Desde Corrientes
Matías tiene 28 años, le llevaba diez años a Lautaro, que era el más chico de los nueve hermanos Rosé. Él fue quien encontró las zapatillas, ahí en la costanera del río Paraná, impecables como si no hubieran pasado por la superficie polvorienta de la orilla. “Mi hermano ahora está en paz, yo presentí una señal, algo que me dijo andate para allá a ese lugar”, dice a Página12 al resguardo de la sombra de un ñandubay. Sale un segundo de la sala velatoria montada en su casa, con un telón bordó de donde cuelgan fotos impresas de Lautaro, sobre un enorme crucifijo iluminado que corona el cajón con sus restos. Diferentes modelos de camisetas de Boca Juniors, de la Selección argentina y varias viseras cubren el ataúd cerrado, y fotos con sus amigos rodean la corona de anémonas rojas y blancas que armaron sus compañeros y familia. El cuadro lo completan dos grandes velas votivas y un enorme ventilador de pie para mitigar el calor de la casa de ladrillos y chapa.
“Empezamos el lunes a trabajar, soy albañil refaccionista, y al irme vi que él no estaba. Siempre que no volvía avisaba dónde se quedaba. Me sentía incómodo ese día. Mi mamá estaba agotada de buscarlo, en la comisaría 2ª le dijeron que no sabían nada, se le rieron en la cara, en la 12 lo mismo. Sin respuestas me fui a rastrear por dónde había estado, preguntando a los amigos que estuvieron con él esa noche, fuimos a la bajada del club Boca Unidos donde están los boliches. Lau tenía muchos amigos chiquititos, que me ayudaron a recorrer toda la zona hasta los astilleros. Mis amigos vinieron a colaborar, también unos canoeros, así que nos dividimos en grupos y ahí fue donde encontré un cartucho verde y quemado, nos detuvimos y un poco más abajo encontramos las zapatillas negras sobre unas rocas”.
En ese momento Matías rompe en llanto, pero no interrumpe su relato. “Estaban tan limpias como si le hubieran dicho que se las sacara, lo corrieron y él no estaba haciendo nada. Se tiró pero es rehondo, pidió auxilio, socorro, pero no lo ayudaron. Encontramos más cartuchos, incluso uno de plomo, de 9 milímetros”. Las agrupaciones de derechos humanos de Corrientes afirman que no es la primera vez que hay “razzias” en la costanera, en un sector público que fue cedido a privados, y que los custodios (policías que hacen adicionales) podrían usar armas de fuego.
Antes de que apareciera el cuerpo de Lautaro hubo una marcha en la ciudad que reclamó su aparición con vida. “Agradezco a todos los que fueron, yo me quedé en el lugar, por eso ahora queremos hacer otra marcha”, dice sobre la idea de movilizarse mañana, a pesar de la veda, con los compañeros del merendero donde su hermano era voluntario. “El martes íbamos a hacer marchas y piquetes pero antes que sonara el despertador nos avisaron que habían encontrado el cuerpo”. Cuando Matías tiene que responder qué espera que suceda no habla de la investigación ni del caso. “Quiero que vuelva”, y vuelve a llorar. “Lautaro no los va a dejar descansar a ninguno de los policías que estuvieron ahí, no lo ayudaron mientras pedía auxilio, él no se quería ir, era muy bueno, todos lo querían, están viniendo de todos los barrios, para despejarnos nos reíamos que vinieron muchas chicas, él me decía que eran amigas nomás”.
Rabia mutua
La despedida de Lautaro pudo haberse convertido en otra tragedia. Al finalizar el velorio, y con el entierro previsto para las 16, la partida del cortejo empezó a demorarse. Es que uno de sus hermanos, Gustavo, está detenido y el permiso para que pudiera darle un último adiós no llegaba. Ahí intervinieron su tío Antonio, la militante de derechos humanos Hilda Presman y las mujeres del barrio, porque resultó que la policía supo que se había juntado demasiada gente y no quería realizar el traslado del detenido. El aire entre la gente y los uniformados está viciado desde hace tiempo, y se puso aún más denso tras el hallazgo del cuerpo sin vida de Lautaro. Fueron largos minutos bajo el calor de una siesta que no fue, para contener la bronca de un lado, el derecho humanitario por el otro, y el temor de la policía a ser apedreada.
Hubo que tramitar el movimiento del detenido con el Servicio Penitenciario de Corrientes, y finalmente entró por la calle de tierra y ripio el camioncito que lo trajo, custodiado por una decena de efectivos pertrechados como para la guerra, armas largas, motos, cascos, pasamontañas. Imposible que el piberío del barrio Galván II, más conocido como Trujillo, no se acercaran a mirar el curioso despliegue casi cinematográfico. Esposado en la espalda, con remera roja, Gustavo ingresó a su casa custodiado por dos de los rambos. Desde adentro vino un grito desgarrador, y luego otros y otros más. El barrio acompañó en silencio.
Poco más de media hora lo dejaron conjugar sus lágrimas y dolor con el de su familia. Cuando salió el barrio le gritó al unísono “Fuerza Gusti”, y lo despidió con un aplauso. Si acaso en lugar de eso se hubiera escuchado cualquier expresión contraria hacia los uniformados, todos temían que las consecuencias las pagara el reo. Pero por lo bajo los vecinos puteaban a “estos milicos de mierda que se están zarpando”.
Una camioneta azul con la caja descubierta llevó a Juana Luz Sotelo, la madre de Lautaro, abrazada en llanto desconsolado a sus hijos, rodeada por las coronas de flores, hasta el cementerio del barrio. El cortejo de hombres, mujeres y niños, a pie y en bicicleta, dio vueltas a la manzana y sus amigos aceleraron fuerte sus motos haciendo mucho ruido y humo, como hacen cuando siguen a su grupo de cumbia rock Yiyo y los Chicos 10. “Lau-ta-ro, Lau-ta-ro”, fue el canto acompañado con palmas de la despedida final, a pocas cuadras del lugar donde el lunes a la madrugada estaba pasando el rato, fue corrido por una persecución policial que incluyó balas de goma y golpes, y encontró la muerte en las aguas del Paraná.
¿Señora, se va a hacer justicia?, preguntó una vocecita que venía desde abajo a una cronista, que a la mirada del grupo de pibes parecía extranjera. “No es mi tarea, pero al menos te aseguro que voy a hacer lo posible para que nadie se olvide de él”, respondió la mujer de cabello plateado.