En época de conquistas de derechos, hay gente que está ejerciendo su derecho a no saber, no escuchar, no entender, no creer y no recordar. No son marcianos ni tontos. Son vecinos, incluso amigos, que han decidido hacerse los burros porque les conviene o porque es más fácil. Y si uno les dice que están equivocados, ellos te dirán que tienen tanto derecho a ser burros como derechos tiene el que se pinta el pelo de fucsia. O no entenderán y simplemente se encogerán de hombros.
El error, otra vez, fue nuestro, porque pensamos que el fin de todos los males de la tierra era el acceso a la cultura y a la información. Que el fascismo y el nazismo y el racismo eran producto de la desinformación, de la falta de cultura. Y hoy, cuando todo está a un clic, vemos que las cosas no parecen haber mejorado. Incluso han empeorado.
El sueño progresista de una biblioteca en cada barrio se cumplió con creces (hay una infinita en cada teléfono) pero no bastó. Y pasamos de generaciones de analfabetos por falta de oportunidades a masas de analfabetos que se niegan a entender lo que sus sentidos les dictan. Y además les gusta, lo disfrutan y se pavonean en nuestras caras.
¿Y si fuera otra cosa? ¿Y si fuera que mientras nosotros nos regodeábamos en un mundo ideal(izado), pastoril y lleno de ideas conmovedoras, donde el hombre nuevo retozaría en un mar de igualdad, el enemigo entendió que lo que tenía que hacer era apoderarse también del saber, o sea de nuestras banderas? Ese es el gran chiste, ahijuna… Porque el enemigo también tiene derecho a tener buen humor.
Nosotros escribimos los libros y ahora ellos los usan contra nosotros. ¿Y cómo lo sabían? Porque se lo dijimos. Por eso, además de quedarse con el petróleo y la tecnología y casi todo lo que hay en la tierra, fueron por el saber y ahora lo usan cómo se les da la gana. Y le “enseñan” a la gente que la derecha está a la izquierda, que los malos son buenos y que los buenos se comen a los chicos crudos. Usan el diccionario al revés y así les abrieron la puerta a los fascistas disfrazados de payasos de feria.
El cómplice ideal para que esto funcione es el analfabeto moderno. El que no quiere saber ni entender, y menos que le digan lo que debe pensar y sentir. Se autoperciben burros y les gusta. De ahí ese orgullo de no haber leído ni un solo libro. Eso es algo relativamente nuevo. Gente que no leyó siempre hubo. Gente que se jacta, no había y ahora hay millones. Antes daba vergüenza. Hoy les da orgullo.
Se niegan a casi todo y miran canales de televisión para que les mientan y ratificar sus desvaríos políticos, sanitarios o históricos. Es otra forma de ejercer el derecho a no saber. Y quizá hartos de nuestra petulancia, de que le digamos lo que les conviene, ahora más que nunca votan al enemigo. Al enemigo nuestro, porque no consideran enemigo al enemigo aunque les esté pisando la cabeza.
Votan a la derecha, la derecha los roba. Y vuelven a votar a la derecha, ejerciendo su derecho a no tener memoria. ¿Y nosotros? Ahí andamos, repitiendo siempre más o menos lo mismo. Incapaces de pensar el mundo de nuevo. Porque todas las ideas que tenemos son viejas, aunque algunas funcionen aún. Y no es que sean viejas en sus contenidos, en sus búsquedas. Son viejas en sus metodologías de aplicación, en su praxis. Y dependen demasiado del viejo saber en un mundo donde millones de personas se autohumillan cada día en los “challenges de Tik Tok” e imbecilidades así.
A esta altura deberíamos ejercer nuestro derecho a reconocer que estábamos equivocados. Que ese mundo que soñamos está cada vez más lejos. Y que las llaves de casi todas las máquinas reales, virtuales y simbólicas, quedaron en manos del enemigo.
Y si usted piensa que en los países serios eso no pasa, una encuesta de The National Science Foundation indica que uno de cada cuatro norteamericanos cree que el sol gira alrededor de la Tierra y que Beethoven es un perro. Y vea la gente que no se quiso vacunar en Francia o Alemania por motivos delirantes. Algo huele mal en Dinamarca, es decir en el mundo.
Lo peor es que los que ejercen su derecho a no saber se juntan con más facilidad que nosotros. Son más poderosos. Y es lógico. Menos cosas en la cabeza, menos sutilezas a la hora de amontonarse. Se agrupan por un eslogan, por un color. O por odio, la mayoría de las veces. Y no solo están llevando el mundo a un rincón oscuro sino que ni se dan cuenta de que son instrumentos de un poder oscuro. ¿Derecha? Pero si está a la izquierda, dicen señalando al centro.
¿Y cómo lo resolvemos? Ya no creo que sea posible. Si hubiera una solución al menos parcial, sería construir un poder semejante al del enemigo. Manejar alguna que otra herramienta que nos permita contrarrestar la forma en que están llevando el mundo a la oscuridad. ¿Es tarde? Probablemente. Pero habría que intentarlo igual.