¿Cómo el Vaticano pudo revisar su rol bajo el papado de Pío XII y la Iglesia argentina no hizo lo propio con Tortolo, Aramburu, Primatesta, Graselli y tantos otros cómplices del genocidio en la Argentina?
Frente a sus propios silencios, sombras y complicidades de la Iglesia Católica en tiempos de Pío XII, ella misma tomó en algún momento la decisión de encarar el camino del arrepentimiento por su rol durante el Holocausto, la Shoá en Hebreo, donde murieron más de 6.000.000 de judíos.
Porque fue testigo de un genocidio que buscó borrar del mapa y el tiempo a un pueblo y eso la puso en crisis con su misión en el mundo. Este camino de Teshuvá (arrepentimiento en la tradición judía y paso necesario para alcanzar la Reconciliación) buscó restablecer aquello quebrado por el pecado. De allí la Declaración Conciliar de 1965 “Nostre Aetate” (Nuestro Tiempo) sobre las relaciones entre cristianos y judíos, el documento “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoá” editado en 1998 por la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo dependiente del Vaticano o el libro “Memoria y reconciliación: La Iglesia y las culpas del pasado”, escrito por la Comisión Teológica Internacional con motivo del Jubileo del año 2000, entre otros gestos y decisiones.
Guste más o guste menos, el Vaticano se dio esa tarea. ¿Por qué la Iglesia argentina, cuya jerarquía fue cómplice del genocidio sufrido por el pueblo argentino en los años setenta, no hizo lo propio, aun cuando esa terrible dictadura cayó también sobre muchos de sus miembros de sacerdotes a obispos que murieron por su fe y sus convicciones? Esperamos todavía las declaraciones, documentos, gestos que marquen los hitos de ese camino de reconciliación.
La Iglesia argentina parió dos curas. Christian Von Wernich, que dijo “ustedes no pueden odiar cuando los torturan” y está condenado por crímenes de lesa humanidad, y que puede aún dar sacramentos. El otro es Carlos Mugica quien dijo “Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”.
También dos obispos, monseñor Bonamín, que dijo “los miembros de la Junta Militar serán glorificados por las generaciones futuras” (en la Casa Rosada, junto a Videla) y monseñor Angelelli, asesinado en agosto de 1976, quien ejercía su obispado “con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”.
Sería bueno en esta etapa en que las encuestas mandan, se encargara una para preguntar de qué cura y de qué obispo se sienten más cerca los católicos.
Me acuerdo en este momento de otro jesuita latinoamericano que fue contemporáneo a esos tiempos y fue asesinado un 24 de marzo pero de 1980. Hablo de Oscar Arnulfo Romero, beatificado por el papa Francisco como mártir, quien calificó que su asesinato fue por “odio a la fe, por su prédica del Evangelio”. Monseñor Romero tiene una oración que puede describir este tiempo de la Argentina: “La justicia es igual a las serpientes, sólo muerde a los que están descalzos”.
Creo que antes de proponer la reconciliación nacional, la Iglesia argentina debería con humildad emprender el camino de la Teshuva y arrepentirse, en el sentido más sagrado y religioso del término, de sus complicidades y silencios. De esta forma acompañará el camino heroico del Pueblo argentino que de forma multitudinaria dijo otra vez Nunca más impunidad. Memoria, verdad y justicia.
* Diputado del Parlasur.