“¿Usted sabe el origen de las semillas de esos tomates?”, preguntó Salta/12 a la dueña de dos puestos en el mercado verdulero de la avenida San Martín al 2200. “No sabría decirle”, respondió Elsa. “Todos estos cajones -prosiguió- los compramos en Perico”. Su respuesta se parece a las que compartieron otros entrevistados.
La procedencia de las hortalizas (por cajones o unidades) se confunde con el origen de sus semillas. La consulta también se hizo entre vendedores del mercado mayorista de frutas y verduras ubicado sobre la avenida Paraguay. La ronda arrojó resultados similares. Bastan los dedos de una mano para nombrar a quienes conocen la procedencia de las semillas de las hortalizas que venden.
Luis, dueño de varios puestos ubicados sobre una de las entradas laterales de Cofrutos, dio más precisiones. “Ves todas esas cebollas”, explicó señalando las bolsas entretejidas con plástico naranja prolijamente apiladas, “no las vendo en el Mercado Central de Buenos Aires”. Detalló que las semillas que utilizan productores locales son diferentes a las de Río Negro o Buenos Aires. “Sintética 14, por ejemplo, es una de las más usadas en el sur para obtener la cebolla que todos conocemos por su cáscara marrón”, prosiguió. Comparó el tipo de fruto que se obtiene con esas semillas modificadas, que se parecen poco a las que llegan desde cooperativas agrícolas de Jujuy. “Algunas semillas son de Holanda, otras de Brasil, pero la diferencia de precio entre ellas es abismal”, explicó. “Un paquete de mil semillas holandesas pueden ser hasta 25 por ciento más caras que las de Brasil. Pero con ellas se obtienen las cebollas que los supermercados prefieren, más que nada el aspecto homogéneo en la presentación”.
La dueña de un puesto en el interior del mercado mayorista salteño, dio más precisiones sobre su especialidad: los zapallos. “Los que ves apilados allá (señala un centenar de calabazas gigantes color plomo) son de Formosa. Los de Embarcación (Orán) llegaron hasta la semana pasada. A las semillas las guarda cada productor, porque se separan los mejores ejemplares para la siguiente cosecha. Pero con los coreanos y los zapallos negros no pasa lo mismo”, explicó Miriam Gutiérrez. “Son de semillas híbridas. Quiere decir que cada año tenemos que comprarlas nuevamente, porque si guardamos semillas para sembrar no dan lo mismo”.
En los testimonios, el verdadero origen de las pequeñas cápsulas que contienen el código mejorado de las hortalizas se esconde entre representantes y revendedores. Representan a grandes firmas que comercializan semillas de híbridos y variedades mejoradas. Tal dependencia crece desde los años noventa. Pero incluso entre ese grupo, hay quienes no comprenden del todo la profundidad del proceso que los incluye como actores clave.
Un puñado de valiosos testimonios surgió en la visita de Salta/12 a dos agroquímicas situadas sobre la Avenida Chile. “Las semillas argentinas no tienen la misma pureza ni la germinación que las norteamericanas”, explicó el dueño de una de ellas. Se refería a los índices presentes en los envases que inciden directamente en el rendimiento por hectárea de las especies hortícolas. Mientras las norteamericanas aseguran una pureza que raya el 99% y una expectativa de germinación de alrededor del 85%, sus competidoras argentinas se posicionan muy por debajo de esas expectativas.
Otra de las agroquímicas que visitó Salta/12 exhibía sus precios con todo detalle. “¿Cuál es el origen de esas semillas?”, consultó la cronista a la señora sentada tras el vidrio. El grupo que la acompañaba parecía ser familia. Todos prestaron atención a la pregunta. Inmediatamente uno de ellos explicó que las latas y sobres en color amarillo contenían semillas argentinas, más precisamente de Bahía Blanca. En cambio, las de color verde eran importadas, aunque no supo explicar de dónde. Fue cuando otro de ellos tomó una lata y al leer la letra chica descubrió con sorpresa que parte de las semillas que vendía eran de Estados Unidos. “¡Sandías norteamericanas! Te juro que no sabía”.
