“En general, cuando se piensa en cultura popular se tiende a “nostalgiar” cierta reminiscencia del pasado supuestamente tradicional; mientras que la cultura masiva sería algo así como la representación de las personas atomizadas frente a los televisores. Y en verdad, ninguna de esas dos realidades existe por separado”, afirma Pablo Semán, sociólogo (UBA) y doctor en Antropología (por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Brasil).
La potencia del método etnográfico y el trabajo de campo para quebrar prejuicios y sentidos comunes; “cultura popular” y “cultura masiva”, dos conceptos que parecen designar realidades prolijamente separadas pero que deben integrarse en la percepción de una experiencia; los consumos culturales y el poder simbólico de la música y los best sellers, espacios que interpelan a los sujetos y contienen sus sensibilidades de clase; cosmovisiones religiosas que explican más de sus propias vidas que de instituciones; y, finalmente, la protesta social, muestra efervescente de una sociedad movilizada que pone a prueba la eficacia de la calle y explica, en parte, las representaciones y prácticas políticas de los distintos sectores de la sociedad. Sobre todo eso opina Semán, quien se desempeña como investigador de Conicet y docente (de grado y posgrado) en la Universidad Nacional de San Martín.
–¿Por qué estudió sociología?
–Durante la secundaria me interesaban más las matemáticas. Sin embargo, en mi familia siempre se leía mucho de historia y sociología. Todo eso me sirvió como herramienta para poner en juicio mi propia militancia juvenil. Me resultaba apasionante la posibilidad de tomar distancia de relatos mecánicos, ver los fenómenos en su singularidad.
–Y luego siguió con un doctorado en antropología...
–Poco después de recibirme decidí investigar las iglesias evangélicas. En los noventa nadie las estudiaba sin caer en el sitio común del prejuicio y el menosprecio. Pronto advertí que el objeto de estudio me demandaba tiempos de observación más prolongados y experiencias menos artificiosas que la entrevista. Así que comencé a hacer etnografías sin saber que, efectivamente, lo estaba haciendo y opté por realizar un doctorado en la Universidad Federal de Río Grande do Sul (Brasil) atraído por el estilo de investigación que tenían algunos de sus profesores.
–La antropología destaca por su método etnográfico y un minucioso trabajo de campo. Leí que en este afán, un tiempo más tarde, se mudó a Lomas de Zamora...
–Sí, investigué de qué modo las personas del barrio realizaban sus prácticas cotidianas y constituían sus cosmovisiones religiosas. Así fue como me di cuenta que sus trayectos sociales y culturales daban el tono de esas experiencias más que el hecho de declararse católicos o pentecostales. La religión no dependía solo de las iglesias sino del universo de creencias que elaboraba cada individuo en sus procesos de socialización. En otras palabras, importaban más los “modos de ser católicos y pentecostales” que sus propias religiones en sí.
–En la actualidad, es uno de los principales referentes en el análisis de las culturas masivas y populares. ¿Cómo podría definirlas?
–En general, cuando se piensa en cultura popular se tiende a “nostalgiar” cierta reminiscencia del pasado supuestamente tradicional; mientras que la cultura masiva sería algo así como la representación de las personas atomizadas frente a los televisores. Y en verdad, ninguna de esas dos realidades existe por separado. Lo que hay son barrios con sujetos que desarrollan producciones simbólicas frente a bienes culturales que provienen de la mediación masiva, de las experiencias familiares y laborales, así como de sus vínculos con la política. Por otro lado, en general, sus horizontes de existencia poco tienen que ver con lo que se dice de ellos en la voz de las elites educativas y políticas.
–¿Cómo se expresan los sectores populares frente a la política?
–Un gran malentendido entre visiones de las élites de todo tipo y los sectores populares se vincula con, por ejemplo, una vieja dicotomía entre clientelismo y piqueterismo, entre lucha y urgencia, entre proyecto de transformación social y resolución de problemas cotidianos. Sin embargo, la realidad no puede reducirse de esa manera: que los actores sociales corten rutas no implica una búsqueda revolucionaria, ni su afán por conseguir soluciones concretas los convierte en clientes. Al mismo tiempo, es posible advertir una serie de transformaciones en el seno de la vida de los sectores populares que implicaron la adopción de perspectivas más individualistas de progreso material y autoafirmación personal.
–¿Por ejemplo?
–La idea de “emprendedorismo” rescata de la vida cotidiana la experiencia de intentar resolver en la precariedad y también una posición que invita a “ponerse las pilas”, “rescatarse” y “salir adelante” para resolver su situación personal. Se trata de una transformación actual pero que se relaciona con experiencias populares que podrían remontarse a los noventa. Muchas situaciones de la vida social que implican algún éxito se vinculan con un declarado esfuerzo por cambiar sus realidades. Y todo eso se percibe y se constituye en ciertas creencias y prácticas religiosas, en el uso de la literatura de autoayuda, en las apropiaciones de los mensajes musicales.
–También investigó a los sectores populares y su consumo de literatura masiva...
