Después de pifiar fiero en las PASO, las encuestas como instrumento de medición se pusieron en discusión; tanto, que casi no se difundieron números desde septiembre para acá. La pérdida de confianza, sin embargo, no es excluyente de estas elecciones ni de la realidad argentina. El triunfo del Brexit en el referéndum británico y el de Donald Trump en los comicios presidenciales de Estados Unidos, por ejemplo, fueron dos sorpresas encadenadas en 2016 porque las encuestas habían anticipado resultados contrarios. Y en 2019, las encuestadoras también parecen haber fallado "por unanimidad". En las PASO, la mayoría subestimó el triunfo de Alberto Fernández (alcanzó 16 puntos de ventaja, aunque lo medido previamente fue 5), mientras que en la elección general sucedió lo contrario: lo sobreestimaron (la diferencia fue de 8 puntos).

“Los problemas de las encuestas electorales y políticas en nuestro país, que el grueso fallo de 2019 ha mostrado en toda su magnitud, constituyen un aspecto disfuncional de la democracia argentina, que llama a una revisión en profundidad y una reforma del funcionamiento de la industria. En particular, si las firmas comerciales no se autorregulan por medio de una asociación profesional, el público, la política y otros usuarios tienen razones para dudar de la transparencia y confiabilidad de los datos y análisis que producen”, plantean los docentes universitarios e investigadores José Eduardo Jorge (Universidad Nacional de La Plata) y Ernesto Marcelo Miró (Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires) en un trabajo titulado “La falla de las Encuestas en las Elecciones Argentinas de 2019”.

El sociólogo y escritor Gerardo Adrogué dice que siempre fue muy crítico sobre cómo se utilizan los estudios de opinión pública cuantitativos. “Hay una gran ignorancia respecto de las limitaciones que tienen las encuestas como herramienta para predecir; no es que antes predecían y ahora dejaron de ser predictivas. Las encuestas nunca fueron grandes herramientas de predicción, siempre sirvieron para conocer el clima de opinión pública, para entender tendencias generales sobre valores, creencias y opiniones. Lo que seduce es la idea del oráculo, la bola de cristal”, explica Adrogué y cuenta que hay tres grandes áreas que atentan contra la capacidad de que una encuesta sea “razonablemente buena”: el muestreo, la tasa de respuesta y la metodología de recolección.

Cambio de hábitos

Durante muchos años fue posible hacer muestras lo más probabilísticas posibles. Pero los hábitos cambiaron. “Hoy la gente no utiliza los teléfonos de línea y en los celulares es muy difícil que la gente te responda; hay una tasa de respuesta más baja –advierte Adrogué-. Una buena muestra probabilística es muy cara. No tiene sentido pagar lo que sale para predecir la intención de voto, se va trabajando con lo que se puede. Y lo que se puede hace unos años era razonable y hoy está muy cuestionado, porque cambiaron los términos de referencia. Las tasas de respuestas bajas incrementan el error, incrementa el sesgo y atenta contra la bondad de la muestra”. 

Los modos de recolección de datos más baratos, rápidos y fáciles de implementar son los que usan Internet y la Respuesta de Voz Interactiva (IVR), que administra un cuestionario por teléfono con una voz grabada. “Las encuestas online tienen un sesgo enorme porque llegan solo a la gente que está conectada. Imaginate la cantidad de personas que se quedan afuera: pobres con pocos recursos, con aparatos tecnológicos malos. Las encuestas online reproducen el criterio del capitalismo: la exclusión permanente del que menos tiene”, subraya Adrogué.

Lo inasible

El politólogo y docente universitario Gustavo Marangoni precisa que las encuestas que se hacen con el clásico IVR tienen “muchas respuestas de adultos mayores y pocas de jóvenes, que no usan la telefonía fija porque la consideran algo del pasado”. “Hay que empezar a combinar otros mecanismos –propone-. Lo ideal sería siempre las encuestas presenciales porque tenés el contacto directo, el cara a cara, pero son muy costosas. Después están las que se hacen por paneles online, que tienen cierto grado de dificultad para componer las muestras”, describe. 

Más allá de lo metodológico, Marangoni sugiere profundizar en otros factores. “Mucha gente no sabe lo que va a votar hasta horas antes de votar. Hay otra que lo sabe, pero no tiene interés en comunicarlo porque muchas veces influye el factor de la desconfianza: para quién es o para qué es. En todo el mundo, las sociedades están más inasibles, más difíciles de poder capturar en términos de una opinión pública que tiene fragmentos muy decididos, pero tiene otros que son muy volubles y que terminan decidiendo su voto por estados anímicos y por razones más particulares que prefieren reservarlas hasta casi el mismo día de la elección”.

Las fluctuaciones del electorado pueden tener lógicas complejas. Marangoni ilustra con un particular corte de boleta de estas PASO: el voto al ultraliberal Javier Milei como diputado nacional combinado con el voto a los legisladores del Frente de Izquierda. “La justificación de ese voto es que quiere diversidad en el Congreso y castigar a los que están siempre. Desde universos conceptuales más tradicionales, uno tiene cierta dificultad para captar ese tipo de comportamiento, que no digo que sean generalizados; pero existen –reconoce Marangoni-. Hay gente que puede cambiar su decisión por una cuestión muy aleatoria y hasta la semana previa a la elección tenía el voto definido en un sentido y después sucedió algo que uno podría considerar hasta menor o marginal, pero tiene tanta importancia como para cambiar el voto”.

En cuánto inciden las redes

Adrogué desestima que el manejo de las redes sociales sea determinante en una elección. “Las redes son un actor más, que tienen un impacto pero confluyen con muchos otros elementos. ‘Dame un ejército de trolls y ganaré una elección’, es una fantasía. En las últimas elecciones presidenciales el candidato de Juntos por el Cambio tenía una estructura de manejo de redes que no tenían los candidatos del Frente de Todos. Pero eso no fue determinando en el resultado”, aclara el sociólogo. 

Marangoni destaca que Twitter es la red social “más politizada” por definición, pero participan los que tienen una identidad política definida y “no me parece que sea un ámbito por donde transiten aquellos que están lejos de la política” en busca de información. “Ahora los políticos usan Tik Tok para mostrar su lado más amable, más empático con el votante. Lo mismo puede pasar con Instagram; Facebook está más focalizado en la población mayor de cincuenta años -compara el politólogo-. La abundancia de información a veces termina ocluyendo la comprensión. Con la información pasa como con la luz: con poca luz no podés ver, pero con mucha tampoco. A veces inundarse de los datos que circulan en las redes termina agobiando al que los busca interpretar”.