“Acabo de llegar de Mendoza”, cuenta Marki, quien estuvo tocando allá con su grupo, Terapia, en un ciclo de recitales que organiza el entorno de los hermanos Beguerie Petrich, Bruno (Joven Breakfast, ex Perras on the Beach) y Lucca (Gor2, Usted Señalemelo). “Fuimos a su estudio. Comimos, hicimos música, nos cagamos de risa y escuchamos nuestro nuevo disco, que va a ser el primero largo después de los EPs y el mixtape”, adelanta.
En paralelo a su rol de frontman del cuarteto porteño, Marco Gabriel Cancián -el nombre detrás del álter ego- comenzó a compartir en las plataformas musicales digitales sus canciones como solista. La más reciente es Piyamapary, pero a lo largo de 2021 sacó Musikita del cielo (junto a Axel Fiks), Matando el tiempo y Parque Avellaneda.
También puso a circular Luna llena, en la que, al igual que sucede con el grupo, reivindica su sentimiento latinoamericanista. “Mi abuelo era italiano, vino en un barco con una mano atrás y otra adelante”, revela. “Se enamoró de Argentina. Me inculcó el ir para adelante, laburar. Como tengo familia de inmigrantes, trato de romper esas barreras”.
--¿A qué barreras te referís?
--A la discriminación, por ejemplo. En un punto, nos toca a todos. Ser inmigrante debe ser difícil para cualquiera. Con las letras no busco algo puntual, sino expresar lo que siento. Capaz sirve de algo. Latinoamérica es hermosa y tiene mucho futuro, si rompemos barreras.
--Lo que abunda en esta época es la opinología. ¿Cómo te desmarcás de eso?
--No quiero ser una voz a la que todos sigan. Tampoco siento que esté compitiendo contra nadie. Mientras haya gente que escuche lo que hago, voy a seguir haciendo música. No te puedo decir por qué comencé a componer. Cuando hago letras, me meto con lo que hay en mi alma. Si no, terminaría diciendo siempre lo mismo. Aunque está buenísimo poder hablar de mí y no que todo quede en una canción.
--¿Entraste en pánico cuando se cayeron las redes sociales?
--Uso las redes para poder comunicarme con la gente. Cuando no estén más, encontraré otra manera. A los 13 años, organizaba festivales en Floresta y Devoto, e íbamos a la plaza a repartir volantes. Te hablo de 2009. ¿Por qué me voy a preocupar por una red social que la manejan multimillonarios? La vida es dura y hay que adaptarse a los cambios, siempre que puedas. A partir de esta pandemia, nada volverá a ser igual.
► A corazón y celu abiertos
En su reciente libro, No-cosas: Quiebras del mundo de hoy, el surcoreano Byung-Chul Han (novel rockstar de la Filosofía) reflexiona sobre “la sociedad del cansancio”, en la que vivimos agotados y deprimidos por las exigencias del capitalismo neoliberal. También alude a la desaparición del erotismo, a raíz del narcisismo que provocan las redes sociales, y combate al smartphone.
--¿Tratás a tu teléfono como a un oso de peluche?
--Tengo un Iphone 7 que está al borde de la muerte. Hay algo de la hiperconexión que me gusta. Si bien es peligrosa, en algún punto somos seres sociales. Está bueno entender que el mundo va más rápido. Lo uso para comunicarme, pero tampoco es que estoy paveando.
--¿Por dónde pasa tu compromiso con el arte?
--Por tratar de ser ese adulto que el niño quería ser. Siempre me atrajo esa idea de llevar una vida que sea bien personal. Toco la guitarra, pero no soy guitarrista. Si bien canto y rapeo, no me considero ninguna de las dos cosas. Lo hago, y aparte a mi manera. Si eso me hace bien a mí, quizá también le pueda servir a los demás.
--¿Por qué creés que te convertiste en flamante referente musical argentino?
--Para mí, hay tantos estilos de música como cantidad de personas que la ejecutan. Una pintura o un plato de comida jamás te saldrá igual al de otro. Cada uno tiene su historia de vida. Recién ahora puedo dedicarme a la música. Me tocó a los 25 años, pero hay gente que está laburando en esto desde los 16. Y a otros les llegará su momento a los 35. Nunca se sabe. No compito con nadie. Mientras más gente escuches, más visiones del mundo vas a tener. Somos libros abiertos. Es como dejar un legado. En 200 años puede que a alguien le interese cómo era la vida en el barrio de Floresta en 2020.
