El expresidente de Argentina Mauricio Macri anunció en octubre pasado: “fui convocado por el Adam Smith Center for Economic Freedom de la UIF para ser parte de su programa de liderazgo académico”. Como aman la palabra “liderazgo” la ensartan también en eso de “académico”. También anunció que dará clases. En realidad, no lo han nombrado profesor (sería contra las reglas) sino que le han otorgado una beca Senior leadership fellow para compartir “su visión de liderazgo para implementar políticas de libre mercado en su país”. Al menos son objetivos y no dicen “por su éxito económico y social”. Según el sistema académico, este es un cargo temporal y por invitación, diferente al proceso de varios meses de competencia y selección entre cientos de candidatos especialistas en un área que requiere la selección de cada profesor.
Sin duda, otra forma de jugar con el sistema. El sistema de comités, con puntajes y votaciones para la elección de profesores en este país es bastante transparente. Por lo menos más transparente que en casi cualquier otra área del mercado laboral. Pero los políticos y los voceros de El Uno (el 1%) suelen protestar porque los profesores en Estados Unidos tienden a ser progresistas (45 % vs. 9 % de conservadores). Ello se debe a razones naturales: los poderosos, los dueños del dinero no necesitan ideas; aquellos que aman el dinero y el poder tampoco se dedican al estudio o a la investigación. Estos son, por regla, asalariados, gente apasionada por la investigación y no por la acumulación patológica de capitales. Por la misma razón, no abundan muchos capitalistas entre los sindicatos de obreros. No, no todos queremos ser millonarios; lo que no queremos es que nos gobiernen los millonarios, los secuestradores de democracias en nombre de la democracia.
Pero el poder no acepta áreas sin intervenir y, por eso, abundan las propuestas para “equilibrar” el profesorado entre “izquierda” y “derecha”, como si se tratase de una balanza para disimular que en realidad estamos hablando de políticas “de los de arriba” y políticas “de los de abajo”. No deja de ser una paradoja el hecho de representar la política como algo horizontal y equilibrado como una balanza cuando el poder político y económico se distribuye entre El Uno y el restante 99 por ciento. Lo único “equilibrado” consiste en que, por razones de “combo político” (Dios, el patriotismo y los capitales), las elecciones entre El Uno y un partido del 99 por ciento suelen terminar en un empate técnico. El Uno tiene casi tanto capital como el resto de la población, pero sabe cómo invertirlo.
Las universidades estadounidenses invitan a figuras conocidas, incluso reconocidos fracasos como Macri, por tres razones: 1. Por marketing. 2. Porque el invitado realmente tiene algo que decir o cuando se trata de una figura reconocida, como “caso de estudio”. La mayoría sabe que no va a aprender nada de estos personajes, pero les interesa ver en directo cómo un mono pela una banana. 3. Porque son una forma de “equilibrar” la tradicional tendencia del profesorado a pensar “diferente a nosotros”, es decir, diferente a los dueños del dinero y de los países a través del secuestro de las democracias liberales.
¿Dónde está el quiebre democrático en las universidades estadounidenses que facilita esta tercera razón? Por un lado, las leyes académicas se escriben y se votan democráticamente por las asambleas de profesores, por lo cual incluso una universidad privada sin fines de lucro funciona como cooperativa: su objetivo no es la acumulación de capitales, como en cualquier empresa. Sin embargo (lo he mencionado en las asambleas), desde este nivel hacia arriba, hasta las universidades públicas dejan de ser democráticas, como lo son muchas universidades latinoamericanas y europeas donde los estudiantes, los profesores y los exalumnos tienen derecho a votar por sus autoridades. En Estados Unidos no. Funcionan como El Vaticano. Así como los cardenales eligen al Papa y el Papa elige a los cardenales, así funcionan las universidades estadounidenses en su nivel ejecutivo: los miembros del board of trustees (directorio) eligen al presidente y el presidente elige a los miembros del board of trustees.
