Jhon Davison Rockefeller decía que “para hacerse rico había que levantarse temprano, trabajar hasta muy tarde, y encontrar petróleo. Sin petróleo, no te levantes de la cama”. Curiosa reflexión de uno de los llamados “barones ladrones” de la Edad Dorada de la industria estadounidense. Hoy el magnate se hubiera comprado un equipo de fútbol. Es lo que se lleva. Lo que toca. Fútbol y petróleo. Está de moda. Tiene glamour. Es “cool”, mega, supra, vip. Viste. Distingue, y además “lava” y desgrava. Un caramelito. Para distraerse. Para solazar los tiempos muertos. Una forma de sosegar el hastío. Uno se imagina a Davison saliendo de compras con sus amigos del Golfo, y regresando a casa con una cadena de televisión, un Mundial salpicado de escorpiones, y un equipo de fútbol llenos de estrellas sin domesticar. Lo que se llama una extenuante tarde de rebajas. Así. Con un par. Sin dobleces, sin aristas. Bulímicos consumistas esnifando dióxido de carbono sin parar, responsables de dejarnos el mar a los pies de la cama, y empecinados en llenar el chango de la compra del fútbol internacional hasta las trancas. Unas joyitas.
Pensábamos que era la televisión la que distribuía la “burundanga” gratis. Pues no. El fútbol acompaña. Anestesiados, vivimos sin asombro. En qué momento el mercado se apuntó a esta fiesta desbocada, a este baile bipolar de entretenimiento de masas y arte frívolo para millonarios. Dicen que los únicos paraísos auténticos son los paraísos perdidos.
Hace unos meses explotó el Stoxx Europe Football Index. El índice bursátil del fútbol europeo se disolvió sin rastro. Dejó una enorme caravana de difuntos llena de hinchas inversores para ser incinerados. De tiburones bursátiles , “hedge fund”, millonarios, fondos de inversión, capital riesgo, y brokers de colmillo afilado con el rostro girado hacia la súplica. Un cadáver liberal sin nombre, sin dueño. Apestaba. “Se veía venir”, manifestó la auditora Sports KPMG. “En los últimos años su volatilidad fue demasiado extrema. Siempre ha sido un producto de alto riesgo”. Su enorme fluctuación lo convirtió en un refugio de especuladores a “corto” (en inglés short selling), que consistía en la venta de un activo comprado a préstamo a un tercero, lo que algunos analistas consideran moralmente ilícito. El índice nació en 2002, y su valor acumulaba perdidas del 50% de media a su disolución. Su máximo histórico alcanzó los 507 euros por acción, pero el “chicharro” terminó por desplomarse alcanzando los 116 euros, dejando un rosario de aficionados atrapados a las devaluadas acciones de la Juventus, el Ajax, el Borussia de Dortmund, el Olimpique de Lyon, la Roma, el Oporto, Lazio, Benfica, entre muchos otros.
La revolución conservadora de Margaret Thatcher lideró, en 1983, el “big bang” en la bolsa de Londres. Coincidiendo con la privatización y cotización en bolsa del primer club de fútbol del mundo: el Thottenham Hostpur. La City londinense deviene en el paraíso de la desregulación y la innovación financiera. Un mercado desatado en la titulización de productos derivados (de “destrucción masiva”, según palabras del famoso inversor, Warrent Buffett), de fondos de alto riesgo, e instrumentos financieros opacos que tienen en la City su patria y su versión más sofisticada.
Hace tiempo que el liberalismo neo viene haciéndose rico y el mundo concediéndole el deseo. El fútbol se ha apuntado a la fiesta. El poder tentacular del mercado domina el campo de las emociones. Habrá que preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí. Tal vez la respuesta la tenga la irónica reflexión del premio Nobel de economía, el estadounidense Paul Samuelson: “Los mercados predijeron nueve de las últimas cinco recesiones. Mejor no hacerles mucho caso”.
(*) Ex jugador de Vélez y campeón del Mundial de Tokio 1979