Hace 30 años, agosto de 1991, una portada de Vanity Fair levantó ampollas entre conservadores que tacharon de impúdico que una Demi Moore embarazada de 7 meses saliera desnuda de perfil, sosteniendo sus tetas y su gran panza. Que hiciera público “lo más sagrado” y desafiase la idea de fragilidad le sentó fatal a detractores, escandalizados ante la mera noción de que una mujer “en la dulce espera” podía ser sexy. En algunos puestos de diarios, de hecho, se vendió el número con cobertura opaca, tenida la imagen por obscena. La foto -subversiva y, a la vez, mainstream- no solo devino icónica: viró la percepción social, logró un cambio perdurable, y fue obra de Annie Leibovitz que, rápida de reflejos, mudó de plan a último minuto. Originalmente Demi iba a ser chica de tapa luciendo un vaporoso modelito firmado Isaac Mizrahi que disimulase su pronunciada barriga. Hoy nadie levantaría la ceja frente a la toma (por el contrario, muchas mediáticas intentan imitarla), lo cual constata aquello que anotó la gran pensadora Susan Sontag en su notable ensayo Sobre la fotografía, de 1977, de cómo el ojo fotográfico va modificando los términos en que comprendemos el mundo, altera o agranda lo que es digno de observarse, cambia la gramática y la ética del mirar. Sontag, vale recordar, fue pareja de Leibovitz durante 15 años: se conocieron a fines de los 80s durante una sesión y estuvieron juntas hasta la muerte de la escritora, en 2004. Incluso hoy día Annie le dedica palabras de agradecimiento por haberla ayudado a que levantara la vara creativa, a que fuera más lejos.

Demi Moore

A lo largo de su larga, incitante trayectoria, Annie Leibovitz ha conseguido que lo improbable se haga realidad: se salió con la suya al pedirle a la reina Isabel que se sacara la tiara porque lucía demasiado formal; que Gorvachov posara frente a los restos del Muro de Berlín para una campaña… de Louis Vuitton. Cuando sus colegas se apiñaban para lograr una foto de Nixon en su último día de mandato, pos dimisión, la chica se detuvo en el helicóptero partiendo y los asistentes recogiendo la alfombra presidencial, en una imagen potente, cargada de simbolismo.

Salida de Nixon de la Casa Blanca

¿La legendaria pic de John Lennon desnudo y devoto, acurrucado a una Yoko vestida, horas antes de su asesinato en 1980? Obra de Leibovitz. ¿Miles Davis tirado en una cama, los pantalones desabrochados, la trompeta a su lado? Ídem. ¿Una joven Meryl Streep con el rostro pintado de blanco, como una especie de clown, tirándose la piel para sugerir el cambio de máscaras? Idea de Annie. Al igual que la fotografía sobreexpuesta de una Cindy Sherman, ducha en el arte de la metamorfosis, libre de máscaras. Suya la imagen de Keith Haring pintado de pies a cabeza con sus clásicos figurines, mimetizado con un mural. Que en el ’84 Annie retratara a la estandapera Whoopi Goldberg sumergida en un baño de litros de leche (tibiecita, gracias a los titánicos esfuerzos de su equipo) no fue una frivolidad, sino un guiño a la punzante crítica que la comediante repetía en sus rutinas: blanquearse la piel como “recurso” para sobrevivir en una sociedad racista.

Whoopi

De tan vasta, rica, dramática, contrastada su obra, resulta imposible capturar sus logros en unas pocas líneas. “Mis fotos son parte de una misma familia, hermanos y hermanas. Son como un río. Cuando las vemos juntas, vemos la vida”, manifestó recientemente la artista, a cuento de la inauguración en París de una muestra que reúne 200 de sus fotografías, desde sus inicios hasta la actualidad, montada en L'Académie des Beaux-Arts, que asimismo acaba de premiarla con el prestigioso William Klein Prize.

Muestra en París

Hay que decir que, aunque identificada como cotizada retratista de celebridades, Annie Leibovitz también es autora de proyectos la mar de movilizantes, donde ha explorado pasiones de tinte personal, algunas de las cuales son exhibidas ahora en París. En la serie Pilgrimage, por ejemplo, se detuvo en objetos de figuras históricas que -de un modo u otro- la han influenciado: Julia Margaret Cameron, Eleanor Roosevelt, Georgia O’Keeffe, entre ellas. El diván de Sigmund Freud, la mesa manchada de tinta de Virginia Woolf, los guantes de Abraham Lincoln o la casa de Emily Dickinson figuran entre esas tomas. De su viaje a una arrasada Sarajevo en 1993, en plena Guerra de Bosnia, quedan instantáneas que -sin regodearse en la miseria- dan cuenta de la calamidad: entre ellas, la fotografía de una bicicleta caída con un rastro de sangre.

