Una película de policías. El título puede empujar conclusiones apresuradas, confusiones, prejuicios, creando en la mente una amalgama de policiales duros, oscuros, cómicos o todo eso junto. Escenas mezcladas y sacudidas de cientos de títulos en los cuales el límite entre el bien y el mal se pierde para recuperarse recién en la secuencia climática de acción y redención. Armas reglamentarias y no tanto, brillantes, calientes, humeantes; corrupciones y calvarios; drogas, investigaciones internas, prostitutas y criminales de toda calaña. Pero la película de policías del realizador mexicano Alonso Ruizpalacios, que viene de competir en la sección oficial del Festival de Berlín y acaba de estrenarse en Netflix, es otra cosa. Aunque policías hay, y muchos. Policías reales, creados, recordados, imaginados, resucitados. Aunque la secuencia de títulos, precedida por sirenas sonando a la distancia y luces azules y rojas intermitentes reflejadas en las paredes, y conformada por una serie de viejas fotografías de policías en acción acompañada de música setentosa con guitarras wah wah, vuelve a acariciar el imaginario cinematográfico y televisivo de horas y días y meses y años de metraje policial. A la frase “Más poesía y menos policía”, escuchada en varias marchas de aquí y de allá, Ruizpalacios le opone la posibilidad de que ambos términos no se excluyan mutuamente. “Oirás las sirenas cantando / Más y más cerca de aquí / Reza que no estén cantando / Esta noche para ti”. Las estrofas pertenecen a un agente de la policía mexicana, ganador del Tercer Concurso Regional de Poesía Policial, y anteceden la presentación de Teresa, oficial a cargo de un móvil que en la primera secuencia debe tomar las riendas de un parto de urgencia en medio de la noche, sin ayuda médica alguna. Las formas de la imagen, el ritmo del montaje, los encuadres –en pantalla panorámica y lentes scope que tiñen todo de un aspecto predigital–, permiten inferir que se trata de una ficción creada especialmente para la pantalla, aunque el nacimiento del niño pertenezca sin duda a la más estricta realidad. La voz en off de Teresa relatando el día a día de la profesión se entrelaza más tarde con la de Montoya, oficial con quien comparte profesión y un vínculo personal. La relación de Teresa y Montoya es bien conocida por sus colegas y, por esa razón, suelen llamarlos cariñosamente “La patrulla del amor”.

Una película de policías recorre sus primeros sesenta minutos con escenas de la calle que parecen tomadas de un reality show de excelente factura (Montoya soporta burlas y agresiones durante una marcha, Teresa persigue a un ratero en los pasillos del subterráneo, ambos comparten un sándwich en el automóvil policial) y otras en las cuales la cámara ocupa el espacio de una entrevista convencional, con los sujetos mirando a cámara, relatando pasados, presentes y anhelos. ¿Es entonces la película un falso documental, una mezcla de ficción y documento, un híbrido que ambiciona ocultar las fronteras entre universos reales e imaginarios, una metaficción basada en la realidad o lo contrario? Todo cambia en cierto momento, cuando una placa explicita algo que podía intuirse, rompiendo en millones de pedazos la cuarta pared: Teresa es en realidad Mónica Del Carmen, actriz, y Montoya se llama Raúl Briones, también actor. Ambos se hicieron pasar por estudiantes en distintas academias policiales, siempre deseosas de sumar nuevos cadetes a la fuerza. Es la primera (pero no la última) puesta en abismo de una película que, a partir de ese momento, sumará imágenes de video grabadas con teléfonos celulares, video-diarios de los actores preparando sus personajes y grabaciones de audios reales incorporadas al relato mediante un meticuloso y extremadamente preciso procedimiento de doblaje. “Vengo del mundo de la ficción y las productoras Daniela Alatorre y Elena Fortes del documental, y ya en las primeras reuniones de preproducción quedó claro que queríamos meternos cada uno en el mundo del otro”. Sentado en su auto, estacionado en algún lugar de la Ciudad de México, Alonso Ruizpalacios mira hacia la pequeña cámara de su teléfono celular y responde a las preguntas, haciendo hincapié en el hecho de que esta es su primera incursión en el mundo del documental. El director de la galardonada Güeros (2014) y del drama criminal Museo (2018), protagonizado por Gael García Bernal, recuerda que “la idea siempre fue experimentar formalmente, aunque en un primer momento no sabíamos exactamente cómo. La solución a esa incógnita surgió a partir de las respuestas a problemas concretos que iban apareciendo. Específicamente, el hecho de retratar una institución tan compleja como la policial, que muchas veces es tan reacia a ser registrada. Allí apareció la idea de utilizar actores, y luego la posibilidad de incluir en la película el proceso mismo de preparación de los personajes”.

