¿Por qué alguien desea ser exitoso? ¿Y qué ocurre cuando ese éxito se esfuma? De esas preguntas partió Mariana “Cumbi” Bustinza para escribir La Meca, unipersonal donde se luce en el triple rol de autora, intérprete y directora (trabajo que comparte con Huilen Medina Senn), y que puede verse en el Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378), los domingos a las 20.30.
Allí, la dramaturga se pone en la piel de Milton, un joven que tenía el sueño de cantar y que llega a convertirse en el líder de la banda La Meca y en un cantante popular reconocido dentro de la movida tropical. A través de su propio testimonio, de entrevistas, proyecciones y pasajes musicales donde el artista recuerda sus recitales, la obra revela una historia de soledad, egos y competencias en la que la fama cede su lugar a los excesos. Con música original de Facundo Salas, la pieza pone en escena “el reality en el que se puede convertir la vida de un pibe de barrio cuando se encienden las luces del espectáculo”.
“Soy muy fanática de muchos cumbieros, y quería escribir algo que tuviera que ver con eso y también con la importancia de la fama y esa idea de que si no sos famoso no sos nadie. La obra habla de eso y de lo difícil que es subir y después caer”, cuenta “Cumbi” Bustinza en diálogo con Página/12.
No es la primera vez que la actriz y directora aborda una historia donde la cultura popular es protagonista. En los últimos años, “Cumbi” viene trabajando materiales que indagan en la marginalidad y sus problemáticas, a la vez que investiga qué sucede con lo olvidado y lo incomprendido. Su trilogía teatral Menea para mí, el amor en un barrio bajo, Gorila y Lo que quieren las guachas (actualmente en cartel en El Extranjero, los sábados a las 20.30) es una síntesis de ese trabajo. “Me siento cómoda escribiendo sobre lo barrial y sobre personajes que están en una situación de vulnerabilidad”, sostiene al respecto.
La decisión de interpretar su propio texto no estaba en sus planes originales. “Empecé a ensayar la obra con un par de actores, durante 2020, pero no fluyó, y finalmente me di cuenta de que era yo la que tenía que interpretarla. Y eso fue un desafío porque no quería que el público hiciera hincapié en el hecho de que fuera una actriz la que encarna un papel de varón. Entonces la dificultad más grande pasaba por cómo lograr que los espectadores se olvidaran de que yo era la intérprete. Para eso hice un importante trabajo vocal y corporal. Caminaba por la calle, tratando de que apareciera lo masculino de este personaje en mi forma de andar, y además trabajé mucho para agravar mi voz”, detalla la teatrista que anticipa qUe hará temporada de verano en Mar del Plata con sus obras.
-En tus puestas abordás la realidad de los sectores populares e historias de personas que viven en los márgenes. ¿Qué te atrae de ese mundo?
- Cuando escribo me aparecen naturalmente personajes vulnerables y que están un poco al borde de un abismo, porque eso tiene que ver con el mundo en el que me crié y en el que viví mi adolescencia y juventud. Mi primer novio vivía en un barrio bajo, y estuve mucho ahí. Además, iba a la cancha, a la bailanta y era fanática de Daniel Agostini y de Rodrigo. Ese momento de mi vida me marcó mucho. Me gustaba mucho la cumbia, y por eso me pusieron “Cumbi” de apodo. Mauricio Kartun dice que uno escribe sobre lo que conoce, y si bien mis obras no son autobiográficas ni biodramas, todas tienen cosas que he vivido.
-No es frecuente en los circuitos teatrales ver obras donde se abordan temáticas asociadas a la pobreza y a la marginalidad. ¿Por qué creés que ocurre eso?
-La mayoría de los dramaturgos del teatro independiente no viven esa vida, y eso les provoca un distanciamiento que les impide escribir sobre eso. También quizá tienen miedo o tienen prejuicios, porque a veces he sentido que me han prejuzgado como “la autora que escribe sobre los pobres”. Pasa que no es esnob hablar sobre estas cuestiones.
-¿Y cuál es la reacción de los espectadores que, en general, tampoco pertenecen a esa clase social?
-Intento con mis obras que la gente no se ponga en la vereda de enfrente para juzgar lo que ve, sino que pueda comprender a los personajes. Hace unos días leí un comentario sobre Lo que quieren las guachas, en Alternativa Teatral, donde una persona contaba que cuando salió del teatro apareció un trapito para pedirle plata, y que al principio pensó mal, pero después terminó conversando con él porque la obra la había hecho reflexionar. Y me han llegado varias devoluciones de ese tipo. Y también han venido docentes que traen a alumnos de clases bajas que nunca fueron al teatro, y ellos destacan que las obras son una forma de que puedan ver que sus mundos también pueden estar en un escenario.