"Siempre tuvimos miedo" dirá Rosa Santillán al comenzar esta conversación que se interrumpió varias veces por el llanto. Ese miedo le impidió hablar del secuestro de su padre e hizo que se mantuvieran siempre al margen de todo lo vinculado a la política. "Yo te reconozco que siempre tuve miedo. Por nada del mundo quisiera que mis hijos o mis nietos hoy vivan ni pasen nada de lo que tuvimos que pasar nosotros, porque no fue tan solo esa noche. Fue todo lo que vino después”, se explicó. 

En 2013, en la Megacausa Salta le ofrecieron declarar, pero prefirió el silencio. Hasta ahora, cuando la foto del teniente coronel retirado Carlos Ignacio Cialceta escondido en un placard la sacudió tanto que decidió hablar. Ese hombre integraba el grupo de tareas que la madrugada del 10 de agosto de 1976, en el pueblo petrolero de General Mosconi, arrancó de la casa a su padre, Jorge René Santillán. Pudo verle la cara porque en el intento desesperado por impedir que se llevaran a su padre le sacó el pasamontañas. Y no lo olvidó jamás, y tampoco su madre, Irma Prado

Ahora Rosa quiere confrontarlo. "Quisiera verlo, si él pudiera mirarme a la cara estaría genial, y tan solo preguntarle si se acuerda de mí peleando por mi papá. Nada más que eso quiero saber, si se acuerda de mis hermanos que lloraban y gritaban mientras ellos nos destruían la vida. Seis tipos armados contra alguien que tenía solo el pijama, y mi mamá con un camisón". Otros recuerdos se le agolpan, y empujan preguntas. Su hermano, de 7 años entonces, se metió debajo de la mesa, "apoyaba su cabecita en la silla y a veces miraba para afuera y después cerraba los ojitos y volvía a apoyar la cabeza en la silla". "Yo me pregunto si ellos se acuerdan de eso, si alguna vez ellos se acuerdan de nosotros y si alguno de sus hijos alguna vez los defendieron y pelearon así por ellos. Seguramente que no, porque se escondió en el placard".

Cialceta estaba prófugo desde abril último, cuando se ordenó su detención en la causa que lo investiga por el secuestro y homicidio del trabajador de YPF, militante peronista y gremialista Jorge Santillán, cuyo cuerpo fue dinamitado en el norte salteño. El militar, que integró la plana mayor del Regimiento de Infantería de Monte 28, de Tartagal, fue detenido el 10 de noviembre, en el centro de la ciudad de Salta. Cuando Gendarmería ingresó al departamento, lo encontró oculto en la parte superior de un placard. Ya antes había habido un intento de detenerlo, frustrado por una infidencia que le permitió huir. Ahora hubo mayor hermetismo y se enteró de que lo buscaban cuando Gendarmería llamó a su puerta. 

"(Fue) una sorpresa increíble, porque sinceramente pensé que jamás nunca se iba a agarrar a ninguno de ellos". “Pensé que la justicia jamás iba a llegar", y ahora quisiera que alcance también a los otros integrantes del grupo de tareas, dijo Rosa. “No sé si él tenía conocimiento de dinamita y fue él quien le puso la dinamita en el pecho a mi papá. Y me pregunto si va a dar los nombres de los otros”. La familia supo que años después uno de los secuestradores perdió una mano en un accidente con explosivos.

Rosa tenía 8 años cuando su padre fue secuestrado. Seis hombres rajaron la puerta a culatazos. Decían que eran policías. Irma Prado y Santillán abrieron y lo atacaron. Durante dos horas la familia resistió, en un forcejeo que terminó en la vereda. 

“Yo le agarraba la mano a mi papá y a la vez le agarraba el brazo. Entonces, si me soltaban de la mano, yo tenía el brazo agarrado y cuando ellos me soltaban el brazo, yo agarraba la mano de nuevo. Este hombre (Cialceta) vino y me agarró de atrás, me levantó, entonces yo no recuerdo bien cómo fue, pero me acuerdo que quise defenderme o quise que él me suelte y le saqué la máscara, por eso le vi la cara”. 

Ese rostro se le quedó grabado: “Aprendí a dibujar por él. Aprendí a dibujar para poder dibujarlo”. Y cuando creía que no volvería a verlo, recibió un golpe cuando le compartieron la imagen en el placard, incluso vio que no está tan cambiado, a pesar de que ya pasaron 45 años. Y comenzó a recordar todo, hasta los detalles. 

