El expresidente Mauricio Macri levitaba de gozo cuando el G-20 se reunió en Buenos Aires. La ciudad estaba vallada, desierta, la patrullaban fuerzas de seguridad, por aire y tierra. Minga de movilizaciones, marchas, piquetes… cero gentuza en calles y plazas. La velada en el Teatro Colón quedó famosa porque Macri shoró (se recomienda la fonética de Moria Casán para decirlo en voz alta): Lo rodeaba la crema del poder mundial, una élite bien vestida.

El PROnóstico anunciaba lluvia de inversiones. El sueño húmedo de los cambiemitas, en un par de sentidos. No diluvió (ni siguiera garuó) y además pasaron cosas.

Los gurúes de la tribu y de la City confirmaban las fantasías de Macri. Ahora cuestionan el control de precios porque dicen que es una herramienta que siempre falló. No aplican la misma vara para evaluar los préstamos faraónicos del Fondo Monetario Internacional (FMI), blindajes, megacanjes o como se designaran. Tampoco fueron muy fructíferos. La herencia del macrismo agobia a la Argentina aunque la narrativa hegemónica finja distracción.

Roma también fue cercada para el reciente cónclave del G-20, era complicado transitarla, igual es “La grande bellezza”. Argentina integra el organismo, el presidente Alberto Fernández participó, pronunció un discurso razonable y enérgico a la vez. Desde la derecha lo ridiculizan, se indignan porque no fue con sus pares a la Fontana de Trevi.

Fernández meditó su discurso de tres minutos, lo preparó, presentó bien la posición del Gobierno que incluye debilidad relativa frente a las potencias del planeta. Cuestionó la manera irregular con que se concedió el empréstito (ilegal para las leyes argentinas y para las reglamentaciones del FMI). E insistió en reclamos propios de quien quiere acordar: eliminación de las sobretasas de intereses, ampliación de plazos para pagar. Y eventual futura aplicación de lo que en jerga jurídica se llamaba “cláusula de la nación más favorecida”: si las exigencias del Fondo se aligeraran después de firmado un acuerdo, las nuevas reglas deberían extenderse a la Argentina.

El documento final del G-20, con las cautelas típicas de la diplomacia internacional, recomendó al Fondo analizar medidas similares. Dentro del acotado marco de lo posible, el mejor pronunciamiento.

AF parafraseó a su manera el notable apotegma del fallecido presidente Néstor Kirchner: “los muertos no pagan”. Su exjefe de Gabinete gestiona en una etapa peor que aquella, parece mentira.

La intención del Gobierno --anunciada en la campaña de 2019 y en los discursos inaugurales en el Congreso-- es llegar un acuerdo con el FMI con varios años sin desembolsos, un lapso prolongado de gracia y sin condicionamientos que perjudiquen la (deseada y demorada) recuperación económica.

La hipótesis oficial es que el Fondo debatirá informalmente las recomendaciones del G-20 antes de fin de año. Y que con optimismo de la voluntad podría concluirse el acuerdo antes de que terminara marzo de 2022. Así lo expresó el ministro de Economía, Martín Guzmán, en un reportaje publicado ayer en el diario Perfil. La vocera presidencial Gabriela Cerruti dijo algo similar días atrás, sin precisar fechas.

Cuando acontezca, si acontece, se solidificará el debate contrafáctico: ¿se demoró demasiado, aun reconociendo el impacto brutal e imprevisible de la pandemia? La derecha autóctona afirma que sí, su ala extrema (Macri) explicó que si hubiera sido reelecto habría cerrado trato en cinco minutos. Otros intérpretes menos fabuladores “conceden” lapsos más largos aunque concuerdan en la idea: se llegó tarde. La dupla Fernández-Guzmán sostiene que las tratativas largas tienen que ver con la defensa de los intereses populares y con lo que impuso la covid-19.

En el oficialismo subsisten polémicas larvadas, en el borde del Frente de Todos (FdT) hay quienes todavía miran con cariño la posibilidad de una ruptura, default incluido.

