“Le pedí que nos perdonara y lloré al acariciarla por última vez”, recuerda la bióloga Adilia Kotovskaya. Al día siguiente, la perra Laika despegaba en un viaje sin retorno, convirtiéndose en el primer ser vivo enviado al espacio. El 3 de noviembre de 1957, apenas un mes después de la puesta en órbita del primer Sputnik soviético, el segundo satélite artificial de la Historia despega con destino al espacio con el animal a bordo, una perra recogida en las calles de Moscú. Sobrevivió solo unas horas.
“Sus nueve vueltas alrededor de la Tierra convirtieron a Laika en el primer cosmonauta del planeta, sacrificado en nombre del éxito de las futuras misiones espaciales”, destacó Adilia Kotovskaya, que ayudó a entrenar a los animales para las misiones espaciales. Para entrenar a los perros los iban colocando en jaulas cada vez más pequeñas, explicó la científica.
Los ponían en una centrifugadora que simulaba la aceleración de un cohete en el momento del despegue, los sometían a ruidos que imitaban el interior de una nave espacial y los alimentaban con “comida espacial” a base de gelatina. “Por supuesto que sabíamos que iba a morir en ese vuelo debido a la falta de medios para recuperarla, inexistentes en aquella época”, agregó. El lanzamiento del Sputnik con Laika a bordo, se realizó el 3 de noviembre de 1957 a las 5.30 de Moscú (21.30 de Argentina).
En la novena rotación alrededor de la Tierra, la temperatura en el interior de la cápsula de Laika comenzó a aumentar y superó los 40 ºC, a falta de protección suficiente contra la radiación solar. El resultado fue que Laika, que debería haber sobrevivido entre ocho y diez días, murió al cabo de unas horas por exceso de calor y deshidratación. La radio soviética siguió sin embargo suministrando informes cotidianos sobre la “buena salud de Laika”, convertida en heroína planetaria. El Sputnik se desintegró en la atmósfera el 14 de abril de 1958 sobre las islas Antillas, con su pasajera muerta cinco meses antes.
Cómo se llegó a Laika
El lanzamiento del satélite ruso Sputnik I, en octubre de 1957, marcó el comienzo “oficial” de la Era Espacial. Sin embargo, unos años antes, cuando la NASA ni siquiera existía, la fuerza aérea norteamericana ya había lanzado algunos cohetes “tripulados” (tipo V2) a varias decenas de kilómetros de altura: en 1949, los monos Albert I, II, III y IV lograron sobrevivir a la primera parte de sus respectivos vuelos, pero murieron al regresar por fallas en los sistemas de paracaídas. La idea de esta experiencia fue testear el comportamiento y la salud de estos simios en vuelos cuasi-espaciales.
Dos años más tarde, en septiembre de 1951, un cohete Aerobee despegó de la Base Holloman, en Nuevo México, llevando al mono Yorick y a once ratones hasta una altura de 70 mil metros. Y, esta vez, todos fueron rescatados con vida. Lo mismo sucedió al año siguiente, cuando dos ratones y dos monos filipinos, Patricia y Mike, llegaron a una altura de casi 60 mil metros. Y una cámara los estuvo espiando, para ver cómo se las arreglaban con la aceleración, la falta de peso momentánea y la desaceleración. Después de su aventura, Patricia y Mike se ganaron un lugar de lujo en el Zoológico Nacional de Washington, donde vivieron el resto de sus vidas.
Las pruebas soviéticas
A mediados de los ‘50, la Unión Soviética, que a esa altura ya tenía una amplia experiencia en materia de cohetería, comenzó a entrenar a su primer equipo de “cosmonautas”. Todavía no era el turno del gran Yuri Gagarin sino que se trataba de un grupo de nueve “perros espaciales” (tal como se los llamó). Allí estaban, entre otros, Albina y Tsyganka, los primeros animales que llegaron a rozar los límites de la atmósfera (a casi 500 km de altura). En la fase de descenso de su cohete, su cápsula fue eyectada, y llegaron con vida a la superficie. Todos estos vuelos suborbitales, anticipos del verdadero comienzo de la Era Espacial, sirvieron para obtener preciosa información sobre las condiciones imperantes a bordo de los cohetes (y la adaptación de los seres vivos a esas mismas condiciones), y para probar nuevas tecnologías.
En 1957, los soviéticos sabían que ya podían dar el siguiente paso: enviar satélites y seres vivos al verdadero espacio. El 4 de octubre de 1957 fue lanzado el primer satélite artificial de la Tierra: el Sputnik I, una bola metálica de medio metro de diámetro con cuatro antenas. Unas semanas más tarde, y en medio de una gran conferencia de prensa, una ruidosa perrita fue presentada en sociedad. Y sus ladridos se oyeron por radio y conmovieron al mundo.
Los herederos de Laika
Laika y los Sputnik abrieron la brecha. En agosto de 1960, las perras Belja y Strelka viajaron ida y vuelta al espacio en el Sputnik V. Y antes que ellas, algunos monos norteamericanos habían logrado éxitos resonantes, como Sam y Miss Sam, que sin llegar al espacio realizaron sendos vuelos suborbitales (y luego, tuvieron hijos). O el pobre Ham, otro chimpancé que en 1961 se salvó de milagro de ahogarse, cuando su nave se descontroló en el descenso, cayendo al mar en un lugar inesperado. Ya eran los tiempos de Yuri Gagarin, John Glenn y todos los que siguieron. Pero los animales continuaron viajando al espacio. Y aún hoy, ratones e insectos suelen viajar en los transbordadores espaciales.
En 1997, en las afueras de Moscú, se erigió un monumento para homenajear a los cosmonautas rusos fallecidos. Y allí, en medio de esas siluetas, se asoma, orgullosa, la perrita Laika.