla el análisis que el filósofo también surcoreano Byung-Chul Han hace del mundo actual. Personas endeudadas, explotándose a sí mismas sintiendo que, de esa forma, alcanzan la “realización personal”, capaces de “perder los derechos sobre su propio cuerpo”. Una “ludificación” del trabajo que, a su vez, ha totalizado el tiempo de la corta vida que supone nuestro paso por este mundo.
Pese a ello, el tratamiento mediático sobre las repercusiones que la serie tuvo en las escuelas tendió (no en todos los casos pero sí en su gran mayoría) a poner énfasis en la aparente “incitación a la crueldad” de la ficción. En televisión, conductores de noticieros indignados frente a las cámaras; en la prensa escrita, fuentes consultadas, entre ellas, directivos y psicólogos, hablan de lo “inadmisible” del contenido y de sus “estragos”.
El vínculo entre ficción y realidad ha sido harto estudiado. Las ficciones organizan las cosmovisiones humanas desde siempre, desde los mitos y los cuentos de tradición oral. La ficción se adelanta a la realidad; y la realidad, muchas veces, “supera a la ficción”, como reza un dicho popular. La ficción muestra, denuncia, desnuda.
Por eso, responsabilizar a una serie de las conductas imitativas que puede generar entre las audiencias infantiles y juveniles no parece ser el camino mejor ni el más inteligente. Cuando de ficción se trata, los discursos que señalan lo que está mal en ellas, más bien, por rebote, terminan dando cuenta de lo que está mal de este lado, del lado de la “realidad”.
Para empezar, es necesario que los adultos y adultas podamos supervisar los contenidos a los que acceden los chicos, algo que es muy difícil cuando los dispositivos son de uso personal y de acceso las 24 horas del día, y cuando nosotros mismos estamos tomados por largas jornadas laborales.
En este contexto, poner en palabras lo que sucede ayuda y mucho. Que los chicos y chicas se muevan como “peces en el agua” en el mundo digital, no significa que cuenten con las herramientas necesarias para poder abordar los sentidos que allí circulan. Mucho más, cuando se trata de complejas metáforas. Mirar en familia una serie como “El juego del calamar”, por ejemplo, puede contribuir a proponer una perspectiva adulta que oriente la interpretación de la crítica social que la serie pone en escena y de cuáles son los valores deseables en relación a ello.
Las escuelas también deben contar con espacios de análisis críticos de los medios de comunicación tanto tradicionales como digitales, así como fortalecer la capacitación docente sobre este punto. Más que alarmarse, se trata de crear espacios de formación y discusión que pongan al alcance de Niños, Niñas y Adolescentes las herramientas necesarias para que puedan ejercer sus derechos como audiencias.
* Licenciada en Comunicación Social. Docente de “Comunicación y Educación” UNM.