“La impunidad de los poderosos” fue una de las frases que más sonó ayer en la Cámara de Diputados chilena que aprobó enviar a juicio político al presidente derechista Sebastián Piñera. Es un tema que pone al sistema en punto crítico. La contracara argentina es Mauricio Macri. A Piñera le saltó el dato en los Pandora papers y a Macri en los Panamá Papers. Cero intervención de servicios de inteligencia o de operaciones mediáticas. Pero hay una diferencia. En Chile, el 70 por ciento de la población está de acuerdo con que Piñera vaya a juicio político. En Argentina se naturalizó que un presidente tuviera más de 40 cuentas offshore de las que se usan para evadir o lavar.
Es una frase sinuosa. Los argentinos que votaron a Macri decían que como era millonario, no necesitaba robar. En Chile hubo un razonamiento parecido cuando ganó Piñera. Los Panama Papers y los Pandora Papers demostraron que ese razonamiento sobre los poderosos podría ser exactamente al revés. Porque el poder implica influencia e impunidad y por lo tanto los negocios turbios pueden fluir como el agua. En Argentina, además de los Panamá, están los negociados con el Correo, con las autopistas y con los parques eólicos, por nombrar solamente algunas de las causas abiertas que involucran a Macri.
No se trata de una grabación misteriosa que le dieron a un periodista del palo cuando corría por Palermo, ni las fotocopias del cuaderno de un chofer que tiene más detalles que un libro de contabilidad, que le alcanzaron a otro periodista del palo, ni el artículo de un periodista que no pone fuentes, pero está muy vinculado a la embajada de un país interesado en provocar un conflicto con un tercer país.
“Terminar con la impunidad de los poderosos” es el enorme desafío de los sistemas democráticos. Cristina Kirchner no forma parte de ese club. Ni siquiera es de los empresarios más importantes de Santa Cruz. Lo que se juega contra Cristina Kirchner es exactamente lo opuesto: demostrar que no habrá impunidad para los que interfieran con los poderosos.
Piñera y Macri, en cambio, están en el club de los poderosos. Y es probable que hayan caído en una operación contra Cristina Kirchner por parte de los fondos buitre que encabezaba Paul Singer. Por lo menos esa es la sospecha del origen de la filtración que alcanzó los Panama Papers a la Corporación Internacional de Periodistas de Investigación. La idea era que encontraran cuentas de los Kirchner pero en cambio aparecieron decenas en las que figuraba Macri.
La aparición de nuevos “papers” tiene la forma de una guerra entre paraísos fiscales. Pero los datos que revelan son muy concretos, indiscutibles, porque su única protección era la confidencialidad, el secretismo que perdieron.
Los votantes de Macri detestan la corrupción cuando suponen que la practican sus adversarios políticos. Pero naturalizan la corrupción de los que ellos votan. Y los poderosos que ellos votan denuncian la corrupción de los demás, pero al parecer, los que más la practican son ellos porque
al asumir sus roles institucionales ponen en juego los enormes intereses de sus empresas.
Resulta hasta simpático. Macri puso en la Oficina Anticorrupción a un personaje no cualificado como Laura Alonso, que en vez de advertirle que no haga negocios aprovechando el cargo, le sugirió que ponga testaferros en sus empresas. Macri ya había puesto a su primo Calcaterra, pero con su fortuna inventó un fideicomiso ciego, que en Argentina no existe. Evidentemente no era tan ciego, porque ahora también tiene un juicio abierto por ese fideicomiso vidente.
El fin de la impunidad de los poderosos es otro desafío basal de cualquier sistema democrático. Toda la institucionalidad del sistema está en vilo por ese dilema. Más claro imposible: No puede haber democracia si no somos todos iguales ante la ley.