Fotografía tomada en Sarajevo, 1993

A fines de los 90s, se embarcó junto a Sontag en Women, proyecto que celebra a las mujeres en su diversidad, capturando a granjeras, maestras, astronautas, juezas, prostitutas, actrices, mineras, atletas. Lo retomó hace unos años, en pos de seguir enriqueciendo el catálogo sustancial, incluyendo -por ejemplo- a una Gloria Steinem absorta, con la mirada perdida, sentada en su escritorio desordenado, “su cabina de mando”. Annie también montó una retrospectiva de su obra en 2006, mechando fotos públicas -de revistas- con pics inéditas, del orden de su intimidad; varias eran de Susan luchando contra el cáncer demoledor, tomadas con su beneplácito, y ya fallecida, en la capilla funeraria. De esa misma partida, las fotos que le sacó a su papá muerto, que expuso en un intento de procesar, naturalizar las dolorosas pérdidas.

Las hermanas Williams, serie Women

***

Casi en simultáneo a esta muestra, se ha dado la presentación en Estados Unidos de Wonderland, su primer fotolibro centrado exclusivamente en el mundillo de la moda, que sale la semana próxima. Y no, a Annie L. no se le escapa la ironía de haber privilegiado siempre el concepto antes que la ropa, disfrutando como loca cuando personas como la senadora Tammy Duckworth le plantan cara, con frases como: “Compro todos mis trajes en eBay, no voy a ponerme otra cosa”.

El libro es una antología de más de 300 fotos, la mayoría para revista Vogue, donde salta a la vista lo ya conocido: su uso magistral del color y la luz, su tendencia a la puesta teatral y una habilidad inusitada para contar una historia épica en una sola composición. “Es maravilloso cómo Annie aporta un sentido narrativo a sus imágenes de moda. Tiene buen ojo para los personajes, el conflicto, el romance, el drama; una siente que algo interesante está sucediendo, que acaba de suceder o está a punto de pasar”, el elogio de Anna Wintour, histórica editora de la publicación, que -como ya sabemos- no regala sus loas. Entre el material seleccionado, por cierto, figura su fantástico ensayo fotográfico sobre Alicia en el país de las maravillas, inspirado en las ilustraciones originales de John Tenniel, con John Galliano como la Reina de Corazones, Tom Ford como el Conejo Blanco, Marc Jacobs como la Oruga, y Karl Lagerfeld como… él mismo.

Meryl Streep

“Es cierto que a veces he sido inclemente para conseguir la foto, no siempre me he comportado de la mejor manera posible”, reconoce Annie sobre su fama de perfeccionista un tanto obsesiva, que ocasionalmente le ha provocado algún que otro arrebato en el set. Ahora, dice, está más blandita. En lo que se mantiene férrea es en privilegiar el confort al momento de vestirse: durante la presentación con toda la pompa de Wonderland, asistió con su casi reglamentario pantalón negro y camisa haciendo juego. Y eso porque la convencieron sus hijas (Sarah Cameron, a la que tuvo por inseminación artificial en 2001, a los 52 pirulos, y las gemelas Susan y Samuelle, por gestación subrogada, en 2005) de que se quitara una blusa azul hecha jirones que usa hace dos décadas.

También es cierto, para balancear la fama tirana, que es considerada esencialmente bondadosa: con sus modelos, que siempre busca favorecer; con sus amistades y familiares. Cuando a Marilyn Leibovitz, su hermana, le diagnosticaron un cáncer terminal, Annie le alquiló una casa con vistas al océano para que pudiera escuchar las olas como cuando era niña y veraneaba en la costa de Jersey. También hizo lo imposible porque Sontag estuviera cómoda en sus últimos meses, sin escatimar en esfuerzos (aviones privados para transportarla cuando debía ser trasplantada, o para que viajaran sus parientes, estuvieran con ella, permaneciera acompañada).

Susan Sontag por Annie L.

***

Leibovitz nació en 1949 en Waterbury, Connecticut, hija de un teniente coronel de la Fuerza Aérea y de una bailarina contemporánea que integró la compañía de Martha Graham y, más tarde, se dedicó a la enseñanza. Junto a sus 5 hermanos y hermanas, Anna-Lou -su nombre de bautismo- se acostumbró tempranamente a la vida itinerante, dados los traslados de base militar en base militar. En 1967, se inscribió en el Instituto de Arte de San Francisco, con la intención de convertirse en maestra de artes plásticas, pero se hartó “de estar rodeada de puristas, defensores del arte por el arte, y me incliné hacia el departamento de fotografía, más animado, amigable, con más sentido de comunidad”. Pasó un tiempo en un kibutz de Israel, documentando sus experiencias; no solo aprendió hebreo, también fue forjando la disciplina y la ética de trabajo que la acompañan hasta la fecha. De regreso a San Francisco, contactó con la revista Rolling Stone, auténticamente contracultural, y le vendió una foto del poeta Allen Ginsberg fumando marihuana en una marcha por la paz. Al cabo de tres años, esta declarada seguidora de la obra de Henri Cartier-Bresson y Robert Frank ya era la jefa de fotografía de la publicación, cubriendo desde política hasta rock. En el ’83 se incorpora a las filas de Vanity Fair, y al tiempo suma colaboraciones con Vogue, donde se da el gusto de tirar la casa por la ventana con producciones a gran escala, donde -por ejemplo- Jeff Koons hace de mono alado de Mago de Oz con Keira Knightley como despampanante Dorothy.

Wonderland