Mejor no saber de ciertas cosas
El mejoramiento genético de semillas en general y hortalizas en particular, se transformó en mercancía. Fue un bien considerado público hasta los años sesenta. Para colmo, si buena parte de los actores que participan en la cadena productiva o comercial en la actualidad no comprenden del todo el proceso histórico, mucho menos advierten que la transformación lleva alrededor de 50 años. Se remonta a la elaboración de la Ley Nacional de Semillas en tiempos de Alejandro Lanusse como presidente de facto.
Miguel Muñoz, reconocido productor de frutas, legumbres y hortalizas del norte salteño, contó a este medio que todas las semillas que compra su empresa son de origen europeo, principalmente holandesas y españolas. Muñoz produce tomates, berenjenas y pimientos en el departamento Orán y sus productos son elegidos por el puñado de supermercados que concentra la demanda nacional de producción hortícola.
“Nosotros buscamos ciertas características genéticas, como resistencias a enfermedades del suelo y foliares. También, a virus y hongos. Nos interesa el híbrido según la problemática de nuestros campos”, detalló.
“Al elegir semillas, ¿influye la presentación que obtendrá del producto?", le consulto por la demanda estética de las grandes cadenas de supermercados: “Sí, sí claro”, respondió el empresario. “La calidad final es un punto muy importante al momento de comercializar”.
“Usamos semillas de empresas holandesas y norteamericanas, aunque en realidad, muchas veces son de origen asiático”, contó uno de los dueños de la empresa hortícola “El Caburé”, ubicada en Colonia Santa Rosa. El dato compartido por Juan García, que comercializa sus productos principalmente a supermercados de la región patagónica, permite adivinar que la concentración se aceleró con los años. En 2016, del puñado de grandes productores que controlaban semillas y patentes relacionadas con la producción hortícola, China National Chemical Corporation (ChemChina) compró la suiza Syngenta, y la alemana Bayer compró a la norteamericana Monsanto.
Revisar el Registro de Cultivares del Instituto Nacional de Semillas (INASE por sus siglas) es otro recurso para dimensionar la transnacionalización del sector hortícola. Por ejemplo, el tomate encabeza el ranking con 1064 registros. Entre los principales países solicitantes para comercializar en territorio argentino, se destacan Estados Unidos, Holanda e Israel. Sin embargo, detrás de esas naciones, se esconden Syngenta, Monsanto, Alliance, Bayer y Novartis. Otras son Enza Zaden y Rijk Zwaan en el caso de Holanda, o HM Clause en el caso de Israel.
El segundo en la lista es el pimiento con 429 registros. Entre los solicitantes, se repiten los mismos países, aunque Holanda encabeza la lista. Al igual que en los tomates, surgen las mismas multinacionales, aunque se suma Nunbens (subsidiaria de la alemana BASF). Continúan las semillas de lechuga, cebolla, melón y choclo dulce con Estados Unidos a la cabeza. Por eso, si hoy es posible cubrir la demanda de lechugas perfectas es gracias a sus semillas híbridas, o el hecho de contar con choclo súper dulces fuera de estación es consecuencia del proceso iniciado por Estados Unidos en la Argentina menemista.
Felipe Solá, entonces secretario de Agricultura, Ganadería y Alimentación, “flexibilizó el proceso de solicitud de permisos para experimentación y/o liberación al medio de organismos genéticamente modificados”. En la resolución del 25 de marzo de 1996, aprobó permisos para la soja. Pero tras ella, se colaron las multinacionales que comercializaban semillas de especies hortícolas con mejoramiento genético. Para entonces, el INTA se encontraba en proceso de vaciamiento y el Instituto Nacional de Semilla concentraba todos los registros (públicos y privados) desde 1991. Todo controlado por dos Héctor: Huergo y Ordoñez.
