Un emprendedor turístico de la ciudad de Buenos Aires, que organiza pequeños grupos para viajar con extranjeros por nuestro país, comentaba en una entrevista radial su experiencia de escuchar a los turistas sobre cómo quieren encontrar asentamientos humanos que aún conserven su identidad. Esperan descubrir el conjunto de formas de vida, valores, tradiciones, la realidad de esa sociedad, propios del ser humano que genera el sentido de pertenencia de un lugar.

En muchas ocasiones, chocan con entornos que tratan de copiar la receta repetida que ya viven los habitantes de la gran ciudad. Los lugareños creen que así se agrada al visitante, cuando es todo lo contrario. Quien llega a un pueblo o ciudad pequeña para vivir la experiencia del lugar, quiere sentir y reconocer su identidad en contraste con la suya; no adentrarse en un parque temático artificial.

Vemos que la gente que llega a nuestros pueblos y ciudades de la provincia se dirigen primeramente a la plaza principal, lugar asumido naturalmente como el centro cultural de un pequeño asentamiento humano. Esperan encontrar en su brújula interna, las señales que lo acerquen a las tradiciones propias de ese entorno. A veces se topan con plazas intervenidas con resultados formales similares a otras ciudades que terminan siendo una copia reiterada.

Enterratorio de la Iglesia de San Pedro, Fiambalá, recientemente restaurada.

Lugares emblemáticos para el turismo argentino, como la Quebrada de Humahuaca, en el norte o la Patagonia Andina, en el sur, tienen presente cómo podemos preservar la identidad de los pueblos a través de comprender ese lenguaje de sus patrones naturales y culturales del sitio preservado. Esos destinos están posicionados, ya que la gente conoce o escuchó hablar de esos territorios por su paisaje natural y cultural que son orgullosamente defendidos por sus habitantes autóctonos.

En un momento donde la gente visita provincias como la nuestra, donde el paisaje es tan imponente, es momento de estar alertas, desde las áreas que toman decisiones, para establecer acuerdos mínimos en materia de planeamiento urbanístico para cuidar la identidad del lugar. Erigir unos puntos de coincidencia que todos asumamos como fundamentales para preservar el entorno, entendido desde una mirada integral y compleja. Por caso, que podamos reconocer en un emprendimiento hotelero cómo, a través de su proyecto y construcción, se cuidan y se celebran los valores del lugar.

Con la iniciativa de los emprendedores y al sentirse acompañados por el Estado, esta idea colectiva tiene un gran potencial para desarrollarse sosteniblemente. Sobre todo, considerando que en tiempos pos pandemia los turistas que se animen a salir, van a elegir destinos con características particulares como es el caso de la Ruta del Adobe, en Catamarca. Esta oferta turística podría convertirse en un circuito de interpretación de los nuevos paradigmas de la materialización constructiva de nuestra arquitectura, de cara a los desafíos que enfrenta la Humanidad con el calentamiento global; que la gente pueda reconocer que ya lo tuvimos desde siempre y que ahora viene a repensarse.

En el quehacer del diseño arquitectónico se considera, en su complejidad, los fines que se quieren lograr y con qué medios se dispone. Por lo tanto, el resultado formal que pretendemos conseguir está unido a los recursos con los que contamos. Valorar lo nuestro no limita la creatividad si miramos la honestidad de la arquitectura que resulta al entender el lugar. Reconocer la realidad donde actuamos para afrontar integralmente el problema nos va a conducir a tener presente la esencia de la identidad de los pueblos a través de la arquitectura.

*Arquitecto