Hay muchos libros y discos, sobran historias y también canciones. Pero si el músico, escritor y periodista Gustavo Grazioli tuviera que elegir una influencia determinante para su perfil (canta en Manzanitas, publicó tres poemarios y escribe en numerosos medios, entre ellos, Página/12), quizás sea esa frase que lo alumbró desde un tren cuando tenía catorce años.
Mientras el Sarmiento abandonaba Liniers para meterse en el conurbano, por las ventanas apareció un murallón con una imposición en mayúsculas: “La pared es el cuaderno de todos”. La polisemia de esa pintada urgente era muy poderosa: cualquiera tiene el derecho a expresarse.
“Venía anotando en un cuaderno Gloria frases de graffitis, y también de algún libro que me quedaba bailoteando. Pero la que más me resonó fue esa. Entonces empecé a escribir más. Y algunas de esas hojas terminaron siendo canciones”, cuenta Gustavo.
En uno de los márgenes de La Matanza, acodado contra la continuación del Riachuelo en el GBA, Aldo Bonzi —de no más de quince mil habitantes— llegó a tener simultáneamente tres lugares distintos para tocar. “Un récord histórico”, recuerda Nacho Marcora, guitarrista de la banda que mejor supo aprovechar esa circunstancia local para ganarse horas en vivo.
Diez años después, Manzanitas celebraría su década ganada la misma noche en la que dejaría de tocar por otros dos. Algo que no estaba en los planes de nadie. Tras esa performance inolvidable en el JJ del Abasto en noviembre del 2019 sobrevino un descanso de verano y, a su término, el comienzo de la cuarentena.
► Tercera ola
Este sábado a las 21, el pulmonar y laborioso grupo de Bonzi romperá su largo silencio vivo en Mamita Bar, Colegiales (Álvarez Thomas 487). Y volverá a poner en funcionamiento el engranaje que lo llevó a tocar en innumerables lugares, dejando como testimonio El gusano máximo (su disco debut, de 2014) y Gato, un EP que data del 2017. Por eso, según Pablo Prandi (bajista y uno de los compositores), este sábado supondrá un envión para la “tercera resurrección” de Manzanitas.
La primera etapa la fechan entre 2009 y 2015. “Ahí tocamos mucho y también aprendimos tocando, crecimos a la vista del público. Fueron los años más salvajes y desfachatados”, reconoce Gustavo Grazioli. Hasta que en 2016 se incorporó el baterista Juan Baquetas, “recién llegado de padelear el continente y, sin siquiera sugerirlo, nos mandó a la escuela”.
De todos modos, siguieron tocando donde los invitaran. San Justo y Laferrere, pero también General Las Heras, Campana e Ibicuy, de repente. Los tratos podían incluir “pizza y cerveza, rara vez dinero”. Y el transporte era el mismo de siempre, el mismo de ahora: “Un Ford Orion modelo 96, con amortiguadores que podrían ganar las olimpíadas”.
“Todavía buscando un poco de orden dentro del impulso vital y caótico del grupo, seguimos tocando bastante. Pero eran tiempos de transición”, admite Gustavo. Sólo la pandemia les puso freno, aunque nada más que por un rato. El ingreso del guitarrista Mauro Porcel abrió la puerta a nuevas composiciones.
Recién en febrero pasado, y por única vez en el año, Manzanitas asomó la cabeza con una grabación “en un patio de Bonzi” (así localiza el título al video) junto a los vecinos Beto Olguín y Gonzo Gómez, de Los Pérez García.
► Sudor obrero
En simultáneo, Gustavo Grazioli navegó las aguas pandémicas con un interesante ciclo de entrevistas a distintos referentes culturales vía el Instagram de Trilce Radio. Y formateó algunos de los cuentos que formarán parte de su primer libro de prosa. A diferencia del “periodista que se muere por tocar” (como ironizó Ricardo Mollo cuando el rock tenía carga interpeladora), Grazioli se dedica tanto a una cosa como a la otra con un oficio obrero. El viejo axioma del diez por ciento de inspiración y noventa de transpiración que funge como Rubicón: ¿cuántos del “grupo del diez” nos perdimos por los otros noventa que faltaron?
“Manzanitas se armó y se sostuvo entre amigos del barrio que, además, compartíamos gustos culturales. Sobre todo en la música, claro, aunque también circulan muchos libros”, explica Gustavo. “A mí me sirvió para cantar, y para ponerle música a lo que venía escribiendo. Empezó como un juego, pero después la cosa se puso más seria. Tomé clases de canto, talleres de escritura”.
En el grupo se impone una dinámica similar: la de transpirar la inspiración a bordo de un Orion ’96. Como el sábado, en Mamita, que tocarán al sobre: una forma amigable de acercar nuevas orejas después de dos años sin tocar, y en tiempos de sobreoferta recitalera. Mientras tanto, se ordenan para otro plan, grabar “bajo la guía y la orfebrería prodigiosa” de Sebastián Schachtel, de Las Pelotas y La Portuaria. El propósito es un disco contante y sonante, pero antes de eso van a sacar un EP. Su nombre, La naturaleza exacta de nuestros errores.