Esa foto marca la diferencia 

Para Rosa Santillán, esa foto en el placard "marca la diferencia entre mi papá y él. Mi papá abriendo la puerta y él escondido en el placard”. "Mi papá salió. Mi mamá abrió la puerta pero mi papá iba por detrás de ella y yo por detrás de él. Ellos empujaron la puerta y sin decir nada le empezaron a pegar. Pero él fue a abrir la puerta, no se escondió de nada. Nunca se escondió. Él no se escondió. (Y, en cambio) este hombre subió ahí en el placard”. 

Esta conducta demuestra que es consciente de sus crímenes y “porque pienso que ellos deben ser cobardes". “Yo creo que eso es lo que más me sorprende: la cobardía. De esconderse en un placard”. Ya lo demuestra el hecho, reflexionó, de que hayan ido "seis tipos armados como estaban, a buscar a un hombre que no tenía nada, que solo tenía la ropa puesta”. Y encima, supo que después publicaron en un diario del sur que habían matado a un peligroso guerrillero en combate. "¿Combate de qué, si eran ellos seis contra nosotros tres, mi mamá, mi papá y yo? ¿Combate de qué, si no había ninguna arma, las de ellos nomás? Eso fue lo más cruel de todo. Y ahora verlo a él escondido en un placard”.

Esa madrugada su madre terminó con el camisón "todo roto" porque fue arrastrada cuando se aferraba a su padre. Quedó ensangrentada, pero Rosa cree recordar que, si bien la habían golpeado, esa sangre era de su padre porque “un golpe le lastimó la cara a mi papá, le pegaron con un arma. Con tanta furia que le pegaron, y ahora verlo escondido en un placard".

La detención del represor llegó a la familia en un momento inesperado, cuando por fin "hemos logrado poder vivir, tranquilos, estar felices. Después de tantos años pudimos volver a la casa de Mosconi, porque mi hermana se casó allá”. Eso fue hace unos ocho años. "Lo primero que se hizo fue cambiar esa puerta que rompieron" y con el casamiento se juntaron "por primera vez después de cuántos años a comer un asado ahí, como lo hacíamos antes. Porque nuestra vida nunca más volvió a ser normal".

Y fue también conmocionante “saber que (el agresor) estuvo tan cerca, escondido acá en Salta mismo". 

Irma Prado y Jorge René Santillán


La destrucción de una familia 

"Me he sentido con tanto miedo tantos años (...), verla a mi mamá cuando se ponía tan mal, después en el psiquiátrico (Irma Prado tuvo que ser hospitalizada tras la muerte de su esposo), yo viviendo con mi abuelita, la mamá de mi papá, haberla visto a mi viejita esperar tanto años, con esa puerta abierta, esperándolo. Y el daño que hizo, cómo destruyó a una familia completa, no tan solo a los que vivíamos en la casa, fue a toda la familia completa ¡para ahora verlo en un placard! Sentado, apoyado en un placard. Sabiendo que tiene hijos, que tiene nietos, que nos privó a nosotros”. 

El recuento de daños de Rosa incluye un recuerdo del nacimiento de la primera nieta de uno de sus tíos. Lo vió y se dijo: “cómo hubiese sido el papi, si él era tan amoroso, si estaba todo el tiempo demostrando tanto amor, imaginate lo que hubiese sido ver nuestros nietos. Y eso yo no lo viví, pero él (Cialceta) sí, él pudo estar cuando nacieron sus nietos. Yo tuve que buscar con quién entrar a la iglesia cuando me casé. No es justo que él haya tenido una vida que nos privó a nosotros".

Después del secuestro, mientras buscaban a Santillán, Rosa y sus hermanos quedaron en una habitación de la casa de un tío, en Campamento Vespucio, y les permitieron usar juguetes que de ordinario estaban prohibidos. Mientras los más chicos jugaban, ella se sentó, y dijo: "Cuando abran esa puerta va a ser porque el papi está muerto". Y así fue. 

Lo que quedó de Jorge Santillán tras la explosión fue encontrado esa misma mañana en el camino al paraje Acambuco. Su torso había desaparecido, Irma lo reconoció por el pijama y su nombre grabado en los zapatos. "Siempre sentí que Dios fue bueno con nosotros porque pudimos enterrar lo que encontramos, a diferencia de otras personas que todavía no tienen los cuerpos, no sé si de sus padres, de sus hijos". 

Rosa también está agradecida con la gente de Mosconi, que fue al velorio y al antierro "a pesar del pánico y del miedo que se tenía en ese momento, era más el afecto que le tenían a él que el miedo que ellos ocasionaban”.