Frederik Willem De Klerk debe haber muerto murmurando "¡Pandora! ¡Pandora!", con el mismo asombro con que Marlon Brando susurraba the horror... the horror en medio de la jungla. A los 85 años, este afrikaner esencial, el presidente blanco de Sudáfrica más famoso en el mundo entero, se fue eclipsado, hecho una nota al pie de la biografía del inmenso Nelson Mandela, ciudadano de exactamente lo que él siempre quiso evitar, una democracia gobernada por negros. La carrera, la vida de De Klerk, es una muestra de las ironías de la política, sobre todo cuando se la piensa con horizontes amplios y se abren cajas que contienen cambios, desastres, maravillas.
Esto es porque De Klerk era un aristócrata de su país, descendiente de colonos holandeses y con un apellido completamente imbricado en la política del apartheid. Cuando el futuro presidente nació en Johannesburgo, en 1935, Sudáfrica era un dominio en el Imperio Británico, tierra conquistada en la Guerra Boer de 1899-1902. Su abuelo ya conocía las cárceles inglesas, acusado de traidor a la Corona y conspirador. Su padre, un rector de escuela secundaria, compartía la ideología del Volk, la independencia de los ingleses y el camino propio de los afrikaners. Su tío, Hans Strijdom, sería uno de los arquitectos más crueles del apartheid como primer ministro en los años cincuenta.
La vida de la familia cambió radicalmente en 1948, cuando las elecciones que cambiaron la historia del país enfrentó al Partido de la Unión liderado por Jan Smuts y el Partido Nacional Reunido de D.F. Malan. Lo que se votaba era seguir siendo británicos o refundar una república boer o al menos dominada por los boers. Ganaron los nacionalistas, que se aplicaron a reformar el país a su medida. En poco tiempo, nacía la República de Sudáfrica y aparecía ese siniestro sistema legal llamado apartheid, separación, la más prolija y absoluta legislación racista desde las Leyes de Nuremberg de Adolf Hitler.
El padre, el abuelo y el tío de Frederic Willem sirvieron en sucesivos gobiernos de la república como ministros, su abuelo como presidente del bloque mayoritario en el Senado, mientras él estudiaba derecho. Recibido, De Klerk ejerció como abogado un tiempo pero pronto se unió a la firma familiar con un puesto en el gobierno de Balthazar Johannes Vorster. Esto fue, en sus tiempos, una medalla del establishment, porque Vorster fue un feroz defensor del apartheid, que bajo su gobierno llegó a un nivel de detalle totalitario. Vorster fue también el que construyó la asociación entre lucha antirracista y comunismo soviético, un excelente paraguas para lograr apoyos extranjeros durante la Guerra Fría. Durante su gobierno, en los llamados Juicios de Rivonia, fue condenado un grupo de "terroristas negros" que incluía al joven abogado Nelson Mandela.
En 1986, De Klerk asumió como ministro de Pieter Willem Botha, y se destacó como un duro de los que le pedía la renuncia a colegas que admitían que "algún día" podía haber un gobierno "con negros". Para entonces, el sistema estaba en problemas porque el país estaba empezando a ahogarse por las sanciones internacionales y el aislamiento político. Las embajadas cerraban en Pretoria -la argentina el 22 de mayo de 1986- las multinacionales se iban y para exportar algo las firmas locales inventaban etiquetas sin origen, a ver si pasaba. La economía se contraía y afectaba dos pilares fundamentales del apartheid, el estado de bienestar pleno con salarios europeos y servicio doméstico muy barato para los blancos, y la guerra permanente en las fronteras. Sudáfrica, un país de desarrollo relativo y dependiente, no podía sostener una economía predicada en el trabajo feudal de la mayoría, la exportación de diamantes y oro, y un sector bancario que sigue siendo el mayor de Africa.
De Klerk fue elegido en 1989 con una plataforma convencional y una buena mayoría. Su Partido Nacional seguía dominando a la oposición legal, partidos de blancos mas progresistas que no podía acceder a su masa de potenciales votantes, negros sin derechos civiles ni políticos. La sorpresa fue cuando este mandatario salido de la fina flor del sistema anunció en 1990 un cambio drástico: Mandela y sus compañeros de prisión iban a ser liberados sin condiciones, sus partidos iban a ser legalizados, iba a haber elecciones libres para todos. El Muro de Berlín acababa de caer y si el planeta era otro, Sudáfrica también tenía que cambiar.
Mientras la derecha le gritaba de todo y los extremistas boer anunciaban una guerra racial, De Klerk comenzó la dura negociación de un nuevo sistema. Para 1993, el país ardía por la guerra abierta entre el Congreso Nacional Africano de Mandela y el Inkatha zulú de Mangosuthu Buthelezi, y por los aprietes de los poderes económicos. Mientras en un centro deportivo las partes escribían una nueva constitución, De Klerk y Mandela recibían el premio Nobel de la Paz, empezando el mito de que eran amigos personales.
Un participante de esas negociaciones recordó hace años, en esta Buenos Aires y con un bife adelante, los condicionamientos de la época. El fundamental era que no se tocara la economía ni la tradición monetaria del país, que privilegiaba un rand estable a costa de un ajuste eterno y un desempleo de entre el 25 y el 40 por ciento entre los negros. No iba a haber nacionalizaciones ni reforma agraria, el oro y los diamantes iban a seguir fluyendo, los bancos no se podían tocar. Tampoco se iba a revisar el pasado "a la argentina", con juicios y condenas, y la reforma del estado y las fuerzas de seguridad tenían que ser graduales. Y si no se cumplían estas condiciones, para algo estaba el espléndido ejército sudafricano. "No iba a ser una guerra sucia o la represión de siempre", explicaba el político, "iba a ser una guerra abierta".
Al parecer, De Klerk y su mesa chica creían que iban a hacer un buen papel en las elecciones de 1994, suficiente como para cumplir su promesa de controlar la transición y limitar los cambios. Mandela los barrió, ganando mayorías enormes en todos los distritos. Los blancos sobrevivieron en niveles locales y con un bloque minoritario en el parlamento, y con De Klerk integrado en el gobierno como uno de los vicepresidentes que el ganador puede nombrar en el curioso sistema de gobierno del país. La realidad política se lo llevó puesto, ya que los nuevos poderosos lo ignoraban y su base electoral lo criticaba abiertamente, acusándolo se ser el responsable último de cada problema. ¿Acaso no le había entregado el poder a esta gente que no estaba preparada? Cada punto de inflación, cada centavo que perdía el rand, cada marcha, era un clavo en su ataúd político.
En 1997, el ex presidente se retiró y se encerró en su casa en las afueras de ese paraíso que es Ciudad del Cabo. armó una fundación, escribió un libro de memorias que no termina de explicar por qué hizo su giro copernicano, y se dedicó a su familia. Este jueves se lo llevó el cáncer y se conoció su último gesto, algo que nunca había hecho en vida. Postmortem, se difundió una grabación donde por primera vez pide sinceras disculpas por los horrores del apartheid, en lugar de explicar que "bueno o malo" el problema era que no funcionaba.