Desde Londres
En medio de una seguidilla de escándalos de corrupción, el primer ministro Boris Johnson tuvo que salir a defender el orgullo nacional esta semana con un “no somos ni por asomo un país corrupto”. Es la imagen de sí mismos que les gusta proyectar a los británicos, una imagen basada en el concepto del fair play, en una vida pública e institucional ordenada, en los ejemplos de la BBC y el NHS (Servicio Nacional de Salud), todo sostenido por siglos de historia, de Shakespeare a los Beatles. Y la verdad que no. Pura fama y laureles, la mayoría de otro costal, de la cultura, del teatro o la música. Desde Italia el periodista Roberto Saviano, que está pagando con una vida clandestina y con custodia policial todas sus denuncias de la mafia italiana, desmitifica con una definición contundente: “Gran Bretaña es el país más corrupto de la tierra”.
Cada uno pone el foco en distintos lugares. Saviano lo coloca en la City, lubricante que blanquea todo el dinero de la mafia italiana y de otros países, con un ejército de egresados de las mejores universidades, abogados y contadores con excelentes modales, pronunciación impecable y canales de sobra para que el dinero del narcotráfico, la prostitución forzada y otras delicias, circule puro y blanco, cocaína convertida en propiedades, empresas offshores, libras o dólares. Johnson en cambio quiere que el foco del tema de la corrupción esté en los códigos de conducta que rigen el país. “Nadie tiene nuestros estándares”, dice. Los políticos y diplomáticos lo reafirman señalando que ningún funcionario puede recibir regalos en sus visitas a otros países sin declararlo y dárselo al tesoro, porque no fue a él o ella a los que se los dieron a título personal sino al gobierno que representan. Los escándalos recientes en su propia bancada conservadores y los negociados en torno a la pandemia pintan otra película. El mismo primer ministro ha estado a tono con su partido. Hay una investigación en curso por el financiamiento de la redecoración de su departamento por más de 200 mil dólares, pagados inicialmente por un donante del partido, y hubo duras críticas cuando se negó recientemente a decir quién se había hecho cargo del costo de una vacación a todo trapo en Marbella.
¿Ni por asomo corrupto?
En este país ni “por asomo corrupto”, un cuarto de los diputados conservadores (más de 200 parlamentarios) tienen lucrativos contratos en el sector privado que les aportan unas cuatro millones de libras anuales para hacer lobby para sus empresas que los esperan con los brazos abiertos con un lugar asegurado en su directorio una vez que terminen su mandato o se aburran de los debates en la Cámara de los Comunes. El caso que detonó el último escándalo este noviembre fue el de Geofrey Cox, ex procurador general, que mantuvo su escaño parlamentario mientras ganaba al mismo tiempo unas seis millones de libras al año como abogado de casos de alto vuelo, trabajo que lo llevó a pasar un mes en las oficinas de uno de los paraísos fiscales más usados por británicos y extranjeros, incluidos argentinos, las Islas Vírgenes Británicas. Estas islas forman parte de los Territorios de Ultramar que, junto a las dependencias de la corona, pertenecen al Reino Unido y están atadas por un cordón umbilical financiero a la city. Según Tax Justice Network (TJN), los británicos están entre los primeros paraísos fiscales del mundo cuando se suman los flujos ilícitos que circulan entre la City y estas islas.
El escándalo se volvió un boomerang cuando Johnson quiso cambiar las reglas que rigen la conducta de los diputados para salvar a Cox y a otro de sus amiguetes, el diputado Owen Paterson, que también había violado los códigos que prohíben el lobbying al impulsar los beneficios de un puñado de empresas que le pagaban por sus intervenciones un sueldo anual de más de 100 mil libras. Es cierto que un ala del partido conservador y el resto de los parlamentarios opositores se unieron para evitar este atropello y Johnson tuvo que dar marcha atrás y soltarle la mano a Patterson y dejar intacto el código. Pero no se la soltó del todo. Extraoficialmente se da casi por descontado que, como compensación, Paterson puede pasar a formar parte de la cámara de los lores por los servicios prestados (Dios sabe a quien).
Este futuro de Paterson es una práctica cada vez más extendida: dar títulos a cambio de dinero. Los donantes que dieron más de tres millones de libras para las campañas del Partido Conservador son caballeros de la corona (Sir) o están por serlo. Nada nuevo bajo el sol. A principios del siglo pasado sucedía con el primer ministro David Lloyd George’s y siguió ocurriendo desde entonces, incluso con el Partido Laborista. Unos 25 de los 292 lores que nombró Tony Blair contribuían a las arcas del partido. En 2006 Blair se convirtió en el primer ministro entrevistado por la policía al respecto, pero el Servicio Fiscal de la Corona, que decide si hay suficiente evidencia para iniciar una demanda judicial, dijo que no la había. Ni ese escándalo que salpicó las primeras planas frenó la cosa. Una investigación de la Universidad de Oxford halló que entre 2005 y 2014, bajo tres primer ministros, dos laboristas y uno conservador (Tony Blair, Gordon Brown y Dave Cameron), tanto en tiempos de bonanza como durante el estallido global de 2008-2012, se otorgaron más de 300 nuevos títulos de lord lo que elevó a 800 miembros esta idiosincrásica cámara alta británica. Casi 100 habían donado unas 338 millones de libras a sus respectivos partidos.
