La mar estaba Le Gray

Tenido por muchos como el Monet de la fotografía, Gustave Le Gray (1820-1884) fue “un virtuoso de la técnica por su magistral uso de la luz, considerado el precursor de la instantánea al captar la naturaleza en movimiento, algo que hasta entonces no se había hecho, en este caso con el mar y las olas, y el cielo y las nubes, simultáneamente”. Así se refiere a este pionero “que aseguró el lugar de la fotografía en el campo de las Bellas Artes e inspiró a los impresionistas que le sucedieron”, la española Reyes Utrera, conservadora de fotografía histórica y curadora de una exposición madrileña que reúne quince tomas que le valieron al mentado artista francés el reconocimiento en vida, gracias a fotos como Marina con velero y remolcador dejando una estela de humo, El muelle de Saint-Louis o La gran ola. Apenas algunas de las piezas tomadas entre 1856 y 1857 en las costas de Normandía y en el Mediterráneo por quien se iniciase como pintor y copista en el museo Louvre, y que hoy se exhiben en Fotografía de lo sublime: Las marinas de Gustave Le Gray, como se llama la muestra en curso, que estará abierta hasta enero del 2022 en el Palacio Real. Adentrándose, cualquier curioso puede corroborar los logros de quien fotografiaba “por un lado el cielo y por otro el mar, uniendo luego por el horizonte los dos negativos, de colodión húmedo, con los que podía aumentar el tiempo de exposición para obtener una nueva toma, que positivaba en papel encerado seco”, según detalle el rotativo El País, haciéndose eco de una de las etapas más brillantes y creativas de Le Gray, en la que consiguió eternizar la naturaleza inquieta de la Natura, con perdón de la iteración, en toda su acuosa gloria. Período, dicho está, en el que se concentra la exposición, en pos de dar a conocer al gran público esta colección del autor francés, “un hito en la historia de la fotografía”, remacha Reyes Utrera.

Paddington hasta en la sopa

Desde principios de marzo, no hay día en el que un tal Jason, cinéfilo que se apaña de mil maravillas con Photoshop, no actualice su cuenta de Twitter, @JayTheChou, haciendo las delicias de los acérrimos seguidores de Paddington. Sí, sí, el entrañable osito, adorado a lo largo y ancho, especialmente en Reino Unido, donde ha sido ícono indiscutido de la literatura infantil desde la década del '50, cuando el escritor Michael Bond escribió la primera historia sobre el pituco mamífero. Con dos películas hechas y una tercera en camino, le sobran a Jason imágenes del andariego peluche para alimentar su propuesta, que básicamente podría resumirse de la siguiente manera: zamparlo en fotogramas de otras películas, generando impensados crossovers, una multitud de universos paralelos que no tienen desperdicio. De los treinta minutos que dedica el joven cada día al interminable y autoimpuesto desafío, que continuará “hasta que me olvide del tema”, el 90 por ciento del tiempo lo invierte en encontrar la escena justa, y el tiempo restante a ubicar al osito allí. Siendo “allí” cuanto film venga a la cabeza: desde la saga de La guerra de las galaxias hasta la franquicia Alien, donde el peluche reemplaza al bicharraco de dentadura mortífera y asusta a la pobre Ripley; desde Pulp Fiction, de Tarantino, hasta Los pájaros, de Hitchcock; sin olvidar Thelma y Louise, Moonrise Kingdom, Ojos bien cerrados o Metropolis. Lo más llamativo es que, de tan versátil, Paddington no desentona en ningún título, sean sus apariciones estelares en Lawrence de Arabia, Scream (vigila quien llama), El acorazado Potemkin, Nosferatu... “De momento no repito films, aunque puede que empiece a hacerlo prontito: hay algunas cintas que me gustaría volver a visitar con el querido osito”, señala el muchacho, que recibe sugerencias de otros tuiteros, en pos de saciar la curiosidad de muchos sobre cómo luciría el bicho en títulos de superhéroes, clásicos japoneses, pelis de terror, largo el etcétera.