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Verano en ciernes: En la Rosada, Cancillería y el equipo económico subrayan-celebran que la economía se está reactivando. La industria repunta con firmeza. Las vacaciones reflotarán ciudades y hasta provincias. Revivirán sectores productivos hiper castigados por la pandemia. La gastronomía, el turismo, los viajes, la cultura y el espectáculo para nombrar los más evidentes. Los funcionarios alientan esperanzas altas: picos de afluencia, temporadas record. En simultáneo, un retorno de bienestares y diálogos entre artistas y público: oxígeno para los trabajadores de la cultura. Un poco de alegría para la gente común.

El escenario económico sería, según esa mirada, el mejor posible en una gestión condenada a convivir con el mal menor.

El escenario político, en espejo contrastante, podría ser el más complicado desde que asumió Fernández si se confirman los resultados de las Primarias Abiertas (PASO). La hipótesis más factible para los devaluados encuestadores, para la oposición. Y, en voz más baja, para casi todos los protagonistas del oficialismo que ahorran presagios mientras se empeñan para acortar diferencias donde hubo derrota (casi todos los distritos). 

Remar hasta el domingo próximo inclusive, buscar votantes propios remisos. La misión es persuadirlos, facilitar su traslado a los centros de votación. Aumentar el nivel de participación de modo significativo, por encima de los antecedentes históricos, constituye un instrumento imprescindible… una condición necesaria pero no suficiente.

El albertismo no existe como línea interna del FdT. Si la hubiera, su vanguardia sería muy similar a la comitiva que acompañó a AF. Fuera del país, rodeado por los más fieles, Fernández habrá respirado alivio de a ratos. Nunca demasiado porque sabía que cuando regresara --emulando al dinosaurio del microrrelato de Augusto Monterroso-- la realidad todavía estaría acá.

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La leyenda del paria, la salvación de Evo: Para la narrativa hegemónica “Alberto” es un paria del sistema internacional, una figura desdeñada por sus torpezas y complicidad con dictaduras regionales. Sin embargo, en los 99 días de mandato pre pandemia el presidente concretó una gira europea en la que fue recibido por mandatarios de países relevantes.

Mantuvo con ellos muchos intercambios ulteriores por Zoom, coloquiales.... un subproducto de la pandemia. La crisis sanitaria detonó consecuencias asombrosas, quizás no muy analizadas por ahora. A casi todos los mandatarios del planeta, en algún momento, la realidad se les escapó de las manos. Atravesaron contingencias únicas, temores. Las derrotas electorales recayeron sobre, verbigracia, el presidente negacionista de Estados Unidos Donald Trump, tanto como sobre el partido de la sensata y racional canciller alemana Angela Merkel.

La catástrofe, la incerteza, fomentaron la necesidad de conversar con “pares” (valgan las comillas). La tragedia y sus impotencias (disímiles pero innegables) los emparentó una temporada. En esos paliques, supone este cronista. Fernández les habrá parecido un interlocutor razonable, informado, hasta cordial. La real politik internacional no cesó por eso, claro. La Argentina es un país endeudado hasta el caracú, el peronismo es materia complicada en ultramar, se conocen la inflación y las peripecias políticas de la coalición gobernante.

Oficialistas entusiastas llegaron a decir que la elocuencia de "Alberto" había convencido a sus colegas del G-20. Un exceso de entusiasmo, se sabe que en esos encuentros las decisiones se negocian con antelación y están tomadas cuando se desembarca, pongalé, en Roma. Sí es cierto que el presidente hizo uso de la palabra en sintonía con la tradición nacional-popular, abarcando al peronismo del siglo XXI, el kirchnerismo.

Posiblemente el mayor logro de la política exterior de Fernández fue haber salvado la libertad y, tal vez, la vida del ex presidente boliviano Evo Morales antes de llegar a la Casa Rosada. Con entereza contribuyó a la restauración del proceso democrático en el país hermano.

Evo estuvo en Argentina para rememorar el aniversario de la Cumbre de Mar del Plata. Lo que nos lleva al tramo evocativo y ojalá didáctico de esta columna.

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No al ALCA, sí a la integración: Kirchner y su par brasileño Lula da Silva desafiaron al presidente de Estados Unidos George W. Bush y a su propuesta de Asociación de Libre Comercio (ALCA). Bush venía a que refrendaran al toque su iniciativa, contaba con el aval de la mayoría de los países de la región.