► Sin clases en la clase
Al momento de atender a esta entrevista, a Marki le acompaña Indajaus, realizador de sus videos y compañero de banco en la secundaria. “Tanto él como los pibes de Terapia vienen de esa época. Ahí se empezaron a armar nichos. Tenía amigos de un curso que rapeaban, y otros tocaban. Entre esos dos grupos aprendí todo lo que sé. Nunca tomé una clase de guitarra”.
Y agrega: “Siempre fui muy tímido. Me fui soltando con los pibes. Si hacen una competencia entre un mono, un elefante y un pez por subir a un árbol, y obvio que ganará el mono. Pero eso no convierte al pez en un estúpido. No me considero ni mejor ni peor que nadie. Cada uno tiene su propia manera de ver la vida”.
--¿Te molesta que te traten como a un personaje?
--Un toque sí. Tampoco es que me enoja. Cuando dicen que falseo las cosas es porque no me conocen. Igual, que digan lo que quieran.
--¿Cómo te gustaría que te vieran?
--Como a un laburante que hace cosas. También me pasa que hay gente a la que le creo más. Pero eso tiene que ver con la manera en que empatizás con la persona que está dando ese mensaje. Capaz no entendés el mambo y eso te hace desconfiar un poco. Acá simplemente estamos haciendo música.
--¿Por qué te dedicaste a la música?
--Se dio de forma muy natural, nunca lo busqué del todo. Siempre tuve los incentivos justos y necesarios. Mi abuelo escuchaba música, lo veía tocando la batería o me llevaba a ver a la orquesta del barrio. Tenía una tía que cantaba, un primo que probó suerte en España y la terminó rompiendo allá. Esas historias me fueron marcando. Mis amigos me empezaron a llevar a ver recitales. Un día sentí que yo también podía hacerlo. A los pibes de mi edad les gusta hacer algo que sea distinto, divertido y atrevido, y en la música es posible encontrar esos condimentos. Lo tomo como el proverbio de Spiderman: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
--¿Qué pasó en tu casa cuando dijiste que no querías ser “M’hijo el dotor”?
--A los 15 años, ya sabía que quería ser músico. Pero mi vieja me dijo que si no terminaba el secundario me tenía que ir de casa. Iba a un colegio técnico re picado. Tenía que estudiar doble jornada. Volvía a mi casa llorando. Cuarto, quinto y sexto grado estuve al borde de repetirlos. Siempre zafé porque no había otra chance. Incluso, casi dejo la música. En el último año del secundario, me metí a laburar en una empresa de sonido que armaba escenarios. Ahí tiraba cables. Trabajaba con Ráfaga y otros artistas de cumbia, porque quería aprender. Como era medio caradura, luego conseguí un bajo y empecé a tocar en una banda de eventos.
--¿Hacías cumbia?
--Sí. Por eso nunca pude encasillarme en ningún género. Con tal de meterme en la música, iba a cualquier lado. Y laburé así hasta la pandemia. A partir de ahí, me dediqué a la música cien por cien. Y se notó la diferencia porque en menos de un año hice más de un millón de streams en Spotify. Son procesos.
En tanto que su carrera solista apuesta por el eclecticismo, el cuelgue y la experimentación (un tema como Parque Avellaneda sintetiza ese vuelo), la propuesta de Terapia, que actuará este viernes 5 de noviembre a las 19 en Tecnópolis a entrada gratuita, tiene como eje el diálogo entre el funk y el rock. Con la métrica del rap como intermediario.
“Terapia siempre estuvo ahí”, reconoce este hincha de All Boys sobre el proyecto grupal creado en 2016. “El concepto que manejamos era: ‘Pase lo que pase, nosotros tenemos que estar unidos’. Soportar tanta carga horaria estudiando química, sin un buen grupo de amigos con el que pudiéramos liberar todo, hubiese sido imposible. Y este grupo fue una respuesta a eso”.
--¿Te acordás algo de la tabla de valores?
--Nada. Terminé la secundaria copiándome.
--Pero sí recordás tu primera canción, ¿no?
--Sí, era cursi. Trataba sobre cómo conocí a primera novia. La hice a los 14 años para mi primera banda, Vieja Vendetta. Súper rolinga el nombre. De ahí también viene el guitarrista de Terapia, Nadir.
--¿Qué pasa en Floresta?
--Está lleno de músicos y raperos, pero ninguno que haya trascendido. Quizá por eso nos fuimos a tocar a Palermo. Ahí confluye todo. Si no tocábamos en lugares de más nombre, nunca nos iba a conocer.
--¿Cómo vivís el sueño del pibe?
--Ahora estoy en etapa de crecimiento. Los videos los seguimos haciendo con el celu. Nunca paramos de producir, y ése es el mensaje: producir y hacer con los recursos que tengas. Eso da sus frutos. Hay que meterle nomás.