Algo me sorprende sobremanera y me llama la atención la insistencia del hecho en gente que entiendo no ignoran que lo que preguntan es de imposible respuesta. Sin embargo pareciera que esperan una respuesta, provenga de donde provenga, de un político, de un encuestador, de un vendedor callejero, de un periodista, de la señora que pasa por ahí... La lista es incesante y a pesar de no obtener la respuesta ni la más aproximada, siguen haciendo la pregunta.

O sea, hay que pensar que creen que verdaderamente la respuesta es posible de dar, o incluso que la respuesta no les interesa en absoluto sino que se trataría de una especie de ejercicio de suposición y de imaginación que quisiesen que el interrogado acometiese aunque diga cualquier cosa. Algunos de los preguntados intentan eludir la pregunta, y responden otros con evasivas. Aunque algunos intentan una respuesta que quieren que parezca serie y responden gravemente.

Preguntas del tenor ¿quién cree que va a ganar las elecciones? O también preguntar sobre ¿cómo le parece que continuará la economía con tal resultado? Muchos de los que contestan lo hacen tendenciosamente, es decir responden más atendiendo a sus propios anhelos que a alguna forma de objetividad. Hasta los encuestadores se encuentran sin recursos ante esas preguntas.

Sin embargo el formularlas podría ocurrir porque aunque saben que no hay una respuesta cierta, creen en una especie de saber predictivo, como que debería poder saberse desde alguna concepción científica que pudiese imaginar o leer en los datos de la realidad una respuesta.

Como dice Jacques-Alain Miller en la entrevista Las profecías de Lacan “la época está marcada por la influencia creciente de la cifra, de la contabilización: se quiere cuantificar todo. Ahora bien, el principio del todo-cuantificable es el Uno. Sin el Uno, nuestros cálculos no existirían y, hoy en día, están por todas partes: en la vida cotidiana, en política – por lo menos, cuando se vota –, en la ciencia, la medicina, la economía, la editorial, el espectáculo, todos los campos de actividad humana. Este vigor científico, esta ambición de respuestas ¿a qué nos remite? Nos alegramos y tememos a la vez. La ciencia es un frenesí. Comenzó lentamente, a paso corto, en el siglo XVII. Agita desde entonces a la humanidad entera, que mordió la manzana y se trastocó. Las sacudidas se hacen cada vez más rápidas. E imposibles de parar, porque la supremacía del Uno proviene del lenguaje mismo". 

Este frenesí, Lacan lo asimilaba a la pulsión de muerte: "Ninguna nostalgia parará eso, ningún comité ético. Nuestras condiciones de existencia sufrirán conmociones que hienden el alma, porque el alma tiene dificultad para andar el mismo paso. Ya Baudelaire, al comienzo de la revolución industrial, se lamentaba sobre el París que Haussmann tachaba del mapa. El cambio es cierto. ¿Para mejor o para peor? Depende”.

 

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