De niña Marcela Cabutti modelaba con plastilina y ponía bajo el microscopio todo aquello que suscitaba su curiosidad, sobre todo insectos y plantas. Fueron los inicios de una vocación creativa que floreció a lo largo de casi cinco lustros, entre la escultura y sus complejas manifestaciones contemporáneas como objetos e instalaciones. Estos recursos, a los que sumó el dibujo, la fotografía y el video, le sirvieron para indagar y poner en escena ciertos temas: la naturaleza compartida, mayormente simbiótica entre humanos, animales y vegetales; los paisajes que, desplazados por la creciente expansión de las ciudades, necesitan cada vez más ser restituidos al hábitat urbano por las expresiones artísticas, y un interés, siempre renovado, por explayarse en el espacio, camino que alcanzó su apogeo con la recreación de formas arquitectónicas.
Entre 1992 y 1994, con infatigable espíritu inquisitivo, emprendió una investigación técnica, artística e histórico-cultural para la tesis que culminaría sus estudios de escultura en la Universidad Nacional de La Plata. Contra las tendencias dominantes en los talleres académicos, exploró la construcción de objetos inflables, realizados en PVC. Se le imponía la liviandad como alternativa a los procedimientos escultóricos tradicionales. Mediante esta búsqueda recuperó el concepto de juego y nutrió un imaginario original con motivos y realizaciones insólitos.
Diseñando, cortando y termosellando moldes, consiguió una variedad de figuras, que el aire o el agua coloreada terminaban de conformar, en ocasiones policromándolas con tintas de serigrafía aplicadas con pincel o aerógrafo. Estas piezas inflables –cuyos antecedentes encontró en las obras del alemán Otto Piene, de los pop norteamericanos Oldenburg y Warhol y en el Fluvio subtunal de la argentina Lea Lublin– tenían como tema una trasposición de aquellas visiones infantiles de los bichos inquiridos bajo el microscopio. Con estos Insectos de la vida cotidiana realizó en 1993 las primeras muestras con repercusión en su ciudad natal y en Buenos Aires. A estas efigies sumó figuras de otros animales, personajes antropomorfos y la instalación Templo con la que obtuvo el premio de escultura de la Bienal de Arte Joven. Esta obra, la primera con la que evocó la construcción edilicia, estaba constituida por treinta y dos columnas transparentes, una suerte de rememoración pop del bosque sagrado –fundamento de la tipología templaria–. Fue realizada bajo la impresión que le causaron los sitios rituales de Chichén Itzá –en especial el Templo de los Guerreros y las mil columnas– durante sus viajes a México.
Pero fue la galería de bichos la que volvió distintivo su trabajo. Libélulas, moscas, cucarachas, mariposas o escarabajos se fusionaron con lo humano. Las denominaciones impuestas por la artista a estos inflables –“niki” y “tonto”, “mosquito chupasangre”, “insecto rapiña”, “brujo” o “Gregorio”– fueron referidas por Fabián Lebenglik como cruces entre animalización y humanización, relacionando estas obras con el pensamiento desestructurado estudiado por Deleuze y Guattari a propósito de la transformación de Gregorio Samsa, protagonista de La metamorfosis de Kafka, con su devenir imprevisible y su aspecto monstruoso, como modelo de esta perspectiva alterna.
Pronto Cabutti expandió el efecto de sus trabajos. A Chicharra, realizada en base al estudio de ejemplares disecados, le agregó un motor que simulaba su respiración y el sonido pertinaz de su canto y la situó sobre una mesa de disección. Fue el momento en que participó en las clases de Luis Benedit en el Taller de Barracas, sede de la Beca Antorchas. Benedit confirmó la validez de sus motivos y la impulsó a asociar su iconografía con mecanismos que completaran las cualidades científicas de los sujetos, para proyectarlos en el espacio de exhibición, involucrando en mayor medida al espectador. Para Cigarra creó una ambientación sonora y añadió un tronco que evocaba su hábitat. El paisaje se asomaba en Lombrices, donde los anélidos emergían y se ocultaban en su terrón. Impulsados por un ingenioso y sencillo dispositivo –aquellos que hacen girar a los pollos en los hornos al espiedo–, presentaban un temblor vital logrado por el mecanismo y la respuesta al movimiento del mórbido látex con que estaban confeccionados.