En este intercambio de honores y prestigio social por dinero hasta la corona está embarrada. Esta semana un asistente del Príncipe de Gales, tuvo que renunciar como ejecutivo de una de las caridades del Príncipe Carlos por las alegaciones de que había ayudado a conseguir un título y la ciudadanía británica a un donante billonario saudí. Michael Fawcett y la compañía a la que estaba asociado fueron además separados de Clarence House, una de las residencias reales. La Corona apareció también en el ventilador de acusaciones de los Papeles de Pandora.
Los negocios de la Pandemia
En estos dos años de gobierno la pandemia ha reportado lucrativos negocios a empresas amigas de los conservadores que fueron otorgados sin licitación bajo la excusa de que había que conseguir respiradores y equipo médico de urgencia. Todos de acuerdo con la necesidad sanitaria. Pero ¿qué experiencia podían tener en el rubro compañías como Pest Fix, especializada en control de pestes (roedores, etc), a la que se le concedió un contrato de 32 millones de libras para el suministro de batas hospitalarias? Pest Fix tenía un capital de 18 mil libras y necesitó que el gobierno le diera un 75 por ciento de los fondos para la compra inicial a fin de que actuara no como productora de las batas sino como intermediaria de los fabricantes que, por supuesto, eran chinos. En las dos semanas previas al anuncio unas 16 mil compañías, la mayoría con larga experiencia en el ramo, le habían acercado propuesta de suministro al gobierno para todo tipo de Equipo Protector sin que prosperara ninguna. Pest Fix es uno de los tantos casos. Una agencia de empleo con 623 libras de capital obtuvo un contrato de 18 millones de libras para suministrar mascarillas. Una compañía productora de dulces consiguió un contrato de 100 millones para el suministro de equipo protector. Otra empresa con sede en el paraíso fiscal de Mauricios, Ayanda Capital Limited, especializada en negocios inmobiliarios y evasión fiscal, obtuvo otro contrato por un número no revelado de mascarillas. Los ingleses dicen que se necesitan dos para bailar el tango (“it takes two to tango”). El espectáculo de la corrupción no es un unitario: están el funcionario/político y el empresario. Según el matutino The Times cientos de compañía aprovecharon el Sistema de ayuda gubernamental durante la pandemia para juntar unas 30 millones de libras de asistencia que no les correspondía.
La historia y el presente
Todo esto es conventillo interno si se lo compara con lo que los británicos hicieron como imperio y hacen hoy como paraíso fiscal. Las dos guerras del opio del siglo 19 terminaron abriendo los puertos de China al comercio británico y occidental luego de que los británicos inundaran el país con esa droga que diezmaba la salud y toda voluntad de resistencia china. En India una de las primeras compañías multinacionales, la British East India Company, invadió con su propio ejército y gobernó directamente el país durante un siglo.
Desde ya que las actuales generaciones no tienen la culpa de lo sucedido. Ni tiene que pagar el mote de corrupto tanto británico honrado que más allá de alguna infracción o desliz que todos cometemos alguna vez en la vida se comporta con dignidad. Pero la conducta imperial no es un anacronismo histórico. Luego de la Segunda Guerra Mundial los británicos perdieron un imperio, pero ganaron otro: el del mundo financiero global.
Las cuatro grandes contadoras que dominan el mercado mundial y le hacen las cuentas y trampas a las grandes multinacionales - Price Waterhouse, Deloitte, EY y KPMG - son inglesas y tienen su sede en Londres, pero abarcan el planeta entero: donde hay fraude fiscal están estos cuatro paladines del apocalipsis social.
El mecanismo favorito de este ejército de contadores, abogados y economistas son las cuentas truchas de los precios de transferencia de las multinacionales (sobrefacturar importaciones y subfacturar exportaciones como para que haya más costos y menos ganancias donde existe actividad real y se tribute donde hay menos o nula carga impositiva, en reinos de papel de los paraísos fiscales). Los entre 20 y 40 mil millones que desaparecen en corrupción en países pobres y medios, son nada en comparación con el flujo financiero ilícito que se maneja desde la City y ese pulpo de infinitos brazos que son los territorios de la corona. (Bahamas, Cayman , etcétera)
Los paraísos fiscales empezaron como mínimo con Francis Drake, que en el siglo 17 tenía permiso de la corona para esconder sus tesoros en unas islas tropicales (las islas Caimán). En el siglo 20 de la posguerra, el Reino Unido fue la llave del mercado del Eurodolar que en los 60 condujo a la explosión de la evasión y el mundo offshore que está devastando la economía global en las últimas décadas.
En la percepción nacional de la rectitud británica frente a la chanta propensión delictiva argentina hay montañas de ignorancia, prejuicio y cipayismo que se reflejan hasta cuando ambas naciones hablan de fútbol. Con la mano de Dios de Maradona, Inglaterra se presentó como quiere que lo vean – los defensores del fair play trampeados por dudosos sudacas, corruptos y responsables de su propia miseria. Argentina hizo lo suyo: la viveza criolla como virtud máxima, superior a cualquier valoración de la honestidad.
La verdad está en otra parte. Hay tantos chantas y corrupto británicos como argentinos. La única diferencia es que nosotros nos perjudicamos principalmente a nosotros mismos mientras que los británicos extienden el veneno de su corrupción de cuello blanco por todo el planeta desde hace muchísimo tiempo.