Las imágenes ofrecen una Rosario diaria, de espacios y lugares conocidos y sin embargo diferentes. La mirada perspicaz del autor los cambia y vuelve otros. Tocados por pinceladas de color, habitados por personajes casuales, se logra una fusión entre líneas precisas y obsesivas junto a la plástica suelta, por momentos, de una caricatura. La muestra de dibujos y pinturas se titula Rosario en punto, línea y color, su autor es Juan Herrera, y hoy, de 14 a 19, conoce una última chance de visita en la Sala Augusto Schiavoni (Planta Baja) del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (San Martín 1080).

Nacido en Rosario (1950), arquitecto, docente, diseñador gráfico y creativo publicitario, el saber vasto de Juan Alberto Herrera confluye en sus imágenes. Allí conviven talentos varios: el del arquitecto, el del pintor, el del lector de historieta. No en vano, entre sus referentes y maestros figuran Juan Grela, Hermenegildo Sábat, Caloi, Clorindo Testa, Roberto Fontanarrosa. Su trazo sabe dar cuenta de todos esos mundos, y el resultado se aprecia. Como refiere Agustín R. Vidal Valls en su texto: “Edificios y construcciones que se han involucrado en las historias de personas que caminaron sus veredas y recorrieron sus interiores, dejando su impronta de nostalgia en ellos. Estaciones, puentes, cúpulas, y un recorrido que va desde lo formal a los sentimientos (…) los niños, como al descuido, dejaron sus tesoros más preciados y su marca en el lugar por el que pasaron: trencitos, aviones, barquitos, barriletes, ratones a cuerda. Colores primarios en la vastedad y frialdad del dibujo arquitectónico. Esos niños hoy ya son adultos. Parte de sus vidas continúan allí, en los edificios y en su memoria”.

Al conversar con el autor, sus palabras –así como sus imágenes– mezclan muchas impresiones: las amistades, las calles y los lugares, el fútbol con los pibes del barrio –“siempre al arco, era muy malo”–, la vecina linda de la otra cuadra, las historietas de Hugo Pratt; “todas esas cosas tienen un sabor nostálgico y uno lo valora", comenta. Y agrega –en diálogo con Rosario/12– un lindo recuerdo: "en ese momento, nos daban la ‘libreta de estímulo’, donde la maestra te escribía y deseaba buenas vacaciones, y te decía que podías triunfar en la vida siendo dibujante. A la primera exposición que hice, en el ’79, le pegué una fotocopia de esa libreta”.

La vida de Juan Herrera está dedicada al mundo de la gráfica desde diferentes ángulos, todos coincidentes. “Un día me aventuré a ser arquitecto, y tuve mi paso por la publicidad y por la docencia, con el propósito de poder brindar todo lo que aprendí. Pero en verdad sigo aprendiendo. Y a todo le puse mi emoción, mi niño interior, mi subjetividad, junto con –como dice Agustín (R. Vidal Valls)– el olor del cemento, el peso de los ladrillos. Cuando Rafael Ielpi (director del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa) me dio esta posibilidad, medio como que me pellizqué dos o tres veces, así como cuando pude exponer en bar El Cairo, en 2018 (también en 2005, repasando la historia gráfica del bar); aquella vez, me dije: ‘Gracias, Negro, por permitirme exponer en tu casa’”, continúa.

El agradecimiento de Juan Herrera hacia sus maestros se percibe en cada palabra, no es para menos. Como él dice: “el inmenso Menchi Sábat, la generosidad de Caloi, las palabras de Fontanarrosa, la docencia de Juan Grela, la sensibilidad del arquitecto artista Clorindo Testa, el arte documentalista de José Luis Salinas y el privilegio de haber trabajado en la materialidad del diorama del combate de San Lorenzo. Todos ellos en forma directa me aportaron lo suyo como grandes de la gráfica”. En relación a cómo plasmar esta ciudad querida y dolida, de todos los días, Herrera dice que “pensaba qué punto de vista transmitir, porque no quería que la gente viera el Monumento de la Bandera de siempre, quería mostrar lo que no se ve, por eso es que cada cuadro tiene un misterio y una historia secreta”.

Por estos días, Herrera está también preparando una muestra sobre aviones de la guerra de Malvinas y aviones de la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Va a ser digna de ver, cómo no. Ni qué decir cómo le habría gustado al tano Pratt. Mientras, y a la espera de esas imágenes de cielo y máquinas, esta Rosario de fachadas y laberintos internos, con personajes de una historia cotidiana y colindante con la de toda buena historieta. Entre esas calles, como se puede apreciar, destaca la estampa del mismísimo Corto Maltés, y eso es algo que a más de uno –Fontanarrosa habría sido el primero– llena de emoción y gratitud. Todavía se puede soñar a esta ciudad.