Hoy, 10 de noviembre de 2021, después de casi un mes de enconada lucha en un hospital, ha muerto el extraordinario escritor Zelmar Acevedo Díaz. Fue nuestro entrañable amigo desde hace varios años, hablábamos, nos recordábamos, sus proyectos y movimientos me tenían como depositario y gracias a eso lo conocí como escritor. Modesto, recatado, silencioso, era un artesano de las situaciones y las palabras: sus cuentos no sólo eran vivaces y arrebatados sino incandescentes, cada uno era un impacto, así como lo fueron en su momento los de Horacio Quiroga, Adolfo Bioy Casares, Cortázar y otros, a quienes nada les debía: algo pasaba en uno al leer su imaginario a veces tenebroso, implacable, su mirada sagaz sobre personajes y situaciones nos cambiaba, a Tununa y a mí, no podíamos ser indiferentes al mundo que fue capaz de imaginar. Era alguien destinado, la literatura era la sustancia de su existencia y a ella se consagró de una manera insólita, en un momento de su vida vendiendo en los trenes los cuentos que diariamente escribía, con la perplejidad de los pasajeros que se convertían así en lectores y luego, encerrado, respetuoso, ajustando su escritura, mirando y revelando, escribiendo y pensando, en un símil de sus viajes en bicicleta, hombre común, ciudadano de un país posible. Obtuvo algunos premios en otros lugares, no aquí, prácticamente desconocido. Destino previsible en quienes entregan su vida a la escritura. Su desaparición se suma a la de los que nos han dejado solos durante esta horrible pandemia, que se llevó a los mejores, todos, desconocidos y conocidos, lamentable.
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