Estimulada por estas ideas realizó, entre 1997 y 1998, la maestría en Design e Bionica del Centro di Ricerche dell’Istituto Europeo di Design de Milán. Producto de estos estudios elaboró, sin abandonar sus bichos, artefactos de sofisticado diseño, trabajados con metales, madera, vidrio y luz eléctrica. De esta serie, que denominó Frágiles seres invaden la casa –seleccionados en el concurso internacional Luci e Ombre de la Expo 2000 de Torino– se destacó Luciérnaga, su primera pieza en cristal soplado ejecutada en Murano bajo la guía del artesano Pino Signoretto. El insecto resplandecía como una gema: el cristal translúcido se veía realzado por la luz proveniente de la base piramidal sobre la que se apoyaba, atravesaba el cuerpo y lo hacía irradiar desde su interior, consustanciando la pieza con su modelo natural. En las obras de este ciclo había un cierto realismo representativo; los rasgos caricaturizados que humanizaban a sus animales inflables ya no estaban presentes. En ellas predominó una síntesis que los enlazaba con el diseño industrial.
Este realismo, que pronto sufriría modificaciones, se volvió estadístico cuando exploró los insectos mediante la fotografía, como en el conjunto 150229, muertos, acercamientos a una locomotora sobre la que se habían estampado cientos de bichos, atrapados por la velocidad de la marcha. En esta línea, además, registró mariposas muertas, atraídas por la luz eléctrica.
Con esta técnica ya había realizado la serie Paisajes, donde utilizó recursos experimentales como copias viradas al azul de negativos blanco y negro, tomas superpuestas y efectos de luces manipulando linternas sobre ilustraciones. Así aparecieron bosques, montañas, reverberaciones acuáticas o cielos atravesados por brochazos de luz, fragmentos de arquitectura, insectos de juguete dejando su estela de movimiento o alambres de púa, motivos –algunos claramente artificiales– que se infieren como visiones entre oníricas y nostálgicas.
En cada ciudad europea donde la llevaron estudios y residencias, Cabutti estrechó lazos con los museos de ciencias naturales, para obtener de sus acervos la documentación necesaria para sus trabajos. Quizás esta costumbre tuviera que ver con el vínculo que la mayoría de los platenses tiene con su propio museo, paradigmática institución argentina. Para la serie de los murciélagos investigó en el de Milán, donde tuvo acceso a una colección de grabados que recogían la fisonomía de mil quinientas variedades. Eligió treinta para realizar pequeños retratos, a manera de bustos, en masilla epoxi y resina poliéster. Sus bases contenían gráficas de los ultrasonidos que estos mamíferos emplean para orientar su vuelo nocturno y detectar a sus presas. Cada cabeza tenía su particularidad en tanto especie, pero la artista deslizó rasgos inspirados en los retratos de políticos de Daumier así como de personas de su entorno. De ahí su aspecto caricaturesco. Por su parte Murciélago azul, presentaba un espécimen de cuerpo entero mientras que una animación esquematizaba el modo de volar de estos mamíferos, digitalizándolo con puntos luminosos unidos por líneas azules. Los puntos que marcaban las articulaciones de estos animales en distintas etapas del vuelo dieron origen a Cielitos, cinco cajas que eran soporte de imágenes fijas del video en las que las líneas habían sido borradas. Impresas sobre papel negro presentaban conglomerados de destellos luminosos en los que apenas podían reconocerse las siluetas de los murciélagos en sus periplos aéreos, sugiriendo visiones nocturnas de ciudades o cielos estrellados.Finalmente, un grupo de estos animales envueltos en sus alas y colgados cabeza abajo –típica posición de reposo–, realizados en fundición de aluminio, completó la exhibición que, bajo el título Bat, Cabutti presentó en Milán en el 2000.
* La autora es curadora, investigadora y docente. Fragmento inicial del texto incluido en el libro Aire alrededor de los objetos, de Marcela Cabutti, que acaba de publicarse y será presentado el sábado 27 de mayo en el stand de la galería Del Infinito.