Uno de los fenómenos más notorios que acontece en la actualidad, es la centralidad que ha adquirido en la vida contemporánea la incidencia de las denominadas fake news, literalmente noticias falsas.
Si bien organizar un micromundo determinado en torno a una mentira o a un sistema de ellas es algo que ya se ha visto en la historia contemporánea, la potencia global que permiten darle los nuevos medios masivos de comunicación le confieren una peligrosidad aumentada.
Lo estrictamente nuevo es la velocidad de circulación y el alcance global que pueden tener estas noticias al utilizar para su difusión no sólo los medios tradicionales, sino también todos aquellos que ofrece la internet, que además permite que no sea estrictamente necesario que las mentiras surjan de un núcleo concreto, sino que su difusión puede multiplicarse entre miles de fuentes muy difícil de localizar.
Con anterioridad a la actualidad, quizás el momento más paradigmático de utilización de un sistema organizado de mentiras para provocar un efecto de masa haya sido el tiempo del ascenso del nazismo y los años de su apogeo.
El fenomenal aparato de destrucción y sometimiento que significó el nazismo de Hitler estuvo sostenido por la orquestación de una propaganda perfectamente sistematizada. Joseph Goebbeles, quien fuera el ministro de ilustración y propaganda del régimen, fue una pieza clave en esta tarea, de algún modo podríamos considerarlo entre los padres de la propaganda moderna, los principios de su política de comunicación fueron estudiados por los referentes teóricos de la propaganda, como el psicólogo norteamericano Leonard Doob, y el publicista Edward Bernays; quien además era sobrino del célebre Sigmund Freud.
Resumidos en el decálogo conocido como “los once principios de propaganda de Goebbels”, constituyen un opúsculo de lectura obligatoria a la hora de analizar los fenómenos propagandísticos de masa. Fácilmente hallable en internet, recomiendo fervientemente su lectura porque es notable la vigencia que tiene en los modos actuales de producción de las fakes news.
Cuando una de estas noticias falsas se instala en un sector de la población, no hay evidencia racional que pueda conmoverla, todo artilugio argumental está al servicio de sostener el deseo oculto de sostenerlas como verdaderas.
El gran interrogante es: ¿cuál es la causa de su eficacia?, ¿en dónde se asienta su poder para construir sentido?
De los principios que mencionábamos hace un momento de la propaganda goebbeliana me interesa detenerme en uno, el que lleva por nombre Principio de la transfusión:
“A través de este principio se pretendería hacer uso de la historia de una nación, e incluso de sus mitos populares, para conectarlos de una manera directa con el contrincante a derrocar a través de analogías y equiparaciones. El fin es aprovechar un odio preexistente, cuya raíz se hunde en el acervo cultural y social común, para verterlo de forma directa sobre quienes se oponen a un régimen. De esta manera ambos se desarrollarían a partir de la misma premisa, y el argumento con el que se pretende atacar aludiría a afectos atávicos transmitidos de una generación a otra.”
Este principio, y ahora sí para utilizar la terminología del tío de Bernays; el inevitable zorro de Viena Sigmund Freud, nos lleva directamente a pensar en el Ello como la fuente que proporciona su fuerza inconmovible a la mentira en cuestión. El Ello para el lector no avezado en la terminología freudiana es ese sector de la personalidad psíquica donde se alojan las pulsiones, y estas últimas; las fuerzas propulsoras de la actividad anímica; pueden ser reducidas a dos: las de vida, Eros tendientes a producir organizaciones cada vez más complejas y las de muerte, Thanatos, cuya finalidad es la desagregación, en definitiva, operar contra la tarea de Eros.
En palabras del mismo Freud, el odio marca el camino de la pulsión de muerte como pulsión de destrucción, se manifiesta como satisfacción en la destrucción.
De acuerdo a esta tesis, algo cobra valor de verdad e instala sentido en la medida que satisfaga alguna apetencia pulsional, esta satisfacción se impone sobre el principio de realidad, cuanto más primitivo e infantil sea el deseo que está en juego, más inmune a las evidencias de la realidad.
