“Ninguna chispa enciende la pradera;/ sólo el corazón, cuando desea de corazón, arde y se expande”. A un año de la muerte del poeta Alberto Szpunberg, los Poetas de la Calle, que saben que nunca fue partidario del autobombo ni de los homenajes -“entre compañeros no puede haber homenajes”, decía- quieren recordarlo de corazón. El milagro de la etimología bailotea sobre las cenizas del latín; “re” (de nuevo) y “cordis” (corazón) se arremolinan para que Diana Bellessi, Carlos Aldazábal, Liliana Daunes, Juano Villafañe, Laura Haimovichi, Mónica Lacoste y Juan “Tata” Cedrón “vuelvan a pasar por el corazón” la poesía de Szpunberg, este sábado 13 a las 15 en Pista Urbana (Chacabuco 874). En San Telmo, el barrio donde vivió hasta que en 2017 viajó a Barcelona para visitar a sus hijas, Sabina y Victoria, y por complicaciones de salud no pudo regresar.
Recordar a Szpunberg en Pista Urbana enciende la llamita de la memoria. A fines de octubre de 2014, en ese espacio cultural que ofrece espectáculos de tango, jazz, folklore y teatro con música en vivo, el autor de Poemas de la mano mayor, El che amor, Su fuego en la tibieza y La academia Piatock, entre otros libros, recibió el Premio Cultura Argentina, que le entregó la ministra de Cultura, Teresa Parodi. Entonces estaba en discusión el tema de la inseguridad y el poeta -que mencionó un poema de Paul Eluard en el que proponía que la poesía tiene como meta la verdad práctica- leyó “Elogio de la ganzúa”, un poema inédito: “La llave que abre/ y la llave que cierra/ son la misma llave/adentro y afuera// ¿A la calle?, no hay problema,/ sólo al forzar se falsea;/ la misma llave te deja/ dormidito en la vereda//Pero ojo al piojo/que el mal de ojo/es el cerrojo”. La ironía y la ternura, esa mezcolanza tan szpunbergiana, asombró a los escritores, artistas y músicos presentes, entre los que estaban el escritor y sociólogo Horacio González (1944-2021), Tom Lupo (1945-2020), Adolfo Nigro (1942-2018), Eduardo Jozami, Juano Villafañe, Pablo Mainetti, Judit Said y Dorotea Muhr, más conocida como Dolly Onetti, la viuda del escritor uruguayo.
“Lo primero que recuerdo es el humor y la ironía afectuosa que tenía que hizo que en muy poco tiempo tuviera la confianza para decirme: ‘hoy qué despeinada que estás’ o ‘qué cara de chiflada tenés’... esa confianza que uno tiene con amigos de muchos años y que con Alberto se dio inmediatamente”, revela Mónica Lacoste, alma máter de Pista Urbana. “El homenaje que le hicimos fue casi mágico. Y fue de sorpresa porque él no sabía que venía a recibir un premio; creía que venía a comer ñoquis con amigos”, precisa Lacoste, y cuenta que desde entonces empezó a leer la poesía de Szpunberg y se encontró con “un mundo que no esperaba”. Convencida de que todo poema nace para ser compartido, cada noche, antes de que empezara cada espectáculo, Lacoste tocaba las tradicionales tres campanadas y leía un poema de Alberto. “Una noche una joven se paró y me preguntó: ‘¿Por qué leés a Szpunberg?’. Le conté cómo me había enamorado de él y de su poesía, y ella me dijo: ‘soy la hija’... Y así conocí a Sabina, a Victoria, que habían llegado de Barcelona, y me lo encontré por el barrio tantas veces con ellas. Era una mezcolanza de tipo tan lindo, Alberto, un tipo agudo, irónico y tierno”, lo elogia Lacoste.
Poemas de la mano mayor (1962), el primer libro de Szpunberg, lo publicó a los 22 años. Uno de sus poemas más antologados es “Marquitos”, incluido en El che amor (1965), dedicado a Marcos Szlachter del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), que murió en el monte salteño en 1964. El poeta -que también perteneció al EGP- se exilió en Barcelona en mayo de 1977. Carlos Aldazábal dice que la poesía de Szpunberg es central para comprender la generación del '60. “Más allá de lo generacional, es una poesía profundamente humanista, que conmueve, que dice. Hay mucho oficio en su escritura, desde el soneto hasta la poesía de vanguardia. Pienso que sobre todo era un poeta lírico, capaz de una lírica de lo cotidiano. Un poeta lírico atento a la realidad y que nunca renegó de ella”, plantea Aldazábal.
“Era un poeta que vivía como escribía, y esa coherencia no lo abandonó nunca –reflexiona Aldazábal-. Él era un militante político, pero también un militante de la poesía, y en su concepción estética los dos ejes se cruzaban. La utopía poética de Alberto era una ‘Asamblea permanente de poetas’, idea a la que la militancia política no es ajena. Su poesía política nunca cayó en la obviedad del panfleto: había un guiño en sus poemas a la militancia y a los compañeros, pero sus textos nunca dejaron a ningún lector afuera”, advierte el poeta que editó dos libros de Szpunberg en la editorial El Suri Porfiado: El libro de Judith y La tarde, solo es la tarde.
“Albertito”, lo llama el “Tata” Cedrón. Se conocieron en 1962 y un año después el poeta le dedicó Juego limpio, su segundo libro. La amistad se fue trenzando entre anécdotas, poemas y música. “Nunca, nunca, corazón,/ nunca nadie lo sabrá si fue amor/ lo que tembló esa tarde bajo el sol”... Así empieza el vals “De los dos”, con letra de Szpunberg y música de Cedrón y César Stroscio, que fue grabada por el Cuarteto Cedrón en 1982. “Albertito tenía mucho que ver con (Juan) Gelman en su poesía, en su estética; en su manera de hablar era muy gelmaniano también. En realidad, todos éramos gelmanianos en esa época”, aclara el músico. La poeta Diana Bellessi recuerda “su bella sonrisa de niño que te seguía a todas partes”, su bondad y su ironía. “Lírico es el que nombra al mundo y, por lo bajo, lo celebra. Eso hacía Szpunberg, y por eso será siempre recordado”.