Soberanía de semillas para la soberanía alimentaria
Las denuncias sobre este impresionante proceso, circulan con lujo de detalles en papers académicos. Sin embargo, no suelen saltar el cerco. Sus voces resultan indispensables para contextualizar por qué agricultores pequeños y sin tierra (agrupados hoy en la Unión de Trabajadores de la Tierra o UTT) atraviesan grandes dificultades para producir.
“Los compañeros compran semillas en las agroquímicas al fiado y, al final de cada temporada, deben levantar cuentas inmensas porque las semillas se pagan en dólares”, explicó a Salta/12 Darío Moreno, delegado de la UTT en Orán. “Nosotros compramos las semillas por gramo a las agroquímicas. No podemos más cantidad, porque son muy caras. A veces, los patrones nos dan semillas, porque somos medieros por temporada”, contó Edith, delegada de la UTT en Colonia Santa Rosa. “También solicitamos semillas a Pro Huerta del INTA. Son muy lindas las verduras de esas semillas, pero no nos alcanzan para repartir entre la cantidad de compañeros que somos”.
Las semillas que el programa del INTA reparte provienen de Fecoagro. La entidad con sede en San Juan concentra cooperativas agropecuarias y hace 30 años produce semillas hortícolas. Karina Torrente, ingeniera agrónoma de la federación, contó a Salta/12 que utilizan variedades del INTA de 32 especies y 90 variedades que se encuentran libres de registro. “Nuestro principal cliente es Pro Huerta y estamos entregando un millón 200 mil kits de semillas al año en dos temporadas”, detalló. Explicó además que por el cambio de legislación de los años noventa en el registro de semillas, Fecoagro trabaja con semillas de polinización abierta. “Quiere decir que son semillas libres porque sus registros caducaron después de 20 años. De otro modo, hay que pagar un arancel multiplicador”.
En este punto, surge una pregunta ineludible: ¿alcanza con la producción de hortalizas con semillas libres de registro u orgánicas para abastecer la demanda alimentaria de una mayoría de argentinos que comen mal o poco? “Creo que hay que tener cautela con los productos orgánicos, porque detrás de ellos hay demasiado marketing”, opinó Marcelo Rodríguez Faraldo, director del Instituto de Desarrollo de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNSa. “La producción orgánica de hortalizas se ha transformado en un coto carísimo”, explicó. “Si bien una parte de la solución es el programa Pro Huerta, de ninguna manera es la más importante para muchas familias”.
Para el director del Instituto, el acceso a alimentos sanos, frescos y de calidad de las grandes mayorías, es una deuda pendiente de las administraciones nacionales desde que el INTA fue vaciado entre los años 80 y 90. “Es muy importante el rescate de semillas nativas, pero también la protección de nuestro banco de germoplasma de la apropiación privada. También hace falta reconvertir al INTA en un organismo de investigación de vanguardia”.
Reclamó además por la reglamentación provincial de la Ley de Desarrollo Rural para la Agricultura Familiar “Felipe Burgos” (pendiente desde 2014) y la implementación real en la provincia de Ley de Buenas Prácticas Agrícolas para el sector hortícola, que implica el buen uso de fertilizantes y la correcta eliminación de los desechos plásticos. En su opinión, son herramientas claves para mejorar la calidad de las verduras que llegan a Salta capital desde el cinturón hortícola del Valle de Lerma (Cerrillos y La Merced), desde el norte salteño y los Valles Calchaquíes.
Hoy como ayer sirven de alimento. Sin embargo, el conocimiento socialmente generado para su producción y libre accesibilidad se ha privatizado. Por eso, argumentar que el proceso de producción de hortalizas se transnacionalizó no es descabellado. Basta comparar calidad / precio, desde la percepción estética y el poder de compra individual, entre góndolas de grandes cadenas de supermercados y verdulerías de barrio.