Suele decirse que los amantes del jazz gozan del privilegio de poder contar en sus discotecas personales con reuniones cumbre de sus músicos favoritos. Que eso no le sucede tan frecuentemente a los seguidores de otros géneros. Que en el jazz no existen diferencias etarias ni tribales (O al menos no parecen ser tan infranqueables como en otras músicas). Esta sociabilidad artística en el mundo del jazz se relaciona con la práctica idiosincrásica de la jam, ese juego democrático de espontaneidades sonoras que ocupa un lugar clave en el desarrollo estilístico de una música que ha hecho de la improvisación un culto. Pero, como sabemos, en el jazz no todo es jam: también abundan los encuentros programados, esas producciones en las que los convocados comparten decisiones de repertorio, arreglo y extensión de solos. Por supuesto, esos encuentros pueden salir bien o no tan bien. Del mismo modo que un reparto estelar no asegura un buen film, una reunión cumbre de músicos de jazz puede no satisfacer todas las expectativas, si bien es raro que esto suceda.
Grabado en los estudios Power Station de Nueva York, el disco Skyline documenta el encuentro entre el pianista Gonzalo Rubalcaba, el contrabajista Ron Carter y el baterista Jack DeJohnette. Tres titanes del jazz. Rubalcaba es un pianista excepcional, dueño de una técnica que conjunta la formación clásica, el gusto contemporáneo y un acendrado conocimiento de los ismos jazzísticos posteriores al bebop. Quizá la mejor definición de su personalidad musical sea la que supo brindar Charlie Haden, contrabajista con el que el pianista cubano grabó los hermosos álbumes de boleros y baladas Nocturno y Land of the sun: “Rubalcaba tiene un corazón inteligente.” Por su parte, Ron Carter es posiblemente el mejor contrabajista vivo del mundo. Hace sonar su instrumento como si fuera un chelo, frasea como nadie y su pulso es tan perfecto que si los músicos con los que eventualmente está tocando tuvieran que retirarse del concierto por alguna urgencia y él siguiera en su puesto, el público no se movería de las butacas. Su presencia en 2200 discos (sí, leyeron bien), su participación en el segundo quinteto de Miles Davis y una exquisita colección de álbumes como titular son datos probados de su biografía. En cuanto a Jack DeJohnette –un melodista del ritmo, una caja de sorpresas y al mismo tiempo una certeza insoslayable–, podríamos decir algo similar a lo apuntado sobre Carter, más el detalle –no menor para entender Skyline– de que integró el Keith Jarret Trio Standards durante más de 25 años.
Si bien se grabó a fines de 2018, el proyecto de la reunión tiene una genealogía más extensa, al menos en la mente de Rubalcaba. En 1986, recién llegado a los Estados Unidos de la mano de Dizzy Gillespie, el pianista cubano encontró en Carter y De Johnette dos maestros amables y generosos, capaces de deponer veleidades para ayudarlo a definir su lugar en el jazz contemporáneo. Obviamente tocaron juntos muchas veces: él, aprendiendo de los veteranos, y estos, fascinados con las marcaciones de danzón, cha cha cha, son y rumba que dictaban los siempre seguros dedos del joven. Sus caminos se cruzaron en algunas de las tantas intersecciones de los circuitos jazzísticos del mundo, pero los años fueron pasando y el disco de los tres juntos no llegaba. Finalmente, los astros se alinearon y las agendas lo permitieron, en complicidad con 5passion Records, el sello independiente que Rubalcaba y el productor Gary Galinidi fundaron en 2010. “Este es un disco que entiendo como una reunión con mis héroes musicales después de un largo tiempo sin tener oportunidad de tocar juntos”, explicó Rubalcaba recientemente.
Skyline es un disco bellísimo, destinado a ser uno de los impostergables del próximo ranking de los mejores de 2021. Lo es por ese portento pianístico llamado Gonzalo Rubalcaba, pero sobre todo por el exquisito blend musical al que los tres llegaron mediante intercambios y complementaciones casi telepáticas. Sin músicos invitados, sin sobregrabaciones ni costos extras de superproducción, ellos tocan como si acabaran de terminar sus respectivos compromisos profesionales y finalmente pudieran encontrarse, en el límite interminable que separa la noche del día, en el estudio de grabación de un amigo. Pero exceptuando el último corte –el fantástico blues improvisado “RonJackRuba”–, los otros ocho temas fueron seleccionado cuidadosamente, siguiendo un criterio de representación proporcional. Cada integrante del trío aportó dos temas de su autoría ya grabados anteriormente con otros acompañantes: Carter, “Gypsy” y “Quite place”; De Johnette, “Silver Hollow” y “Ahmad el terrible”; Rubalcaba, “Promenade” y “Siempre María”. Los temas restantes son dos boleros que, a manera de puente cultural, conectan el origen del pianista al presente del jazz: “Lágrimas negras”, el clásico de Miguel Matamoros (que se escucha en Buena Vista Social Club) y “Novia mía”, del repertorio de Lucho Gatica y Los Panchos, entre otros. La selección es perfecta en todo sentido. Hasta sugiere que hay un cuarto integrante rondando el estudio: la canción romántica latinoamericana. Sin embargo, es una alusión finísima: definitivamente, Skyline no es un disco de latin jazz, si bien las referencias afrocubanas no están ausentes.
Con predominio del tempo medio y en un clima sereno, el trío resume con inteligencia diferentes variantes del jazz contemporáneo. Rubalcaba sabe introducir guiños atonales, pero en general evita el gesto vanguardista. Incluso en temas con un desarrollo complejo, como “Ahmad el terrible”, “Gypsy” o “Siempre María”, la melodía nunca abandona la escena del todo. Es nítida en el vivaz “Lágrimas negras”, impresionista en el valseado “Silver Hollow”, sujeta al bajo caminante y los breaks de batería en “Promenade” y parece una zarabanda barroca –un poco a lo Modern Jazz Quartet– en “Quite Place”. Pero quizá el signo distintivo de Skyline no sea tanto su elocuencia melódica ni su sutil trabajo de armonización como sus fascinantes texturas. Es notable cómo los tres músicos se escuchan a través de esas texturas y van interviniendo sobre los arreglos de un modo muy personal.
Por momentos, con un dominio absoluto de la dinámica, Rubalcaba hace sonar el Bosendorfer como si fuera un instrumento de viento; otras veces, es un tambor. Pero en ningún momento roba compases a sus compañeros. Pocas veces en un trío de piano, contrabajo y batería tenemos ocasión de escuchar y apreciar tan nítidamente los diferentes roles de cada integrante. Pocas veces como en Skyline un trío de jazz deviene triángulo equilátero. Sus gestores aseguran que se trata del primer disco de una trilogía. Ojalá.