El ojo es el centro del cuerpo del que mira. Vemos, luego existimos. En todo diálogo entre personas que se encuentran de verdad, el juego de intercambios y complicidades tiene su punto culminante cuando las miradas se encuentran.

Graciela Sacco era una miradora inquieta, de luces, de reflejos y de sombras. Y cuando obtenía la imagen que buscaba, trataba de instalarla en el espacio de modo sorprendente. Así en sus imágenes de movilizaciones populares fragmentadas sobre madera como en su proyecto de habitación cerrada llena de disparos que había que observar por pequeños agujeros en la pared que expuso en la Sala Pays del Parque de la Memoria.

El Rio de la Plata nos unió. Una vez expusimos juntos nuestras visiones del Rio, con su carga de tragedias y de sangres. El Paraná y el Plata cortados en pedazos, en listones verticales clavados en el barro. Su agua marrón, oscura, terrosa, americana.

Su mirada hacia arriba en el aeropuerto de Madrid descubrió los pasos de la gente que arrastraba sus maletas, suelas de zapatos múltiples desplazándose que dio origen a su libro “metro cuadrado, cualquier salida puede ser un encierro”. El espacio mínimo que una persona puede tener en el mundo, un metro cuadrado del que se sale y se entra, límites, fronteras, la extranjería vertiginosa de la itinerancia.

La manipulación de los materiales y su investigación de técnicas tradicionales de impresión heliográfica le permitieron imprimir imágenes sobre objetos de uso cotidiano que adquirían un aire fantasmal y misterioso, en tensión entre la memoria y el presente.

Sus cucharas y cuchillos intervenidos colgando de arriba eran al mismo tiempo una atracción, un obstáculo, y una danza de sombras. El equilibrio como objetivo imposible era un desafío para quien atravesara sus puentes de espejos. Sin embargo el trabajo con el que más me conecté fue el de los ojos, ojos que la miran mirando a la cámara y que establecen con ella un dialogo frontal.

Ella hizo el mío en el jardín de mi casa del bajo Belgrano, la hermosa casa que ya no tengo más. Ponete aquí, me dijo, y sacó el primerísimo plano con una cámara sencilla (yo no soy fotógrafa, decía, hago fotos…).

La compleja relación que se establece entre el retratador y el retratado se convierte en una conversación cuando sus dos protagonistas usan el lente como herramienta. Un diálogo que se extendió a las bienales, exposiciones y encuentros casuales en los que coincidíamos, pensando la política de las imágenes.

La primera vez que vi mis ojos en un muro veneciano tuve una sensación extraña de inquietud y de duda. ¿Ese era efectivamente yo o estaba soñando y mi identificación con la mirada de Graciela me hacía delirar? Entonces recordé el retrato en el jardín… A partir de entonces, cada vez que Graciela exponía esos retratos, yo jugaba a buscarme. Buscaba el espejo. ¿Son esos mis ojos? ¿Está Graciela mirándome a mi a través de ellos?

Los vi en los canales de Venecia, cuando la acompañé durante su presentación en la Bienal… bajo los puentes, en las calles de la ciudad, en lugares de paso y en lugares ocultos. Los busqué en su muestra retrospectiva en el Hotel de Inmigrantes en el puerto, en las escaleras de mármol cuando todavía no había ascensor. Y ahí me vi, en una de esas largas subidas de escaleras, en un escalón, yo mismo mirándome a través de la cámara de Graciela. Qué linda la intimidad de ese encuentro, que momento tan fotográfico, tan intenso, tan fugaz… recuerdos del jardín, de la escalera, de las caminatas por Rosario, los encuentros en Londres y en Madrid, donde viven sus hijos… Graciela la colorada fue una artista cabal, llena de vida y de ideas. Sus bocas y sus ojos, extremidades sensibles de su mirada, siguen flotando en las calles y en las memorias de muchas ciudades del mundo.

Marcelo Brodsky (1954) es un artista y activista por los derechos humanos. Situado en el límite entre instalación, performance, fotografía, monumento y memoriales, sus obras combinan texto e imagen. Es miembro de Asociación Buena Memoria, organización de derechos humanos, y del Consejo de Gestión del Parque de la Memoria, junto al Río de la Plata , en homenaje a las víctimas del terrorismo de estado. En el año 2008 recibió el Premio por los Derechos Humanos, otorgado por Bnai Brith Argentina. Sus obras forman parte de las colecciones del Museum of Fine Arts Houston, Tate Collection de Londres, Metropolitan Museum of Art, New York, Jewish Museum, New York, Museo Nacional de Bellas Artes, Argentina, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Center for Creative Photography de Tucson, Arizona, Sprengel Museum de Hannover, Museo MALI de Lima, Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro, Pinacoteca del Estado de Sao Paulo, Brasil, Princeton Art Museum, Tufts University Art Collection, Museu Mar Rio de Janeiro, Museo del Banco de la República de Colombia, entre otras colecciones públicas y numerosas colecciones privadas. Ha publicado varios libros, Parábola (La Lira Argentina, Barcelona, 1982), Buena Memoria, (Lamarca, Buenos Aires 1997), entre otros. Actualmente vive y trabaja en Buenos Aires.