"O lo amás o lo odiás" es una máxima cliché que uno nunca quisiera retomar, pero a Wes Anderson le calza la consigna de una forma tan exacta que es difícil no recordarla. Wes Anderson es un director que provoca a la vez una adoración devocional y un odio con una tirria demasiado venenosa. Sus frames de simetría perfecta deben ser los más compartidos de Internet por los jovencitos arties, y sus películas, las más imitadas por videastas primerizos y estudiantes de cine. A la vez, esos colores pasteles, esos eternos adolescentes y esa obsesión por cualquier cosa -submarinos, hoteles viejos, tipos de perros, chicas tristes, cigarrillos franceses- pueden provocar una violencia inusitada en cualquier crítico de cine que tenga un mal día, o acaso en cualquier persona con un mínimo de cinismo heredado de la vida misma.
Eso sí, una cosa está clarísima y se respeta: además de director de cine, Wes Anderson es un fan. Quizás sea lo más parecido a un nerd adolescente hablando frenéticamente de todas las cosas que ama. A veces, incluso, parece simplemente un loco hablando solo en la esquina de una fiesta: quizás eso sea lo que muchas veces molesta de su personaje integral y de sus películas. Ahora que La Crónica Francesa, su última obra, acaba de estrenar -y pensando en estos asuntos- la crítica Stephanie Zacharek lo definió de esta manera en la revista Time: “No importa lo que pienses de Anderson, él tiene sentido de la ocasión. Puede que sus obsesiones te maten de rabia, pero su corazón -que lleva con orgullo en ese tapadito de corderoy- está siempre en el lugar correcto”.
La Crónica Francesa es la última ficción de esa lista interminable de ficciones que Wes Anderson “siempre quiso filmar”: una película sobre un diario francés de mitad del siglo XX, con base en el pequeño y ficticio pueblo de Ennui, que es en realidad, su homenaje a la revista New Yorker, por supuesto, otra de sus grandes obsesiones de vida. Él mismo ha dicho que La Crónica Francesa es “una carta de amor a los periodistas” (algo que no se dice con mucha frecuencia por estos días, especialmente, en días de clickbait y redacciones vacías, donde no existen más los héroes de la lectura lenta). La película recorre la elaboración de un número de esta revista apócrifa a través de una serie de capítulos, cada uno, con crónicas extrañas o extraordinarias, y es una celebración de la prensa escrita de antaño -y sus máquinas de escribir, sus reuniones de sumario, su alcohol en las redacciones y su ímpetu aventurero- parcialmente basada en los reporteros de la insigne revista norteamericana y de las historias que alguna vez cubrieron.
Hace poco, en el mismo New Yorker, recordaron cómo hace años un obsesivo Wes Anderson había llamado a la redacción para comprar su archivo y ellos, impresionados, solo pudieron responderle: “Bueno, el archivo de una revista no es algo que esté en venta”. Aunque vale decir que el director lo consiguió de todas formas, pues en el futuro se convirtió en el cuidador de la colección que perteneció a la escritora Lillian Ross, fallecida en 2017. De hecho, Ross, junto a otra prócer de la revista, Mavis Gallant, hacen el mix que inspiró a la letal reportera interpretada por Frances McDormand en la película, o al menos, eso dice la nota que le dedicaron emocionados en el mismo New Yorker, intentando identificar quién es quién de su propia pandilla en el film.
Por supuesto que Wes Anderson también estudió en detalle las portadas vibrantes que han sido la insignia de la revista y las representaciones de sus primeras oficinas, que en la película reconstruye, como suele hacerlo, de forma tan obsesiva como fantasiosa: “Aunque es cierto que es exagerado y romántico, la representación resulta en algunos aspectos minuciosamente familiar. Es un mundo en el que se conservan todas las excentricidades de antaño, se ve como si las oficinas y la cultura de la revista de entonces fueran tan coloridas como sus portadas”, se emocionaron en el New Yorker. Vale decir que para fans, si es que aun los hay, de las revistas, del periodismo narrativo, de las redacciones, en la película aparecen vestigios de autores como James Baldwin, Rosamond Bernier -famosa en los '70 por sus presentaciones de historia del arte vestida con deslumbrantes vestidos de noche- o de Joseph Mitchell, un cronista famoso por sus perfiles de personajes de Nueva York que obsesionó a Anderson con una crónica sobre las ratas de la ciudad.
Por supuesto que La Crónica Francesa también habla sobre el propio cine de Anderson. Es una película WesAndersoneana por antonomasia. Ahí están sus grandes máximas, sus actores favoritos, su enamoramiento letal por el pasado, su melancolía un poco cool por demás.
Otra cosa es que pudo reunir algo así como a la troupe más famosa del mundo, porque además de sus clásicos Bill Murray, Owen Wilson, Jason Schwartzman, también se asoman Frances McDormand, Tilda Swinton, Timothée Chalamet, Benicio del Toro, Léa Seydux y Adrien Brody.
Y, además, la película viene con un extra bonus, al parecer, esperadísimo por muchos fans: una extensión del universo de la película encarnado en un disco de Jarvis Cocker. El disco no es precisamente la banda sonora de la película, sino un apéndice, un objeto de coleccionista fabricado por una dupla de artistas obsesivos. Tal como lo hizo con los covers de Bowie en portugués para La Vida Acuática, y aprovechando que ambos comparten la pasión por el pop francés de los años '60, Anderson convocó a Cocker para hacer un disco de covers de estrellas francesas del pop, que incluye versiones de Serge Gainsbourg, Françoise Hardy, Jacques Dutronc o Dalida. El disco se llama Chansons d'Ennui Tip-Top, tiene 12 canciones, y antes del estreno de la película, ya había sido adelantado con un pequeño clip animado donde Jarvis recorría Francia al son del primer single, una versión de la melodramática balada “Aline”, antiguo hit de Christophe. Parece, de hecho, que el disco surgió así: tenía que ser tan solo un single pero Cocker disfrutó tanto de la compañía freak de Anderson, de su amor por las cosas, de su ímpetu de historiador obsesivo, que en vez de una canción le ofreció hacer un disco entero. Al final, no importa mucho si uno ama u odia a Wes Anderson, su corazón siempre está en el lugar correcto.