–Exacto, puede resumirse en la idea de que “si uno se juega por sus inquietudes personales tendrá mejores resultados que si se queda esperando a que le resuelvan la vida”. Se trata de una tradición de lecturas populares, consumos que los interpelan y –al menos desde un punto sociológico– son de primer orden. Me refiero a Paulo Coelho, muy criticado desde un punto de vista literariamente normativo, pero conectado de modo directo con sus sensibilidades (y muy presente en las experiencias concretas). La individualización es un fenómeno más complejo y ambivalente de lo que solemos registrar.
–¿Y qué hay de la música?
–Allí observé la tensión entre los marcos normativos e interpretativos machistas y androcéntricos y la presentación pública de modelos de femineidad que implicaban también una transformación en el repertorio de género y sexualidad. Esto se percibía en las situaciones de baile y en sus interpretaciones del sentido de las letras porque donde el sentido común de muchos analistas sólo observaba machismo, se vivían situaciones más variadas: desde posibilidades sexuales a ironías (y no siempre una agresión). Esto tiene que ver con lo anterior: sexualización, individualización, crítica de género son parte de un conjunto de transformaciones que tenemos que terminar de comprender y dimensionar.
La protesta y la calle
En el último tiempo, Semán probó una gran destreza para la redacción de crónicas políticas. Allí, cosecha todos los frutos y las experiencias de un entrenamiento etnográfico que pone el acento en las protestas sociales desde una perspectiva sociológica y antropológica. El investigador-peatón camina las calles y construye interpretaciones acerca de las estrategias que utilizan los distintos sectores para expresar sus humores sociales, a partir de un concepto complejo de “política” que desborda las urnas y las elecciones.
–¿Por qué piensa que se movilizan los grupos sociales?
–En la actualidad vivimos un proceso signado por la emergencia de nuevos eventos políticos masivos. No son insurrecciones inesperadas que transforman en su totalidad el orden político, pero tampoco actos partidarios cuyos organizadores conocen bien lo que ocurrirá, pues no tienen más consecuencias que fortalecer las filas del propio grupo. Se trata de acontecimientos que, entre otros factores, responden a un cambio en la escala demográfica de Argentina. Todavía seguimos pensando como si fuéramos una sociedad de 25 millones de habitantes. Incluso nuestras calles están diseñadas para aquellas escalas.
–De modo que el trazado urbano y la organización del transporte realzan el valor de las multitudes.
–Estoy de acuerdo. Por otro lado, entre esos factores, se ubican las potencialidades de las nuevas tecnologías de la información y comunicación que facilitan los procesos de movilización. Son modos de organizarse que diluyen la frontera entre lo espontáneo y lo organizado. Y además está el hecho de que las movilizaciones generan resultados concretos en términos de las demandas de los grupos.
–Es decir que, como a menudo usted señala: “la calle da resultado”.
–Exacto. Aunque no siempre son los mismos factores, siempre hay movilizaciones y en los últimos 15 años la gente ha comprobado la eficacia de la movilización política y social. En paralelo, cada uno de los grupos que demanda por alguna necesidad encuentra en distintos medios a sus espejos y amplificadores.
–Si las protestas sociales no son homogéneas y los grupos que asisten no siempre están unificados bajo los mismos intereses, ¿de qué manera conviven las heterogeneidades?
–Pienso que la heterogeneidad es causa y al mismo tiempo es consecuencia de la movilización política. Grupos que por distintas situaciones se ven aislados en sus contextos y pretenden visibilizar sus demandas salen a la calle, aunque su reclamo no pueda ganar masividad a través del voto. Al mismo tiempo, se produce un proceso de reconocimiento de particularidades e individualidades a partir de expresiones parciales. Por caso, eso funcionó de manera muy virtuosa durante la Ley de Matrimonio Igualitario. Sin individualismo no habría reivindicaciones de género, por eso no todo el individualismo equivale a neoliberalismo.
–Por último, ¿para qué investigar culturas populares?
–Los objetos de estudio de lo que suele llamarse “culturas populares” permiten comprender y hasta cierto punto predecir prácticas colectivas con una eficacia bastante mayor que otras líneas de estudio más tradicionales. Estudio religiones, literatura masiva o cumbia porque son claves en la formación de la sensibilidad social y política de buena parte de la población argentina. Comprender las “culturas populares” más allá del problema que tiene el concepto es inteligir parte importante de la sociedad. Temas menores en las jerarquías estéticas de los investigadores son de primer orden para comprender qué ocurre en nuestras poblaciones. El centro de gravedad no está donde habitualmente creemos que debería estar, sino en ciertas prácticas y en ciertos simbolismos. Agregaría que si las políticas públicas atendieran a esta clase de cuestiones y no a percepciones de sentido común sobre esos fenómenos, podrían ser mucho más eficaces (la política educativa, por ejemplo, se beneficiaría si utilizara visiones más realistas para criticar ilusiones que pueden ser tanto tecnocráticas como militantes). Por último, creo que investigar en ciencias sociales debe contribuir a mejorar las discusiones públicas. Localizar un punto de comunicación recíproca para los actores que operan en diversos conflictos. Esa es una posibilidad concreta de encuentro entre los cientistas sociales y los ejecutores de políticas educativas y culturales.