De tanto ir hacia la música del alma, un día Ailén Heredia se encontró con Hilda Herrera. “Fue en un taller de piano argentino, y significó un antes y un después para mí”, dice la pianista y compositora santafesina que acaba de empezar a mostrar los efectos de aquel cruce bisagra en su vida, a través de su flamante y finísimo disco debut llamado Lavanda. “A partir de aquel encuentro con Hilda, supe con mucha certeza qué era lo que yo quería hacer con la música, y empecé a transitar ese camino... Su música y la mía son muy distintas, cierto, pero ella fue durante mucho tiempo un faro para mí”.
El trabajo fue publicado por El Club del Disco y lo enaltecen las participaciones del vientista Marcelo Moguilevsky y del pianista Andrés Pilar, entre otros músicos clave para el arranque en tercera de la joven música. “Siempre fui muy curiosa y un poco insaciable”, asegura ella, acerca del intercambio con los músicos nombrados. “Con `Mogui` establecimos una relación espiritual, asistí a esos talleres de improvisación hermosos que da él, y se convirtió en un gran maestro para mí, maestro en el sentido de dar alas, digo”.
-Otro es Juan Falú. Más allá de haberte formado con él, y con Diego Schissi y con Nora Sarmori en el camino hacia la licenciatura de Música Argentina de la UNSAM, el guitarrista ha sido muy generoso con sus palabras hacia tus músicas.
-A Juan le he mandado temas para que me diera su opinión, y en una sola escucha entendió todo, y supo exactamente qué consejo darme para mejorarlo. A veces es una cosa muy sencilla, una nota, o un ritmo, que hace que todo se vuelva más orgánico. Lavanda está cultivado por ese entorno fructífero, sí.
La sensibilidad de Ailén es como un radar que capta señales de distintos orígenes. También, bajo el amplio manto de la música popular latinoamericana, se deja atrapar por lindes “paramusicales”. “Me gusta descubrir la música que hay en los distintos rincones del mundo y ver a qué otras prácticas está asociada, a qué bailes, a qué comidas, a qué gente, a qué temáticas, a qué paisajes. Una vez estuve cinco meses viajando por Brasil para eso”, asegura. “También me gusta especialmente la música que está ligada a un origen ritual, como pasa con las del noroeste argentino o las del norte de Brasil, y con los tambores en general. Además tuve mis épocas de pasión por Bach, Beethoven, Debussy y Ravel o por pianistas de jazz como Chick Corea, Bill Evans y Keith Jarrett”.
Por supuesto que ingresar en su disco implica abstraerse de tales influencias –al menos en forma directa- y focalizar el oído en la tradición del piano argentino. De hecho, tal es su leitmotiv, su matriz, su razón de ser. Refrenda ella: “Sí, es un disco de piano argentino que recorre las diferentes posibilidades del instrumento, ya sea solista, en dúo con otros instrumentos, en grupos más grandes y también dos instrumentistas tocando un mismo instrumento, como en General Madariaga, que grabamos con Andrés Pilar a cuatro manos, algo que además resultó divertidísimo”, define la santafesina, que ocupó la totalidad del trabajo a recorrer chacareras, zambas, gatos, vidalas y huellas que llevan su firma. “Lo que está re bueno destacar es la mirada femenina del folclore, hay mucho por hacer todavía ahí”, asegura. “Hay muchas mujeres haciendo cosas increíbles en un territorio que es históricamente masculino”.
-“La del infierno”, chacarera tuya, es la mejor forma, o la más directa, para entrar de manera más afilada al resto del disco ¿Por qué creés que ocupa ese lugar?
-Porque es fuerte la composición. La hice en plena pandemia mientras leía a Jung y atravesaba momentos personales muy intensos. Y también es muy fuerte la interpretación. Fue muy fuerte el momento en el estudio. Sin dudas es el tema que invita a escuchar el resto. Y además, es una chacarera, claro, y una se puede quedar a vivir ahí. Me parece que tener una chacarera propia como debut te posiciona en un lugar muy definido, aunque me gustaría que mi próximo disco esté más ligado a la canción.
-¿Por qué Lavanda? Va por el nombre del disco, y del tema
-Me gustó la palabra por su sonido, por su musicalidad, y porque es una hermosa palabra (más allá de su significado), como luna. Además, se ve hermosa cuando está escrita y suena hermosa cuando se la dice, completa y a la vez abierta, expansiva. En fin, despertó en mí un universo sonoro que fue el faro de estas músicas. Y después terminó convirtiéndose también en un tema que intenta capturar esas sensaciones que esta palabra me convida, ahora sí complementadas con sus colores y sus aromas.