Montoya observa como un hombre visiblemente borracho orina adrede en un cantero, a unos dos o tres metros de distancia, como una forma de rebelión infantil pero ciertamente efectiva. Las órdenes son “no reprimir” y el agente intenta disuadir verbalmente, sin demasiado éxito. Cosas de la vida de un policía en una gran ciudad. Más tarde, un llamado telefónico pone a Teresa en una situación incómoda: el dueño del bar sobre cuya vereda están estacionadas varias motocicletas, en franca contravención municipal, es amigo de un alto mando en la “corporación”, como suele llamarse a la fuerza. La discusión y el llamado a alguien de muy arriba tendrá sus consecuencias, tanto para la mujer como para su pareja. “Los personajes que interpretan los actores y los actores en sí mismos son, de alguna manera, los ojos del público, los ojos del ciudadano. Personas que tenían sus opiniones prefabricadas sobre la policía y que durante todo el proceso de preparación y filmación tuvieron que confrontarlas. Eso fue lo más interesante del planteo de la película. La forma final la fuimos encontrando en cada uno de los pasos. Fue una película muy extraña y atípica de hacer, con tiempos muy particulares, y el guion se terminó de escribir realmente durante la edición. Por supuesto, teníamos una estructura armada previamente, un guion que preparamos a través de una serie de entrevistas a policías reales, que luego los actores tuvieron que estudiar al milímetro para poder hacer el lip sync, haciendo coincidir sus labios con los sonidos. Pero todo ese segmento que llamamos ‘Un actor se prepara’ era un enigma; los resultados los descubrimos a posteriori. Hay mucho material que tuvimos que sacrificar en pos de lograr un equilibrio, tratando de no abrir demasiado temas en los cuales no íbamos a poder ahondar”. ¿Y qué piensa el actor, el ciudadano, de la policía? Es un fenómeno mundial y de larga data, pero en las sociedades latinoamericanas en particular las fuerzas de la ley son usualmente vistas con recelo. Una mezcla de miedo y desprecio, de respeto y mofa, que en muchos casos se resume en la expresión “un mal necesario”.

“Los policías son como los actores, tienen que actuar un personaje para que la gente los respete”, dice en cierto momento a cámara uno de los policías/actores. ¿Fue la frase una idea de los guionistas, del actor o del policía entrevistado tiempo atrás, durante la investigación previa al rodaje? Difícil saberlo, pero para Ruizpalacios “la idea del proyecto albergaba la esperanza de tener algún tipo de impacto social. Realmente no creo que el cine tenga el poder de cambiar nada, pero la esperanza siempre existe. En México veníamos del final del mandato de Enrique Peña Nieto, un desastre, con el país hecho bolas. Con una corrupción y una impunidad descaradas que durante ese sexenio aumentaron de manera notable. Queríamos hacer algo que contrarrestara la inercia. Pero a medida que avanzamos en la investigación –dos años de conversar con policías y especialistas en el tema de la seguridad pública– la figura misma del policía comenzó a volverse más compleja. Hay que comprender que el policía es la primera frontera entre la ciudadanía y la Ley con mayúscula. Es a quien tenemos a mano y en quien depositamos muchas frustraciones y preconceptos, muchos de los cuales son justificables. Otros no tanto. ¿Cómo tratamos a los policías en México? No sé cómo será en Argentina, pero aquí hay mucho racismo del mexicano común hacia la policía, algo casi humillante. Mónica lo dice en la película: la mayor parte de los agentes tiene rasgos indígenas y viene de familias de bajos recursos, y eso genera la inercia de tratarlos como sirvientes”. Desde su estreno mundial en la Berlinale, Una película de policías fue en general muy bien recibida por la prensa especializada, aunque alguna voz señaló el carácter “humanizador” de la policía como una crítica ideológica negativa. “Y luego está el tema de la relación de la policía con el cine”, continúa el cineasta, “que es muy estrecha. El policial es todo un género aparte y había una buena oportunidad de subvertirlo. El título fue una de las primeras cosas que elegimos”.

¿Sueñan los policías reales con escenas de acción y heroísmo en cámara lenta, a la manera de los policiales cinematográficos? Lo cierto es que el paso por la academia no está exento de desafíos, como lo demuestran varias de las escenas del segmento más documental de la película. Teresa/Mónica recuerda las sesiones de tiro al blanco y otras prácticas diarias, pero en particular destaca aquel día en que debió sumergirse en una pileta de natación desde un trampolín ubicado a diez metros de altura, reto diseñado para perderle el miedo a las caídas que, al mismo tiempo, ofrece todas las características del rito iniciático. “Los video-diarios que hicieron los actores durante meses fueron una fuente invaluable de ideas”, detalla Ruizpalacios. “Creo que el desafío más duro para los actores en los segmentos ficcionales fue encarnar a los policías reales mediante la técnica del lip sync, que no es algo nuevo pero que aquí ofreció la posibilidad de ‘habitar’ a las personas reales, algo que no es simplemente ilustrativo sino una suerte de inmersión psicológica y emotiva. En una escena Mónica lee la carta que el papá de Teresa le escribió cuando se graduó, casi una reconciliación entre padre e hija, y al leer se le quiebra la voz, pero lo reprime y sigue leyendo. La actriz tuvo que hacer todo eso siguiendo al pie de la letra el sonido de la grabación de audio, sumando sus emociones a las originales. Fue algo muy complejo desde lo actoral y hay varios momentos así en la película. Y no hablemos del brinco desde la plataforma: ese día teníamos un doble de riesgo para hacer el salto, pero Mónica, que al comienzo del rodaje no sabía nadar, se envalentonó y decidió hacerlo ella misma. Un único salto, una única toma, desde diez metros. Y se tiró. Puede parecer poca cosa, pero si te subes a ese trampolín y miras para abajo entiendes la dimensión del salto. Da mucho miedo”. La escena de acción y heroísmo es real y la cámara la registra en cámara lenta, una caída vertical que quita el aliento. Como afirma alguien en la película, no es fácil ser policía. Ni actor en una película de policías.