Hay un trabajo de Freud donde se aboca a la tarea de describir las teorías sexuales infantiles; estas teorías están soportadas en unas fantasías comunes a la estructuración psíquica del sujeto humano, son de algún modo unas “fakes news” que estructuran nuestra personalidad psíquica.
El relato es, palabras más, palabras menos, el siguiente: el niño intrigado por el origen de los hijos interpela a un adulto, la respuesta que recibe no lo satisface, no importa que sea una detallada descripción sobre la fecundación y las sucesivas divisiones celulares o el trillado cuento de la cigüeña, lo cierto es que ninguna de esas respuestas concuerda con sus propias opiniones que están determinadas por su desarrollo pulsional. La frase que utiliza Freud es:“...pero así han vivenciado también la primera ocasión de un conflicto psíquico, pues unas opiniones por las que siente predilección pulsional, pero no son “correctas” para los grandes, entran en oposición por otras sustentadas por la autoridad de los grandes...”
Este pequeño episodio que nos muestra el choque entre el desarrollo pulsional infantil y el saber del mundo deja varias consecuencias:
* El otro que era fuente de saber queda cuestionado y un manto de desconfianza lo cubrirá en adelante.
* Se sospecha que esconden algo que desean mantener en secreto.
* Toda investigación posterior queda bajo la egida del grado de desarrollo pulsional alcanzado.
En síntesis, desde estas apreciaciones freudianas, podemos afirmar que cuando se produce una convicción acerca de alguna cuestión, en el caso que nos ocupa cuando una noticia falsa se instala como verdad inconmovible, es porque ella satisface demandas pulsionales preexistentes en nuestra constitución.
Freud estudió detalladamente el fenómeno de masas, en su texto Psicología de las masas y análisis del yo, allí explica con claridad, tomando como ejemplo a dos masas artificiales como el ejército y la iglesia, que los miembros de la masa se aglutinan entre sí, porque han puesto al líder en el lugar del ideal del yo, es decir que la masa tiene una economía libidinal solidaria con el mecanismo de identificación; entre los miembros de la masa y con el líder.
Pero también dice otra cosa de muchísima importancia, nos dice que el odio puede aglutinar del mismo modo; una masa puede estar cohesionada en torno al odio común.
Hemos dicho que las pulsiones pueden ser resumidas en dos variedades en permanente trabajo de mezcla y desmezcla, cada acto anímico puede ser pensado en términos de diferentes cantidades depulsión de vida y pulsión de muerte.
De modo que si quisiéramos hacer un estudio pormenorizado de cómo se instala una noticia en el ánimo de un colectivo, deberíamos tratar de determinar cuáles son los componentes pulsionales que se satisfacen en esa creencia determinada.
En principio podemos decir que las consecuencias son muy diferentes si las satisfacciones en juego son del orden de Eros, es decir de la pulsión de vida, que si las satisfacciones en juego están comandadas por la pulsión de muerte cuya manifestación es el odio y el deseo de destrucción.
Empédocles de Agrigento, de quien Freud tomó inspiración para pensar su modelo pulsional de vida y muerte, afirmaba:
“Unas veces todas las cosas confluyen en una por el Amor, y otras veces son arrastradas lejos unas de otras por el rencor del Odio”
Aquella vieja frase que dice: “el Amor vence al Odio” puede ser sacada de los posters de los cuartos de los románticos para darle ahora fundamento pulsional y filosófico.
Me confieso no tan optimista como para pensar que el amor vencerá, pero sí estoy seguro de que, al menos, es el único antídoto para desarmar todas aquellas afirmaciones falsas que se esfuerzan en constituir un sentido común cargado con el germen de la aniquilación de un destino posible para el pueblo.
No se trata de una afirmación meramente voluntarista, se trata de oponer a los esfuerzos destructivos mayores componentes de pulsión de vida, y eso se llama Eros, un nombre del Amor.
Osvaldo Rodriguez es profesor adjunto Psicoanálisis Freud. Facultad de Psicología, UBA.