Cuando Lula ganó sus primeras elecciones presidenciales en Brasil, durante la campaña de aquel sindicalista que tanto temían los mercados, el banco de inversión Goldman Sachs interfirió en la misma creando el “lulómetro”, un indicador económico basado en formulas “algorítmicas” que medía diariamente la relación entre las posibilidades de victoria de Lula, el tipo de cambio del real y la prima de riesgo país. Si la intención de voto del candidato del PT subía, el real se desplomaba y la prima de riesgo se disparaba. Y al revés. Semejante auditoría electoral no se había realizado nunca. Lo que nos sobra es pasado, futuro es lo que nos va faltando.
Así procede uno de los grandes desestabilizadores de la economía mundial. Responsable “subsidiario” de la quiebra de Lehman Brothers, artesano fatigoso en el diseño de las diabólicas hipotecas “subprime” provocando la mayor crisis financiera internacional desde la Gran Depresión, y de disfrazar el balance fiscal de Grecia encendiendo la tormenta monetaria perfecta en una Europa con el euro bailando ebrio al borde del acantilado. En definitiva. Una joyita.
Goldman Sachs pertenece a esa banca en la sombra, de banqueros sombríos, que hacen banca agresiva y clandestina, fuera de balance, persiguiendo “bonus” millonarios atracando países desde la oscuridad de sus despachos. Esa sublime épica de la rapiña. Ahora el banco de los “muppets” (marionetas) -así les llamaban a sus clientes- ha decidido apostar su pata de palo en las habituales subastas del fútbol internacional. El banco de inversión ha desembolsado 600 millones de euros en su intento por reestructurar la deuda del Fútbol Club Barcelona. La inyección de capital suscitó algunos interrogantes sobre el modelo de propiedad si la entidad cayera en manos de sus acreedores. La oposición a Joan Laporta, presidente del club, advierte que dicho endeudamiento puede producir que los avalistas asuman el papel de accionistas en una Sociedad Anónima Deportiva encubierta y privatizada. “Ahora toca reflotar el club para evitar que otras juntas estén obligadas a dar el paso hacia una SAD”, replica María Elena Fort, vicepresidenta institucional. Se derribó el tabú. Los dirigentes “cules” hablan de parciales privatizaciones entre pintas y calamares. Algo impensable hace unos años. De momento lo descartan. Dicen que no se discute el modelo de propiedad, sino de gestión. Es por donde se empieza, se ríen a escondidas algunos “cules” tacheristas de rostro humano.
El fútbol también es alta política. Hace unas semanas el Newcastle United se convertía en el club más rico y poderoso del mundo. El fondo soberano de Arabia Saudita (PIF, por sus siglas en inglés) desembolsó 350 millones de euros. La compra fue respaldada por un consorcio financiero que incluye al PIF, al fondo de inversión PCP Capital Partners, a RB Sports & Media (de los millonarios hermanos Reuben), y el sospechoso habitual: Goldman Sachs Asset Management. El banco inversor se refugió detrás de la enigmática y poderosa figura de Amanda Staveley, empresaria británica y dueña de la firma de inversión PCP Capital Parterns. La ex modelo convenció a la monarquía saudí de apostar por la Premier League, como contrapeso a la influencia de su histórico enemigo, la monarquía qatarí, dueña de la cadena BeIN, propietaria de la licencia de retransmisión de la Premier en los países del Golfo. Felix Jakens, portavoz británico de Amnistía Internacional, denunció como un “claro intento del gobierno saudí de lavar su abominable historial respecto a los derechos humanos”.
El universo del fútbol oligarca, ese de cuatro amigos, privatizador, se consolida. La filosofía no sirve para salir de dudas, sino para entrar en ellas. El fútbol también.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón del Mundo Tokio 1979