Esa rara planta maloliente

La victoria huele a carne podrida, en avanzado estado de descomposición, para cantidad de profesionales y aficionados al estudio de las plantas, botánicos que han acudido en masa a observar un raro acontecimiento acaecido los pasados días en la ciudad neerlandesa Leiden: el florecimiento de una Amorphophallus decus-silvae, también conocida como “la planta pene”. No ha sido su forma fálica (a la que, dicho sea de paso, debe su nombre junto al calificativo “amorfo”) la que ha atraído a muchísima gente al Jardín Botánico de la Universidad de Leiden, el más antiguo de los Países Bajos, sino lo excepcional del acontecimiento: sería la tercera vez que una de estas plantas florece en Europa; la última ocasión de la que hay registro data de 1997, hace casi 25 años. Los primeros signos de que efectivamente ocurriría lo anhelado se manifestaron en septiembre, tras seis largos años de espera; entre ellos, un hedor nauseabundo capaz de voltear a narices sensibles, que el ejemplar emite durante la fase de floración. En efecto, desde las redes sociales de la institución, donde se actualizaba regularmente en qué instancia estaba, aclaraban que la especie “larga un olor fétido cuando florece, en pos de atraer polinizadores, ¡quedan advertidos!”. También contaban que “la Amorphophallus decus-silvae está relacionada a la famosa Amorphophallus titanum que, al igual que su prima, se encuentra en las selvas tropicales del sudeste asiático”. Semanas después avisaban que su capullo había alcanzado un metro aproximado de altura, erguido sobre un delgado tallo de casi dos metros; todo un espectáculo… con aroma a muerte, dicho está. Atípica e intrigante, empero, la planta originaria de Indonesia goza de una fama decididamente exigente, y caprichosa. Cultivarla requiere de un ambiente muy caluroso y no demasiado húmedo y, para más inri, verla florecer a veces requiere de santa paciente, entre tres y doce años. Los seis de la mentada, por tanto, son casi un obsequio que dura lo que un suspiro: hasta que empiece a decaer.

Claudette, la primera Rosa Parks

En marzo de 1955, una joven Claudette Colvin viajaba en un autobús de Montgomery, Alabama, obedientemente sentada en la sección “de color” que separaba a los pasajeros afroestadounidenses de sus homólogos blancos. Como el bondi estaba abarrotado, el conductor ordenó a la muchacha, de entonces 15 años, ceder su asiento a una mujer blanca. Apelando a la Decimocuarta Enmienda de los Estados Unidos, la adolescente –que soñaba con estudiar leyes– se negó. “¡Es mi derecho constitucional!”, bramaba mientras era arrastrada fuera del autobús por dos policías, para ser más tarde acusada de violar las leyes Jim Crow y agredir a un oficial. “Sentí que los espíritus de Sojourner Truth y Harriet Tubman apoyaban sus manos en mis hombros, impidiendo que me levantara. No podía, ¡ni quería!, moverme”, relataría décadas más tarde quien precedió por nueve meses el célebre gesto de Rosa Parks, intachable costurera que devino legendaria referente de los derechos civiles tras la valiente negativa de ceder su asiento, igual que Claudette, aunque su caso despertara la indignación generalizada de la comunidad negra y motorizara la primera gran protesta contra la segregación en el país del norte. Aún siendo anterior, el acto de resistencia de Claudette Colvin pasó prácticamente inadvertido. Cierto es que su acto de protesta llamó la atención de Martin Luther King Jr, que intentó echarle una mano, pero –aunque algunos cargos fueron desestimados–, otros permanecieron en su legajo. Y asimismo, conforme contaría la propia Colvin, pesó sobre ella el estigma de joven problemática, que la obligó a mudarse al poco tiempo a Nueva York para conseguir empleo. Ahora, con 82 pirulos, Claudette ha vuelto a decir basta: presentó recientemente una solicitud a la Justicia norteamericana para que aquel indebido arresto sea borrado de su historial legal; también la pena de libertad condicional indefinida con la que ha lidiado con el correr de los años. “Supongo que ya no pueden decir que soy una delincuente juvenil”, manifestó la mujer frente a la pequeña multitud que, entre cánticos y vitoreos, la esperaba a la salida de tribunales. “No lo hago por mí, que ya superé los 80 años: quiero que mis nietos y mis bisnietos comprendan que su abuela se plantó por algo que era importante, y que eso tuvo un impacto, que ayudó a cambiar nuestras vidas”, las sentidas palabras de esta señora de inagotables bríos, la primera Rosa Parks.