A los amigos, compañeros y colegas de la Escuela de Literatura de Rosario “Aldo F. Oliva” por el espacio otorgado al pensamiento, el estudio y las divergencias. La distancia también acerca.
En el mundo de las letras suelen darse discusiones que con el correr del tiempo pasan a ser un mero detalle de onanismo libresco. Esta podría ser una de ellas sino fuera por lo desparejo de los oponentes y el tamaño del debate. Roberto Arlt, pocos meses antes de su muerte, mantiene un altercado en la prensa con un jovencísimo y recién llegado al escenario porteño Roger Pla. El tema fue, nada más ni nada menos que el género denominado novela. Veamos lo dicho.
Arlt desde el mes de abril de 1941 venía tratando la materia en diferentes artículos en el diario El Mundo. En ellos expresaba las molestias por el perfil que tomaba la novela contemporánea. Afirmaba que la acción de los personajes había sido sustituida por una sucesión de estados de ánimos y de procesos mentales.
La ausencia de conflicto, de acción dramática, resultan para él la destrucción del género. Escribe: “En la novela contemporánea, salvo excepciones, los personajes nos producen el efecto de una colección de fotografías, colgadas en una galería”. Y sigue: “Libros compuestos de actores que necesitan conformar la realidad al relieve de sus necesidades, pasando a ser así entes de escasísimo interés vital”. Notaba la naturaleza de los cambios. Un proceso donde la novela característica del siglo XIX había sido sustituida en sus marcos generales por los “raros” del género. Hermann Melville, André Gide (que enunció una nueva teoría de la novela en Los monederos falsos) y Franz Kafka, eran los paradigmas a partir del rompimiento con los cánones tradicionales.
El rosarino Pla, novelista de pura cepa, aunque por ese tiempo muy joven, hacía sus primeras armas de redactor en el diario El Orden. En los artículos -a modo de colaboraciones- publicados por El Mundo titulados “Novela y relato” y “El género novelesco” del 15 de agosto y el 10 de noviembre respectivamente, toma postura respecto al tema, contestándole al escritor: “La novela trata de presentar los personajes como arrancados de la propia existencia real”, en menoscabo del relato, porque éste -dice- “es simplemente la transfusión al lenguaje escrito de la voz del narrador”. Y continúa: “Lo que cuenta no es ya el argumento que se cuenta -función primordial del rapsoda, del relator, máquina vital de la epopeya- sino la presencia viva de hechos reales”. Es decir, la función del novelista es la de recrear en el lector escenas cotidianas, estados de ánimos, circunstancias existenciales.
Esta polémica trasladó dos miradas ejemplares sobre el género. La perspectiva de Arlt, una consecuencia de la gran novela decimonónica francesa o rusa -valgan sus producciones y personajes, hombres impotentes de la pequeña burguesía porteña frente a una sociedad que los oprime y succiona su individualidad-, y la opinión de Pla, de naturaleza anti narrativa, privilegiando la imaginación como concepto totalizador, como puede auscultarse en Proposiciones, ya en la madurez.
“Si Gide, por ejemplo -como a su vez lo hace Pirandello en teatro para la misma época-, quiebra esa verosimilitud cotidiana en aras de la autenticidad psicológica, registrando la inestabilidad del yo, no por eso dejaba de manejar, como Joyce, elementos de la realidad: de suerte que, aunque con sentido distinto, puede decirse que siguen cultivando la novela a la manera de una epopeya de la vida cotidiana transformando el lenguaje y las categorías que lo mueven con vista a recrear esa misma realidad”.
La contienda podría haber pasado al olvido si no fuese por ciertas referencias significativas. Primero, sin dudas, la nobleza de Arlt para subir al ring a un desconocido, haciéndolo así, conocido. Segundo, el horizontalismo y la pluralidad del periódico que se exponía a una de las estrellas del medio. Y por último, el grado de convencimiento del Flaco Pla al desarrollar una filosofía de la composición que luego trasladaría en sus producciones del género.