“No al ALCA” fue la bandera. La estrategia abarcaba un ala más radicalizada encarnada por el presidente venezolano Hugo Chávez. Actuaron en sintonía, se dieron maña para conseguir los votos del presidente uruguayo Tabaré Vázquez y del paraguayo Nicanor Duarte Frutos (un dirigente de centro derecha, de “otro palo”). El Mercosur obtuvo una cláusula asombrosa en la que registraban dos posiciones para un mismo tema, modo creativo de parar al ALCA. Una minoría intensa dominó la reunión.

Se consolidaba una etapa única en Sudamérica.

La armonía entre Argentina y Brasil configuró un giro histórico que perduró durante años. Los mejores años de la historia regional transcurren cuando confluyen los líderes de países hermanos. Marco Aurelio García, dirigente y cuadro del PT, hilaba estos acercamientos con los de los presidentes Perón y Getulio Vargas o Raúl Alfonsín con José Sarney. Instancias auspiciosas, nunca tan duraderas como las de este siglo, prolongadas por las expresidentas Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff.

No al ALCA”, lejos de ser una bravuconada, jalonó años de cooperación y paz regional, gobiernos populares de distinto signo, estables como ninguno, indicadores sociales y económicos en ascenso. La comparación respecto de la contra ola de derecha (Macri, Jair Bolsonaro, Lenin Moreno, Janine Añez) potencia la valoración de aquella etapa.

Evo esperaba su turno subiéndose al tren del ALBA, acompañando y vivando a Diego Maradona, militando en su patria y por acá. Apena consignar que Kirchner, Chávez y el Diego fallecieron prematuramente, contingencias que impactan en la historia.

En 2003 el Departamento de Estado yanqui le hacía llegar a nuestra Cancillería un documento definiendo a Evo Morales como “narco terrorista”. Dos sucesivos subsecretarios de Estado, Otto Reich y Roger Noriega, vaticinaban una guerra civil entre pueblos originarios si el líder cocalero llegaba a presidente. Esas visiones delirantes a menudo configuran la política exterior de la Casa Blanca.

Evo, aliado de Brasil y Argentina, fue el presidente más estable y relegitimado de su país. Encabezó un ascenso social formidable, sin derramamientos de sangre. El MAS refrendó su popularidad en elecciones tortuosas, con Evo exiliado y proscripto. Casi nada.

La alianza estratégica entre Brasil y Argentina no bastó para evitar las secuelas de la crisis económica mundial de 2008-2009. No podía alcanzar… pero funcionó como airbag para amortiguar las consecuencias. Durante un discurso pronunciado en el Palacio San Martín, Lula ironizó sobre el G-20 de 2009: “todos los mandatarios esperaban que otro dijera qué hacer”. En el el centro del mundo resolvieron que las personas de a pie pagaran las consecuencias del estropicio y que los bancos aterrizaran con paracaídas de oro (expresión que acuñaron líderes europeos). Se potenció la primacía del sector financiero en el capitalismo global, con costos sociales y económicos que siguen sangrando. La dimensión de esa crisis y sus secuelas mundiales se subestiman u olvidan con excesiva frecuencia.

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Desigualdades por doquier: Fascina volver a escuchar el discurso de Kirchner en Mar del Plata. Valoriza las “verdades relativas”, enaltece a los disensos que son “saludables”. Habla con calma, luce divertido.

La desigualdad que flagelaba al mundo en aquel momento, se acentuó en casi todas las naciones. En relaciones internacionales las asimetrías son la regla, recurrentes los comportamientos de las potencias. El aspirante a embajador estadounidense, Marc Stanley, afirma que "Argentina es un hermoso bus turístico al que no le andan las ruedas". Sin contexto, la comparación suena leve, hasta simpática. Envuelve presiones gigantescas, rayanas en la falta de respeto. Se suponía que el presidente Joe Biden es demócrata, que insufla aires nuevos. Su emisario desgrana un discurso digno del trumpismo. No cambian, no todo cambia.

Con correlaciones de fuerza adversas, los mandatarios de países emergentes necesitan construir poder, día tras día. Kirchner entendió el desafío tempranamente. Pulsear fuerte, arriesgar, afirmarse sobre el territorio propio. En democracia eso se consigue con acompañamiento popular. Ampliando derechos, reconociendo conquistas, mejorando la distribución intra nacional de las riquezas, del poder, del prestigio. Prioridades de todos los tiempos… de ese ayer, del difícil presente, del escarpado bienio que se viene.

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