Cierto, estas universidades suelen destacarse por sus investigaciones, pero ello se debe al poder económico (producto del poder hegemónico) que hace posible que la mayoría de los inventores sean extranjeros. Pero si hablamos de democracia, no hay discusión. Sus cúpulas ejecutivas son tan antidemocráticas como cualquier gran empresa; y como cualquier gran empresa se representan como los “líderes del mundo libre”.
Es por eso que, cada tanto, algún miembro de algún directorio (muchos empresarios de peso y con una tendencia ideológica opuesta al profesorado y que a nadie se le ocurriría cuestionar) decide promover el “equilibrio ideológico” sin competencia académica, por lo cual no es raro que los invitados a dar discursos de graduación o apuntados a dedo, como Macri, sean de la misma ideología del poder.
Por supuesto que estos repetidos llamados a “equilibrar las tendencias ideológicas entre los profesores” tampoco se aplican a las bolsas del mundo, ni a las iglesias, ni a los directorios de las grandes empresas como Amazon o Facebook. No, porque toda gran empresa es una perfecta dictadura y el modelo (cada vez tengo menos dudas) procede del sistema esclavista, supuestamente derrotado en 1865.
No es raro que la maquinaria mediática haya insistido sobre la sabiduría administrativa del hombre de negocios como presidente, reduciendo la complejidad humana de un país a la realidad unidimensional de una empresa exitosa. Aunque las empresas exitosas están siempre protegidas por los Estados, su retórica es anti-Estatal. Quieren eliminar el Estado que las limita pero acrecentarlo en las áreas que las sostienen, como las fuerzas de represión (la policía, los ejércitos) mientras maldicen y se benefician de los servicios que les ahorran ocuparse de sus empleados (escuelas, hospitales, pensiones) y de la infraestructura que usan y abusan (calles, autopistas, alumbrado público, Internet, aeropuertos) mientras reclaman que se les bajen los impuestos o evaden billones de dólares en sus cuentas offshore–algo sobre lo que el expresidente Macri sí puede dictar cátedra.
Por una simple trampa lingüística, un pequeño “empresario” que lucha cada día por pagar unos pocos salarios se considera parte del mismo gremio de Jeff Bezos y Elon Musk, y los defiende más que a sus empleados. Mientras que su único poder político es un voto, una corporación empresarial tiene el poder de presionar legisladores, de comprar candidatos con sus mega donaciones y, como en Estados Unidos, de escribir las leyes que luego los senadores del pueblo van a votar. Y todos felices, aunque, por simple lógica matemática, el 99 por ciento de quienes sueñan con llegar a ser parte de El Uno nunca alcanzarán la utopía neofeudal, porque el sistema que defienden está hecho para el éxito del 0,01 por ciento, esos especialistas en secuestrar todo el progreso de la humanidad de los últimos siglos y presentarlo como mérito propio al tiempo que se embolsan las ganancias de ese progreso, casi todo creado por radicales demonizados y por inventores asalariados.
De igual forma, estos “institutos académicos” inventaron el mito del “Milagro chileno” para Pinochet, apoyado por toneladas de dólares desde Washington (poco después de estrangular la economía de ese mismo país porque “los chilenos votaron irresponsablemente” por Allende, según Nixon y Kissinger). Aun así, no pudieron evitar crisis tras crisis, las que no dejaron un Chile mejor y ni siquiera un crecimiento del PIB mucho más elevado que el de otros países “fracasados”. Lo mismo las bombas de dólares para el rescate de los títeres aliados, como, por ejemplo, el de Carlos Andres Pérez ante el Caracazo de 1989, al mismo Macri en 2018, junto con el bloqueo mediático y económico de los “modelos fracasados”.
Ahora, como las universidades de Estados Unidos son islas progresistas en mares de conservadurismo, los dueños del dinero invitan como “profesores” a políticos fracasados o responsables de arruinar países como Juan Domingo Cavalo, José María Aznar o Mauricio Macri–todos precedidos por el título “liderazgo”.